UN CIERTO SILENCIO
- Artículo de
Lucas y Fernando
Magazine | 12/09/2013 - 23:59h
Los perros suelen creer que son personas. Eso me ha parecido siempre. Los veo a menudo preguntándose por qué razón no pueden sentarse a la mesa con las personas o por qué, cuando los niños se van por la mañana tempranito al colegio, ellos no los acompañan con su mochila al hombro. A poco que te despistes, se encaraman al mejor sitio de tu sofá y ocupan plácidamente un lugar en tu cama, bien pegaditos a ti, como amantes llenos de ternura. Y, desde luego, participan de tus alegrías y tus penas igual que el más empático de tus amigos.
Lucas no está del todo seguro de ser una persona, pero quiere serlo. Él es el protagonista del último libro de Fernando Delgado, Me llamo Lucas y no soy perro (Editorial Planeta), la historia de un labrador que, por desgracia, va descubriendo a lo largo de su vida que es mucho más noble participar de la condición de perro que de la de ser humano. Apenas hay gentes decentes en este breve relato, salvo el propio animal. A través de sus ojos ingenuos, Delgado va haciendo un retrato lúcido, descreído y triste del indigno comportamiento de muchos de los individuos de nuestra especie, cuyo paso sobre el planeta tanto deja que desear.
Conozco bien el amor y la defensa que Fernando Delgado hace de los animales no humanos. Igual que tanta otra gente sabia, Delgado sufre cada vez que un toro es torturado en una de nuestras terribles plazas o en las calles de cualquiera de esos pueblos y ciudades donde la diversión consiste en ver sufrir a un ser vivo, para vergüenza de muchos españoles. Y se indigna en especial ante el abandono, el martirio y las matanzas crueles a las que muchas gentes someten a los perros, a los que él admira y quiere. No hace mucho, tuvo que socorrer a una pobrecita galga a la que encontró agonizando entre unos matorrales, muerta a palos por algún dueño cazador que consideró que ya no le servía para sus propios fines. Sé que su dolor aquel día ante la visión del animal no humano fue tan sincero como su asco hacia el animal humano, mucho más animal que ella, que había cometido semejante acción.
Fernando Delgado es un hombre de bien. Cree en la ética y en la responsabilidad individual y social, y también, profundamente, en la compasión, ese sentimiento fundamental del que ya he hablado aquí en algún otro momento. Igual que su perro Lucas, se rebela ante la idea desoladora de que las personas pongamos tantas veces nuestra inteligencia y todos nuestros talentos al servicio del mal y no del bien. Considera que el desprecio hacia los animales no humanos, su utilización para nuestros fines como si fueran meras máquinas sin vida, el placer que tantos obtienen a costa de su sufrimiento y de su muerte, forman parte de lo peor de nuestra condición. Y lucha todo lo que puede contra ello. Su libro, Me llamo Lucas y no soy perro, es sin duda una manera de levantar la voz contra esos comportamientos desalmados. Hoy, a punto de celebrarse esa salvajada del Toro de la Vega de Tordesillas –el 17 de septiembre–, me alegro de poder recomendarles este relato cálido y hermosamente humano, y pienso que ojalá caiga en manos de alguno de esos que creen que nuestros hermanos los animales, como diría Francisco de Asís, no son más que seres inferiores sometidos a nuestra tiranía. Que los dioses los confundan.