La amabilidad es una cualidad que todos apreciamos. Ser amables es algo positivo y, sin duda alguna, es una excelente tarjeta de presentación. Sin embargo, en ocasiones ser amables no nos trae satisfacciones sino problemas. Me refiero a las personas que son tan amables que se olvidan de sí mismas, de sus necesidades y objetivos en la vida tan solo para satisfacer a los demás. Lo peor de todo es que en muchos casos estas personas sacrifican sus necesidades para satisfacer deseos que son mucho menos importantes, que podríamos calificar como simples caprichos. Por tanto, estas personas hacen un sacrificio vano.
El círculo vicioso del exceso de amabilidad
Por lo general, las personas que son en excesivamente amables, que siempre están dispuestas a entregar todo lo que tienen para ayudar a los demás y que dejan de vivir su propia vida para satisfacer a los otros tienen una profunda necesidad de aprobación. Estas personas necesitan que los demás validen sus sentimientos y comportamientos continuamente porque, en el fondo, tienen una baja autoestima. Por tanto, podemos afirmar que detrás de una amabilidad sin límites, se esconde una persona insegura que no valora sus capacidades y cualidades.
De hecho, ese exceso de amabilidad es también un mecanismo de defensa para desviar la atención de sí mismos y focalizarla en los demás. Cuando ponemos en un pedestal a otra persona, en ella se centrarán las miradas y las valoraciones. En el otro extremo se ubica la persona amable, que prácticamente se esfuma del escenario de las relaciones sociales.
A menudo estas personas han sido educadas para pensar que no merecen la atención, el agradecimiento y las molestias de otras personas. Al contrario, ellas tienen que desvivirse por los demás. Obviamente, a la larga, este exceso de amabilidad no les resulta gratificante porque es como si se borrasen como individuos anteponiendo continuamente las necesidades de los demás a las suyas.
Como resultado, al cabo de los años, pueden sufrir depresiones profundas ya que se dan cuenta de que no han logrado lo que deseaban en la vida o consideran que las personas con las cuales han sido tan amables no les han pagado como esperaban. De hecho, aunque las personas amables aparentemente no piden nada cambio, en su fuero interno esperan que los otros le recompensen con parte de su tiempo y muestras de afecto. Cuando, por una razón u otra, sus expectativas no se ven satisfechas, la persona se siente muy desdichada.
3 formas para superar el exceso de amabilidad
1. Aprende a decir no. Este es el primer paso para superar el exceso de amabilidad. Si no logras negarte cuando te piden un favor, no podrás romper el círculo vicioso que genera tu comportamiento. Aprender a decir “No puedo, disculpa” es fundamental para que retomes el control de tu vida y te deshagas de esa necesidad de aprobación constante.
Por supuesto, esto no significa que debas decirle que no a todo pero debes aprender a poner tus propios límites y hacerlos cumplir. Valora si la petición que te están haciendo es razonable, si tienes tiempo y fuerzas para hacerla y, sobre todo, si no entra en contradicción con tus necesidades y objetivos.
2. Deshazte del sentimiento de culpabilidad. Con el paso del tiempo la amabilidad se convierte en una obligación. ¡Sí! Porque cuando ayudamos a alguien varias veces, esta persona se cree con el derecho de “exigirnos” nuevamente otro favor, sin preguntarnos siquiera nuestra disponibilidad a hacerlo de nuevo.
En algunos casos se crea una relación en la cual nosotros nos ponemos a su disposición y cuando nos atrevemos a negarnos, la otra persona se ofende e intenta hacernos sentir mal. Sin embargo, si quieres cambiar, tendrás que aprender a hacerle frente a estas actitudes y asumir que no es tu culpa, que ya has hecho suficiente ayudándole en otras ocasiones y que ahora necesitas pensar en tus asuntos.
3. Piensa en ti antes que en los demás. Dicho de esta forma, puede parecerte una idea bastante egoísta pero no se trata de que pisotees los derechos de los demás sino simplemente de que hagas valer los tuyos, de que busques un equilibrio entre lo que necesitan las personas que se encuentran a tu alrededor y lo que tú necesitas. Se trata de que reencuentres tus objetivos y establezcas una jerarquía. Después de todo, si no lo haces tú, ¿quién lo hará por ti? Recuerda que el amor propio comienza en casa.
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