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LAS HAMACAS SON PARA EL VERANO


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Las hamacas son para el verano

Magazine | 08/08/2013 - 23:59h
Las hamacas son para el verano
La galería Vauclair de París conserva la tumbona roja de la reina en el ‘Queen Elizabeth’ KATJA ENSELING
Nada hay más placentero en una tarde de verano que tumbarse en la hamaca, a la sombra de un árbol, para leer una revista ilustrada o una novela negra, mientras el sopor nos invade, el cuerpo levita y las letras de la publicación forman caprichosos juegos visuales que conducen a negro. Philippe Delerm, en La siesta asesinada (Tusquets), afirma que en estos momentos el tiempo se estira difuso y ni siquiera nos asalta el remordimiento de perdernos algo: “Estamos de maravilla, separados del mundo; no somos prácticamente nada”.

La hamaca o tumbona es una silla de tijera que un artesano desconocido inventó a finales delsiglo XIX y que alcanzó celebridad al popularizarse los baños de mar como práctica terapéutica entre las clases acomodadas. La revista Figaro Magazine ha dedicado uno de sus últimos números a ensalzar este asiento estival cuyo éxito, asegura, procede de los grandes paquebotes de los años veinte, que enlazaban el nuevo y el viejo continente. En efecto, los grandes carteles publicitarios de estos barcos legendarios introducían a menudo estas hamacas de colores, desde donde los afortunados pasajeros contemplaban la navegación. La galería Vauclair de París, situada en la rive gauche, cuenta con algunos ejemplares muy preciados. Uno de ellos, de color rojo, no está a la venta: se trata de la tumbona de la reina de Inglaterra en el Queen Elizabeth, cuya primera versión fue botada en 1940.

La publicación francesa asegura que fue Jean Baptiste Gouze quien en 1908 introdujo las listas blancas y rojas en las hamacas, inspirándose en “una manta de bueyes” que se usaba en el País Vasco francés para proteger a los animales de las moscas y el calor. Las tumbonas clásicas francesas son a rayas, y es común descubrirlas en la arena de las playas de la costa atlántica, desde La Baule a Biarritz. ¿Quién no recuerda Las vacaciones de monsieur Hulot, donde Jacques Tati rompe la calma de sus veraneantes, que, con su presencia, están obligados a mantener un ojo abierto mientras descansan en su hamaca listada?

Catherine conserva la imagen abatida de su padre, Albert Camus, sentado en una tumbona en mitad del jardín de su casa provenzal de Lourmarin, coincidiendo con la época de sus disputas con Sartre y la gauche divine francesa.
–Estás triste, papá.
–No, hijita, únicamente estoy solo.

Ciertamente, la hamaca tiene algo de fortaleza que permite aislarnos. Cuando plantamos la tumbona no únicamente marcamos territorio, sino que además nos sentimos protegidos por su abrazo de tela. Se entiende así la sensación de soledad del escritor francés en una tumbona, que a su hija le debió de parecer un barco a la deriva, pero que seguramente era un promontorio donde poner en orden su vida. Sin embargo, el gran elogio de la hamaca de tijera corresponde a Ramón Gómez de la Serna, que le dedicó una de sus más afortunadas greguerías: “El mejor destino que el hombre puede tener en esta vida es el de supervisor de nubes, acostado en una hamaca mirando al cielo”. Larga vida a las tumbonas.


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