Todo aquel que tenga perro conocerá la regla de los siete años, que sugiere que cada año vivido por un can equivale a siete años de la vida de un hombre. Es una convención popularizada durante el siglo XX, aunque falsa. Y que puede llegar a resultar dañina, en cuanto que nos hace confundirnos sobre las necesidades veterinarias del mejor amigo del hombre. Los motivos por los que dicha regla no se sostiene son muy diferentes, pero concluyentes. El primero y más claro es que no todas las razas envejecen a la misma velocidad. A partir de ahí, poco fiable puede resultar un único criterio homogeneizador.
No se trata del único concepto erróneo en esta regla. El proceso de maduración y envejecimiento de un ser humano es muy diferente al de los perros, por lo que intentar asimilar ambos procesos es erróneo. Un perro suele ser fértil sexualmente después del primer año de vida, pero un humano no lo es a los siete años; estos animales se desarrollan mucho más rápidamente durante los dos primeros años, a diferencia del hombre, que no alcanza su madurez física hasta mucho después.
La mayor parte de perros viven entre 8 y 16 años, y de hecho, no es nada raro que un perro supere los 13 (91 años humanos)
Hace más de medio siglo, el investigador A. Lebeau fijó las diferentes etapas en el desarrollo del perro, y llegó a la conclusión de que durante su primer año, estos crecen 20 veces más rápido que los humanos, pero envejecen sólo cinco veces más rápido. En resumidas cuentas: un lío. Por esa razón, algunas de las calculadoras que se pueden encontrar en la red ya tienen en cuenta este desfase temporal.
Hay otro problema con esta regla. La mayor parte de perros viven entre 8 y 16 años, y de hecho, no es nada raro que un perro supere los 13. Una cifra que, siguiendo dicha regla, equivaldría a los 91 años humanos, algo mucho menos habitual. Sin embargo, no todas las razas tienen la misma longevidad. Por alguna razón que la ciencia aún no ha sido capaz de resolver, los perros de mayor tamaño tienden a vivir menos que los más pequeños, algo que contradice la tendencia más frecuente en la naturaleza, que es que, cuanto más pequeño sea un animal, menos longevo suele ser.
Con el objetivo de resolver dichas dudas, Business Insider ha publicado una tabla con una estimación más aproximada de las equivalencias entre la edad humana y la animal, una útil guía si queremos entender en qué momento de su vida se encuentra nuestra mascota.
El nacimiento de una idea equivocada
¿Cómo surgió esta idea? El origen es también confuso. Un artículo publicado enThe Wall Street Journal recuerda que una inscripción en la Abadía de Westminster del siglo XIII sugiere un ratio de 9 años animales por uno humano, al fijar la edad media de los perros en 9 años y, la de los hombres, en 81 (vaya, parece que nuestros peludos compañeros han salido ganando a lo largo de los siglos). El naturalista francés Georges Buffon señalaba una relación semejante, sólo que aumentando la edad de los perros a entre 10 y 12, y la del hombre, entre 90 y 100 (toma ya).
Fue probablemente durante el siglo XX cuando los números se atemperaron y nació la relación de 70 años para los humanos y 10 para los animales. Efectivamente, 7 a 1. El veterinario William Fortney señala que es probable que se tratase de una jugada de marketing, ya que pensar en lo rápido que pasaba la vida de los animales animaba a sus dueños a llevarlos al veterinario con mayor frecuencia. En realidad, cualquier equivalencia es un puro espejismo: si pensamos que a los 9 años nuestro perro está a punto de jubilarse, lo único que estamos haciendo es atribuir cualidades humanas a nuestro animal que, además, probablemente habrá pasado sus 8 años previos repantingado en el sofá.