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LA NOSTALGIA


En mi opinión, la nostalgia es un estado agradable cuando al recrearnos en ella nos planta una sonrisa, o muy triste cuando nos empeñamos en recordar momentos felices del pasado para compararlos con nuestra situación actual, sobre todo si ésta no es muy boyante.
Es muy dulce, a veces, y trágica, otras veces.
Si conseguimos extraer de ella cuanto tiene de interesante nos enriquecerá, porque nos permite tener una mayor comprensión de la vida, del paso del tiempo, de nosotros mismos, y nos puede inducir a apreciar más los momentos vivos de este presente, tan únicos, que algún día formarán parte de las próximas nostalgias. 
Si lo comprendemos de este modo, y le sacamos más jugo al “ahora”, nos alegraremos mucho el resto de nuestra vida.
Nada es tan importante como el ahora, eso ya lo sabemos. La nostalgia es volver al pasado, o traer el pasado al presente –mejor de este modo-; eso nos permite tomar conciencia real del paso del tiempo, y nos debiera enseñar a saborear con más intensidad los momentos que estamos viviendo ahora, y a llenar el presente de buenos momentos.
Pero esto ha de estar claro: el pasado nunca regresará para convertirse de nuevo en presente. Ya sólo es pasado. Y vivamos con naturalidad esto sin convertirlo en una inaceptable tragedia.
Los recuerdos son dolorosos o dulces; raramente están archivados en la memoria sin un adjetivo. Si hicimos antes muchas cosas buenas o interesantes, la sonrisa será la respuesta a la nostalgia. Si, por el contrario, lo que hicimos lo sentimos como una pérdida de tiempo, como un error o un sufrimiento, la  respuesta tendrá un poso de tristeza. Si fue malo, tendrá punzadas de dolor.
Es un estado extraño, porque la nostalgia es, o debiera ser, sólo por los momentos mejores –sería preocupante sentir nostalgia por momentos malos de nuestra vida-. 
Se mezcla lo atrayente de los buenos momentos con la sensación un poco desconsolada y desapacible de que ya no están con nosotros, o que no estamos nosotros en ellos, y que, probablemente, serán irrepetibles.
Es lógica esa desazón que se mezcla con la añoranza en los instantes nostálgicos. El motivo: la falta de realidad del motivo de la nostalgia. 
Ya no es, aunque fue. 
Sonreímos y sufrimos a un tiempo. 
Las lágrimas son compañeras habituales de la nostalgia. 
La ausencia de los que no están, o de lo que pasó y no volverá –aquellas comidas familiares, las vacaciones de la infancia, las amigas del colegio, el pueblo donde crecimos…-, son los ingredientes básicos. 
Con ello se nos despierta la melancolía. 
Se activa en la imaginación el deseo que ya será imposible realizar, y, si no lo sabemos llevar bien, el abatimiento y la desesperación nos dan un golpe fuerte en el estado de ánimo. 
A veces, cuesta salir indemne de la nostalgia.
Pero hay que hacerlo.
Lleva implícita una lección ineludible: hay que seguir, y hay que seguir adelante y bien. Fue bonito y bueno mientras duró, mientras estuvo, pero ya sabemos el destino de todos los “ahora”: desaparecer del presente para irse al recuerdo o al olvido.
La parte negativa de la nostalgia: que nos ancle tanto al pasado -porque lo recordamos como algo mejor-, que no queramos seguir en este presente actual y tengamos dificultades para aceptarlo e integrarnos; que nos hagamos adictos a la frase tópica: “cualquier tiempo pasado fue mejor”; que solamente recordemos lo bueno –“antes todo era mejor”-, que nos pasemos el tiempo hablando de “los buenos tiempos”, como si los actuales no lo fueran también, o que magnifiquemos la realidad hasta hacernos creer que todo era como en un cuento de hadas.
Si la nostalgia nos frena, nos hunde, y no nos planta una sonrisa y un estado de bienestar, es una nostalgia prescindible que hay que evitar de todos los modos.
Todo lo que sea un lamento inútil, es negativo. 
Que tengan cuidado con ella los depresivos, que no se enzarcen en espirales de pensamientos inútiles. Que, por lo menos, sean capaces de encontrar un poco de felicidad en esa desolación.
Que todos sepamos reflexionar sobre la nostalgia, clarificarla, saber sus pros y contras, disfrutarla –con la lágrima feliz y fértil, o con la sonrisa que rubrica lo bueno-, y que no se quede en ese estado que no sabemos si nos complace o desagrada, en el que no sabemos cómo comportarnos.
Que seamos capaces de convertirla en una fuente de ánimo y energía; que nos sirva para calibrar que nuestra vida está mereciendo la pena porque ha tenido y tiene momentos excelentes; que nos infunda alegría, y que nos muestre claramente su riqueza.
Te dejo con tus reflexiones…
(Y si te ha gustado, ayúdame a difundirlo compartiéndolo. Gracias)

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