Rincón de la Psicología |
Posted: 27 Apr 2018 02:00 AM PDT
Vivimos en un mundo que representa lo mejor del ingenio humano. Todo lo que nos rodea, en algún momento, fue pura fantasía, el sueño de alguien que no se dio por vencido. Nuestra fortaleza como especie radica precisamente en nuestra increíble diversidad, en la variedad.
Y cuanto más incierto se perfile el futuro en el horizonte, más debemos confiar en nuestra capacidad para adaptar nuestros conocimientos y crear. Por eso, la educación es un pilar fundamental para prepararnos para ese futuro.
Sin embargo, si ni siquiera sabemos cómo será el mundo dentro de cinco años, ¿cómo podemos preparar a los niños de hoy para que salgan a trabajar dentro de 20 años? ¿Cómo educa la escuela de hoy a los niños para que enfrenten un futuro que desconocemos?
La escuela moderna se asegura de que lo posible se vuelva imposible
Todos somos conscientes de la extraordinaria habilidad de los niños para innovar. Los niños tienen grandes talentos, pero los desperdiciamos sin piedad. Tienen ideas increíbles y viven en el mundo de lo posible, un universo donde todo puede convertirse en realidad y nada es realmente imposible.
No hay ideas tan extrañas que no puedan realizarse. Los niños piensan que para hacer realidad esas ideas, solo tienen que esperar a crecer. Sin embargo, mientras crecen, la escuela se encarga de hacer que ese mundo posible desaparezca. Les arrebata su increíble capacidad de ponerse a prueba y experimentar.
Los niños no temen cometer errores. Por supuesto, cometer errores no significa ser creativo. Pero una persona que evita los errores nunca creará nada original porque la creatividad siempre encierra la posibilidad del fracaso.
Cuando los niños crecen, la mayoría ya han perdido el deseo de experimentar y la capacidad de soñar. Les aterrorizan los errores. No es extraño ya que el sistema educativo estigmatiza el error desde los primeros grados. Como resultado, se educa excluyendo la creatividad.
Educar no es llenar la mente, sino liberarla de sus ataduras
Picasso dijo que “todos los niños son artistas, el problema es mantenerlos así hasta que crezcan”. Nacemos con un gran potencial creativo, pero poco a poco lo desaprendemos. No es extraño ya que nuestro sistema educativo se basa en desarrollar habilidades académicas, en el férreo marco de una jerarquía implícita. En lo más alto se encuentran las ciencias, luego las lenguas y en lo más bajo las disciplinas artísticas. Incluso en las artes hay una jerarquía: la pintura y la música son más importantes que la danza y la actuación. Sin embargo, se ha demostrado que las personas que bailan son más felices.
El hecho de que el sistema educativo se base en las habilidades académicas se debe a que fue inventado en el siglo XIX, fundamentalmente para satisfacer las necesidades industriales de aquel momento. Hoy el mundo ha cambiado, pero el sistema educativo sigue siendo el mismo.
La UNESCO ha alertado de que en los próximos 20 años se graduarán más personas en el mundo que todos los graduados que han existido desde que se institucionalizó la educación. Por eso, no es extraño que las calificaciones educativas valgan cada vez menos.
Antes, si tenías un título, tenías un trabajo. Hoy necesitas un título especializado, un máster y quizá también un doctorado. Las escuelas han dejado de educar para convertirse en una maquinaria de exámenes, de manera que las universidades se han convertido en negocios para producir títulos.
Llegados a este punto, quizá deberíamos repensarlo todo. Cambiar radicalmente nuestra idea de inteligencia y creatividad. Replantearnos los objetivos de la escuela y cambiar radicalmente la concepción de la educación. Tal vez así, en vez de lastrar a los niños, logremos prepararlos para que desarrollen de verdad todo su potencial.
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