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Para Tarantino la estrella es... ¡Morricone!


Artículo escrito por YVONNE LABORDA

Más allá del escaso tirón que Kurt Russell o Jennifer Jason Leigh, estrellas medianas en el Hollywood carnívoro de nuestros días, puedan aportar. Aparte de la intriga, el gafe si lo prefieren, las malas jugadas –nunca convenientemente ponderadas o debidamente aclaradas sobre pirateos en la Red– en medio del parto que está sufriendo Los odiosos ocho, Quentin Tarantino ha contado con una baza especial para la promoción de su nueva película. La finalmente anhelada y pacífica alianza, tras pasadas colaboraciones tormentosas del director, con un clásico vivo: Ennio Morricone.
No es nuevo. Tarantino había vampirizado al compositor en varias ocasiones para sus bandas sonoras. Algunas veces, con gran cabreo del romano, que tiene mal genio, además de 87 años. Lo hizo en Kill Bill y en Malditos bastardos, con una extraordinaria visión que hacía volar desde los títulos de crédito a ese fascinante western con villanos nazis políglotas. Pero la paciencia del músico quedó rebasada a raíz de Django desencadenado. Fue cuando, en medio de esta brillante vuelta de tuerca al género del Oeste, con la base de la brutalidad esclavista como fondo adaptada al estilo Tarantino en un maridaje de vino hondo y carne sangrante, Morricone deploró públicamente el uso, “caprichoso” según él, que el director había hecho de algún tema. “Nunca volveré a trabajar con él”, declaró en un ataque de ira. Pero, temperamental como es él, la tormenta pasó.

Trailer de 'Los odiosos ocho' que se estrena el viernes 15 de enero.
La suya es una alianza natural. Tarantino lo sabe y por eso quiso firmar la paz, acercándose a Roma y pidiéndole más. Ennio torció el gesto, pero agradeció el detalle un tanto ­alentado por su esposa, Maria. Cuando ella leyó el guion de The Hateful Eight (literal y, por tanto, pobremente traducido en España como Los odiosos ocho), quedó sobrecogida. “Yo pensé que podía ser una película brillante, pero ella me superó: ‘Es más’, me dijo. Una obra maestra”.
Después apareció la nieve. La nieve como un elemento lento, abstracto, nítido en su poder de premonición, pero contundente en su dialéctica estética, como para convencer al viejo Morricone de que merecía la pena extraer del guion unas notas dignas para la reconciliación. Eso sí, siempre que el cineasta no las utilizara como un elemento más de su afición a los pastiches: motor creativo primordial y vigoroso para sus bandas sonoras.

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