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LOS DESEOS


LOS DESEOS

 (Aclaración: cuando me refiero a Uno Mismo, con mayúsculas, me refiero al Ser Esencial, a la parte Espiritual, a lo Trascendental, a quien realmente somos por encima del personaje que estamos representando o de la persona que estamos siendo)
 En mi opinión, el mundo de los deseos, en el que todos nos tenemos que desenvolver con asiduidad, es un mundo extraño, indefinible, difícil de adjetivar, y son variables cada uno de los deseos con respecto a cada una de las personas.
 Es antinatural no dejarse llevar por un ardiente deseo.” (Jung).
 Los deseos, tal como se deduce de lo que escribe Jung, son naturales en las personas. La aberración de los deseos es cuando se convierten en ansias y producen estados de inquietud, insatisfacción y frustración. Los deseos -a veces moderados, a veces imposibles-, deberían ser un aliciente dentro de un afán por seguir adelante y ser mejor, pero nunca convertirse en una barrera que impida hacer otras cosas porque ese deseo nubla o niega otras posibilidades distintas.
 Los deseos se sueñan, se diseñan, se piensan, y se debería hacer lo posible para que se vayan convirtiendo en realidad. Han de ser por tanto, posibles, realizables, y ni quiméricos ni descabellados.
 En la creación o el reconocimiento de un deseo tiene que haber positivismo. Desear con tristeza, deprime y desanima; desear con fe y optimismo, estimula.
 Los deseos, a veces, los asociamos con milagros casi imposibles. Es curioso que cuando se dice “pide un deseo”, es lo común contestar algo relacionado con el bienestar o con la riqueza. Si la contestación fuera “felicidad”, o “paz”, se estaría más cerca del deseo interno que mueve a las personas.
 Lo que deseamos siempre, por encima de cualquier otra cosa, es la felicidad, y más concretamente la paz que produce esa felicidad; lo que buscamos es la ausencia de conflictos, y no solamente por comodidad de no padecerlos, sino por el descubrimiento de la inutilidad de los conflictos, y por el conocimiento de que hay otras vías de encuentro con ese fondo esencial en que se produce la calma, el encuentro con lo divino en lo humano, el encuentro del camino del amor como alternativa más válida al camino del conflicto, del sufrimiento y el dolor.
 Hay deseos de poder, deseos sexuales, deseos de reconocimiento exterior, deseos materiales…pero no voy a hablar de ellos. Cada uno, por sí mismo, debe descubrir su inutilidad, o no, y su precio y si está dispuesto a pagarlo.
 Los deseos, por tanto, aparentar ser buenos. Pero también existe la posibilidad de no desear nada.
 Una persona que no ha deseado nada, que no ha estado tratando de tener éxito en ninguna ambición, de pronto encuentra que todo se ha cumplido. Porque una persona sin grandes deseos acepta y valora hasta lo mínimo que recibe y puesto que su deseo es inexistente, cualquier cosa que reciba será más de lo esperado.
 Por supuesto que casi ninguno estamos preparados y mentalizados para este tipo de vacío de deseos. Nos han educado para tener más, y la sociedad casi nos impone que exijamos.
 Nos han convencido de que, ya que no podemos alcanzar fácilmente llegar a contactar con el Uno Mismo, lo podemos sustituir por TENER.
 Es un poco extraño, y es un poco complicado de explicar y comprender, pero es la realidad.
 Si cada uno fuera su Uno Mismo, no necesitaría nada ajeno, nada extraño, no tendría necesidad de apoyarse en otras cosas puesto que le bastaría con SER UNO MISMO.
 En cambio, por hecho de no serlo, se necesita tener, porque se empieza a creer en uno en función de unos bienes materiales que se supone dan orgullo social, aparentan proporcionar éxito, y dan un valor falso que no es natural en la identidad de cada uno, donde nada de esto es importante.
 El fragmento de la canción dice: “tanto tienes, tanto vales…”. En cambio, las personas que más cerca están de sí mismas, o son más su Uno Mismo, no necesitan ostentaciones materiales y renuncian a ese tipo de cosas. Si haces un repaso desde Ghandi -que poseía una túnica y un cuenco-, pasando por las biografías de algunas personas que conocemos –Teresa de Calcuta, etc.-, y hasta Jesucristo, observarás que al ser conscientes de quiénes son no tienen la necesidad de objetos ilusorios y de bienes perecederos que no se podrán llevar.
 Los deseos, mientras más simples y concretos, más posibles y validos son. Han de ser sencillos, útiles, alcanzables pero, al mismo tiempo, que no aporten frustración si no llegan a ser realizados.
 Los deseos son enriquecedores en la medida que su cumplimiento sea bien recibido, pero que su incumplimiento no cause frustración o desesperación.
 Pierden su esencia aportadora en cuanto se puedan convertir en obsesivos o en caldo de infortunios.
 El deseo, bien deseado, es un regalo que se pide al cielo, consciente de ser merecedor de él, sin codicia, como una Gracia.
 El deseo, mal deseado, se llama ambición o avaricia, y no tiene cabida entre estas palabras.
 Conviene escucharse en el interior, conocer cuáles son esos deseos profundos ocultos, que son reales -al contrario que los del ego-, y dedicar todo el tiempo y esfuerzo que requieran hasta que puedan hacerse realidad.

Te dejo con tus reflexiones…


Francisco de Sales

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