La rubia de rubias muere otra vez en las páginas de un libro. El 19 de mayo de 1962, la protagonista de Con faldas y a lo loco susurraba un enfático Happy birthday, Mr President en el Madison Square Garden ante miles de espectadores y ante el receptor de la dedicatoria, John Fitzgerald Kennedy. Ni una sola persona del recinto habría adivinado que el 5 de agosto, pocos meses después de aquel momento que mezclaba la política con el show business, Marilyn sería hallada muerta en su casa, tirada en la cama y con un frasco de pastillas al lado. Muchos lo llamaron el fin de la era dorada de Hollywood, el punto de inflexión a partir del cual América perdía su inocencia. La muerte del propio Kennedy, la Guerra de Vietnam o la contracultura alimentaron esa tesis. A aquella época y al perenne mito del cine vuelven Richard Buskin y Jay Margalis con un libro, Marilyn Monroe: A case for murderque se ha publicado esta misma semana y que vuelve a ‘matar’ a la actriz desde otro punto de vista.
Aunque nunca han faltado teorías conspiratorias acerca de la muerte de la estrella, los dos autores indagan en la posibilidad de que fuese Robert Kennedy, senador y hermano del entonces presidente de Estados Unidos, el autor de un asesinato en toda regla que eliminaría la hipótesis del suicidio, la sobredosis accidental fruto de las muchas neurosis que la sexy estrella tenía tras de sí. Según ellos, fue Kennedy el que, con la ayuda de su cuñado, el actor Peter Lawford, se confabuló con el médico de la actriz, Ralph Greenson, para que le administrase una inyección letal a Marilyn. Después llegaría el plan para hacer creer que se trataba de un suicidio. Sin embargo, el plan no salió según lo establecido y Greenson fue bastante chapucero, lo cual obligó a ocultar pruebas y a que las especulaciones sobre lo que ocurrió aquel día lleguen hasta hoy. Había un desfase, por ejemplo, entre el tiempo en que la enfermera Eunice Murray encontró el cadáver y la hora en la que avisó a la policía. Además, la pulcritud de la habitación y el teléfono que la actriz tenía en la mano encajaban más bien poco con la caótica personalidad de la sex symbol.
Fotografía en la que aparece la actriz junto a los hermanos Kennedy (Gtres)Fotografía en la que aparece la actriz junto a los hermanos Kennedy (Gtres)
Ese caluroso día de agosto, el informe oficial dijo que su muerte se había producido “por una enfermedad aguda de envenenamiento por barbitúricos”. No hubo evidencias suficientes para clasificarla como un suicidio, la que habría sido la intención del senador. Su deseo de acabar con la actriz no nacía de la nada. Según los autores del libro, la protagonista de Bus Stop lo habría amenazado con dar una conferencia de prensa en la que comunicaría a los cuatro vientos que era amante del presidente Kennedy. En el tiempo que transcurrió entre la amenaza y la muerte de Marilyn existió, incluso, un romance entre ella y el propio Robert que, para apartarla de su hermano y evitar que perjudicase su imagen pública, acabó cayendo rendido a sus encantos.
Una vida tormentosa
La actriz, en una fotografía de archivo (Gtres)La actriz, en una fotografía de archivo (Gtres)
Lo cierto es que la estrella era tan pasional para el amor como para todos los demás aspectos de su vida, así que no cuesta mucho trabajo creer que pudo acosar en cierta forma a JFK. Su inseguridad enfermiza, producto de media infancia pasando por orfanatos y de la falta de afecto, la llevaron de depresión a depresión y de brazos en brazos, a la búsqueda de un cariño que su personalidad obsesiva se encargaba de destruir. El jugador de baseball Joe DiMaggio o el propio Arthur Miller, su segundo y tercer marido respectivamente, ya no sabían qué hacer con ella para que fuese feliz. Mucho menos directores como Billy Wilder o John Huston, que casi llega a bordear la locura durante el rodaje de Vidas rebeldesque contó no sólo con las insoportables neuras de la actriz, sino también con las de Montgomery Clift. Psicólogos, abortos y retrasos en los rodajes que propiciaron una inestabilidad mental que hacía del suicidio la teoría más probable en la Sodoma y Gomorra que siempre fue Hollywood.
Sin embargo, con libros como Marilyn Monroe: A case for murder, las teorías sobre el crimen de estado renacen con más fuerza que nunca, ya que en su muerte habrían llegado a estar implicadas la mafia y el mismísimo J. Edgar Hoover, director del FBI. Cincuenta y dos años después, las hipótesis sobre su muerte siguen alimentando a un rubio mito que, paradójicamente, se resiste a morir no sólo por la permanencia de sus películas sino por su omnipresente imagen en todo tipo de productos de dudoso gusto. Muriese como muriese, en 2014 los caballeros las siguen prefiriendo rubias. Y, si son como Marilyn, mejor que mejor.