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Bertolt: Una tierna historia ilustrada sobre el amor, la soledad y la pérdida


Un jardinero del siglo XVII escribió que los árboles “hablan a la mente, nos dicen muchas cosas y nos enseñan muchas buenas lecciones”. Hermann Hesse los llamó “los predicadores más penetrantes”. Sin duda, siguen inspirando historias preciosas sobre la vida y la muerte, como es el caso de este tierno cuento del geólogo francés-canadiense Jacques Goldstyn.

Es una historia poco común, una historia sobre un niño que amó a un antiguo árbol. Sin embargo, gracias a las sencillas palabras de Goldstyn y sus expresivas ilustraciones, esta historia se convierte en una profunda parábola de pertenencia, de poderosa reconciliación entre el amor y la pérdida, que nos invita a saborear la soledad sin sufrirla. Es una historia que nos enseña, de cierta forma, a pasar por la vida de manera más serena.

La historia, contada a través de las experiencias de un niño, comienza con un incidente banal: una manopla perdida.



El niño se dirige a una Oficina de Objetos Perdidos y Encontrados, donde halla otro guante, muy diferente al que tenía. sin embargo, aquel descubrimiento le hace muy feliz, a la vez que lo convierte en la diana de las burlas de los otros niños.


A veces la gente no le gusta lo que es diferente", observa con la sagacidad precoz de quien sabe que los juicios de los demás en realidad dicen más sobre ellos que sobre quien es criticado. Al decir de Bob Dylan: “la gente tiene dificultades para aceptar cualquier cosa que los abrume”.


Pero el niño sigue imperturbable y disfruta de su soledad. Dice: "yo soy aquello que se llama un solitario. Todo lo que hago, lo hago solo. Y no penséis que me molesta".


"Por encima de todas las cosas, lo que más me gusta es subirme a la cima de un antiguo roble. Mi árbol se llama Bertolt y probablemente tiene más de 500 años".



Desde las ramas de Bertolt, el niño observa todo lo que ocurre en el pueblo y se hace amigo de los animales que han sentado su hogar allí, donde se refugian en las tormentas.

Cuando llega el invierno el niño hace rodar su bola de nieve por la colina mientras sueña con la llegada de la primavera, que devolverá el color verde a las ramas de Bertolt.


Al llegar la primavera el niño es feliz, todos los árboles florecen, el sauce llorón, el olmo, la cereza…


Todos excepto Bertolt.


El niño aguarda pacientemente durante días, que poco a poco se convierten en semanas. Se dice que este invierno quizá demoren más en llegar los brotes verdes, para reconfortarse. 


Pero a medida que pasa el tiempo va perdiendo la esperanza, hasta que un día, finalmente acepta que Bertolt ha muerto.

En este punto existe una profunda sutileza en la manera de afrontar la pérdida que no se encuentra en la mayoría de los libros infantiles y ni siquiera en las obras para adultos. 

El niño observa que aunque el árbol ha muerto, permanece allí. Si lo hubieran cortado o lo hubiera quemado un rayo, habría comprendido inmediatamente, pero el árbol permanece allí, como si estuviera durmiendo. Así que aunque el niño se siente triste por la pérdida de su amigo, no se sume en en drama sino que asume lo ocurrido con serenidad.

Entonces se le ocurre una idea.


Toma su bicicleta y la llena con los guantes que nadie quería de la Oficina de Objetos Perdidos y Encontrados.

Con determinación, sube al tronco gigante con esa carga atada a su espalda. Entonces comienza un trabajo metódico, comienza a cortar los guantes en pequeños pedazos y ayudándose con unas pinzas para la ropa, los coloca en las ramas estériles de Bertolt.


En la escena final, en medio del respetuoso silencio de las ilustraciones sin palabras de este libro, vemos a Bertolt cubierto a mitad con un reemplazo imaginativo de las hojas y flores que la primavera fatal no trajo. No se trata de algo artificial, sino que es mucho más real que cualquier cosa porque cada una de esas “flores” están hechas con amor.

El libro, que cuenta con 76 páginas, ya se encuentra disponible en castellano. En esta versión se titula "Mi gran árbol".

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