Recientemente he viajado en avión y, una vez más, he oído las instrucciones de seguridad y para casos de emergencia que, de nuevo, gracias a Dios, no he tenido que experimentar.
Aún cuando lo había escuchado anteriormente, en esta ocasión, retuve en mi conciencia el consejo de que si se viaja con niños, en caso de necesitar usar la mascarilla de oxígeno, el adulto debe colocársela primero para poder atender al menor. Algo totalmente lógico y razonable.
El caso es que esta sabia acción no es particular de ese supuesto, sino para actuar conforme la misma en nuestras experiencias de vida cotidiana.
No es lo que hemos aprendido, al contrario, la lección era el otro primero, so pena de pecar de egoísmo recalcitrante. El resultado, resentimiento, agitación e infelicidad.
No se puede dar, si antes no se tiene. Aplicable en cualquier ámbito.
No puedo amar, si no me amo; ni ser amable y considerado con otros, si me desprecio. No puedo compartir si no tengo. No puedo contribuir a la paz y a la felicidad si no las vivo. No puedo perdonar a nadie ni a nada si me culpo y condeno duramente.
Cuidarse, atenderse, apreciarse, escucharse, protegerse… ponerse en primer lugar, no es egoísmo, sino amor, autoestima y generosidad, porque solo después se podrá entregar a los demás.
Nuestra programación de creencias erróneas no nos lo pone fácil, así que no queda otra que ir reconociendo cuales no son verdaderas, poderosas y servibles e ir sustituyéndolas por las que sí lo sean.
Lo aprendido se puede desaprender, siempre que el hueco se ocupe.
En tu día a día, aunque no vueles, ponte la mascarilla primero. Los demás, el mundo, el planeta te refleja. Cuenta con abundante “oxígeno” y compártelo. Caso contrario, cabe la posibilidad de que pierdas vivir con plenitud y no ayudes a que el mundo sea un lugar mejor.
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