En un afán  irrefrenable de evitar lo que la justicia ha dictaminado, el abogado de José Ortega Cano vaticina un final posiblemente trágico, para un drama en el que perdió la vida un hombre y en el que el torero puede ser el próximo, a tenor de las palabras de su letrado.
A pesar de los recursos y de las negativas por parte de los juzgados ante los argumentos que esgrimen sus defensores, ahora estos queman la última mecha que les queda y apelan a una posible muerte. Un argumento que indigna a aquellos que no han escuchado por boca del valiente torero pedir perdón, ni levantar un teléfono para consular a una viuda que ya ha muerto en vida.
“Es propenso a la muerte súbita y no quiero que muera en prisión”, como si el lugar y la hora de la muerte se eligiese. ¡Lástima que no sea así! Porque de elegir el último día de nuestras vidas, Carlos Parra, hubiese abrazado hasta el empacho a su mujer los días previos a su muerte, habría saboreado los besos de sus jóvenes hijos hasta empalagarse, habría viajado a los rincones a los que siempre soñó ir y el destino se lo impidió, y no hubiese cogido el coche ese fatídico día, evitando encontrarse en una carretera con el diestro. Porque, si se elige, Carlos no hubiese elegido morir tan joven, dejando desamparados y desesperados a los suyos.
Sorprende que el abogado utilice estas afirmaciones sin reparar en el daño que con la aseveración se puede hacer a los que siguen llorando a Parra. Y asaltan un montón de preguntas que probablemente nadie se atreva a contestar. ¿Desde cuándo es propenso a la muerte súbita el diestro? ¿Lo era el día que decidió coger el coche y tuvo el accidente? ¿Esa propensión no le impide recorrer España, en la nueva aventura de hacerse con plazas de segunda, para ampliar sus negocios y hacer resurgir los ecos de aquello que un día fue y de lo que hoy no queda ni la sombra? Y por último, ¿que es peor:  morir en una prisión a la que llegas por tus delitos o en un coche por culpa de alguien que todavía no ha sido capaz de asumir los actos que cometió?
No espero una sentencia ejemplar para el torero. Su pena de banquillo o de telediario ya la ha pagado; lo que espero es que se deje de fuegos de artificio, de argumentos que ofenden, de vericuetos legales y ponga fin a un drama. Tal vez ese día, la familia Parra pueda dormir tranquila. Porque Carlos no tuvo la suerte de elegir su muerte.