Hablar y criticar es fácil, solo es necesario abrir las compuertas y decir lo que pensamos. Escuchar y entender es mucho más difícil porque implica, ante todo, adoptar una actitud activa que nos permita ponernos en un segundo plano y ser empáticos con la persona que tenemos delante. Para evitar los problemas que esta actitud acarrea en nuestras relaciones interpersonales, basta tener presente la frase de Epicteto: “La naturaleza nos dio dos ojos, dos orejas y una boca para que pudiéramos observar y escuchar el doble de lo que hablamos” :)
La escucha activa es un don de pocos
Muchas personas se limitan a oír, que no es lo mismo que escuchar. Oyen lo que decimos pero no lo procesan, y luego se limitan a seguir un guión preestablecido en su mente que a veces ni siquiera tiene puntos en contacto con lo que hemos dicho. Estas personas no entienden la comunicación como un acto enriquecedor sino como una batalla a ganar, en la que uno debe tener la razón y el otro, equivocarse.
La escucha activa es otra cosa, implica un esfuerzo mayor, tanto a nivel cognitivo como emocional. La escucha activa significa ir más allá de las palabras para comprender las emociones y los sentimientos que subyacen al discurso.
Implica una actitud activa en la que intentamos ponernos en el lugar del otro, por lo que no criticamos sino que nos ensimismamos en su forma de ser y la experiencia que ha vivido, para poder comprender realmente lo que nos está diciendo.
La escucha activa también significa estar disponibles emocionalmente, plenamente presentes, para poder conectar con nuestro interlocutor. De hecho, no significa simplemente escuchar sino también hacer preguntas que nos ayuden a comprender mejor el mensaje que nos intenta transmitir.
Una pista sutil de que la persona está conectando emocionalmente y mantiene una escucha activa es lo que se conoce como “mirroring”. Se trata de un reflejo automático en el cual, quien escucha repite sin darse cuenta algunos de los gestos y movimientos corporales de quien habla, sobre todo las expresiones del rostro que denotan emociones como el dolor, la alegría, el asco o el miedo.
Cuando criticamos perdemos la oportunidad de crecer
Todos criticamos. La crítica surge de nuestra tendencia a la comparación. Comparamos continuamente las cosas para saber si son mejores o peores, más grandes o más pequeñas, más o menos adecuadas…
Sin embargo, en las relaciones interpersonales es muy fácil pasar de la comparación a la crítica y asumir el papel de jueces. Todos esos comportamientos, actitudes y formas de pensar que no se ajustan a nuestros valores y expectativas terminan siendo criticados. Porque muchas veces criticamos lo que no comprendemos o nos asusta.
Sin embargo, cuando criticamos perdemos una valiosísima oportunidad de crecer. La crítica es una conclusión, un hecho que damos por cierto. Al contrario, cuando nos ponemos en la piel de los demás se puede producir un cambio sustancial porque salimos de nuestro pequeño “yo” y entramos en otra realidad, que puede ser mucho más rica o simplemente diferente, donde podemos aprender otras cosas.
Por eso, la crítica le hace más daño a quien critica que al que es criticado pues este último puede desembarazarse de las palabras que escuchó, pero quien critica habrá perdido para siempre esa oportunidad para crecer y conectar con otra persona.
Las 3 reglas de oro para criticar menos y ser más empáticos
1. Si te quedas con las palabras, te quedas con la mitad del mensaje. Solo cuando vas más allá de las palabras logras conectar realmente con la persona. Intenta descubrir las emociones que sustentan su discurso y lograrás comprenderle mejor, desde la empatía.
2. Ponte en el lugar del otro, o al menos inténtalo. Si por un momento dejamos de pensar en nosotros, abandonamos nuestras creencias preconcebidas e intentamos ponernos en el lugar del otro, será mucho más difícil que asumamos la actitud de jueces.
3. Todos se equivocan, incluso tú. Trata a los demás como te gustaría que te trataran. Cuando asumimos que todos nos equivocamos en algún momento, podemos ser más comprensivos y adoptar una actitud más tolerante. Piensa en cómo te gustaría que te trataran. ¿Querrías que te juzgaran y criticaran o preferirías una actitud más empática y comprensiva? Recuerda que todo lo que das, lo recibes de vuelta de una u otra manera.
2. Ponte en el lugar del otro, o al menos inténtalo. Si por un momento dejamos de pensar en nosotros, abandonamos nuestras creencias preconcebidas e intentamos ponernos en el lugar del otro, será mucho más difícil que asumamos la actitud de jueces.
3. Todos se equivocan, incluso tú. Trata a los demás como te gustaría que te trataran. Cuando asumimos que todos nos equivocamos en algún momento, podemos ser más comprensivos y adoptar una actitud más tolerante. Piensa en cómo te gustaría que te trataran. ¿Querrías que te juzgaran y criticaran o preferirías una actitud más empática y comprensiva? Recuerda que todo lo que das, lo recibes de vuelta de una u otra manera.
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