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Hijos de padres emocionalmente inmaduros: infancias perdidas


Hijos de padres emocionalmente inmaduros: infancias perdidas
Ser hijo de unos padres emocionalmente inmaduros deja huellas profundas. Tanto, que son muchos los niños que acaban asumiendo responsabilidades de adulto y que crecen antes de tiempo forzados por esa incompetencia parental, por ese vínculo frágil, descuidado y negligente que desdibuja infancias y arrasa autoestimas.
Nadie puede elegir a sus padres, eso lo sabemos, y aunque siempre llega un momento en que como adultos tenemos ya pleno derecho a optar por el tipo de trato que queremos establecer con ellos, un niño no puede hacerlo. Porque nacer es casi como caer de una chimenea. Hay quien tiene la suerte de ser alcanzado por unos progenitores maravillosos, hábiles y competentes que les permitirán crecer de forma segura, madura y digna.
Por otro lado, hay quien tiene la mala fortuna de aterrizar en brazos de unos padres inmaduros que determinarán de forma implacable los cimientos de sus personalidades. Ahora bien, los expertos en psicología infantil y dinámica familiar saben que en estos casos pueden suceder dos cosas muy llamativas, a la vez que determinantes.
Los padres con una personalidad claramente inmadura e incompetente pueden favorecer en ocasiones la crianza de niños tiránicos e igual de inmaduros. Sin embargo, también pueden propiciar que los propios niños asuman el rol de ese adulto que los padres han rehuido ejercer. Es así como algunos pequeños acaban responsabilizándose de sus hermanos menores, ocupándose de las tareas del hogar o asumiendo decisiones que no son acordes a su edad.
Este último hecho, por curioso que nos parezca, no hará que ese niño sea más valiente, más maduro ni más responsable de una manera que podríamos entender como saludable. Lo que se consigue por encima de todo es dar al mundo criaturas que han perdido su infancia. Te proponemos reflexionar sobre ello.

Padres emocionalmente inmaduros, infancias truncadas

Algo en lo que todos estamos de acuerdo es que tener hijos no nos convierte en auténticos padres. La maternidad, como la paternidad más sana y significativa, se demuestra estando presentes, facilitando un afecto real, enriquecedor y fuerte para que ese niño sea parte de la vida y no un corazón roto y vinculado solo al miedo, a las carencias y a la baja autoestima.
Algo que todo niño necesita, más allá del simple alimento y la ropa, es esa accesibilidad emocional, madura y segura donde sentirse conectado a unas personas para entender el mundo y a su vez, entenderse a sí mismo. Si esto falla, todo se desmorona. Las propias emociones del niño quedan invalidadas por el padre emocionalmente inmaduro o por esa madre que, preocupada solo por sí misma, descuida los sentimientos y las necesidades emocionales de los hijos.
Por otro lado, cabe decir que este tipo de dinámicas son más complejas de lo que parecen a simple vista. Tanto, que es conveniente diferenciar 4 tipo de padres y madres emocionalmente inmaduros.

La inmadurez parental


La primera tipología hace referencia a esos padres y a esas madres de comportamiento errático y desigual. Son padres muy inestables emocionalmente, de los que hoy hacen promesas y mañana las incumplen. Padres que hoy están muy presentes y mañana hacen sentir a sus hijos que son una molestia.
  • Los padres impulsivos, por su parte, son aquellos que actúan sin pensar, que emprenden planes sin valorar las consecuencias, que van de error en error y de imprudencia en imprudencia sin sopesar sus acciones.
  • La maternidad y la paternidad pasiva constituye sin duda uno de los ejemplos más claros de inmadurez. Son los que no se involucran, los que están presentes pero ausentes y los que basan su crianza en el “laissez faire”.
  • Por último, también es habitual la figura de los padres despectivos, esos que hacen sentir a sus hijos que son molestos o no deseados, los que entienden la crianza como algo que les supera y de lo que no quieren ser partícipes.
Estos cuatro perfiles esculpen a golpe de decepción una infancia truncada, herida e invalidada. Todo niño que crezca en este contexto experimentará claros sentimientos de abandono, soledad, frustración e ira.

Niños que hacen de adultos: heridas que sanar

Lo señalábamos al inicio: el niño que ha crecido asumiendo un rol de adulto no siempre se autopercibe como más fuerte, más maduro ni aún menos más feliz. Dejar sobre los hombros de un pequeño de 8, 10 o incluso 15 años la responsabilidad exclusiva de cuidarse a sí mismo, a un hermano menor o a tomar decisiones que sus padres deberían acometer, deja impronta y potencialmente constituye la raíz de muchas carencias.
Las consecuencias psicológicas que suelen prevalecer en estos casos son tan variadas como complejas: soledad emocional, autoexigencia, incapacidad de establecer relaciones sólidas, sentimientos de culpa, contención emocional, represión de la ira, ansiedad, pensamientos irracionales…
Superar estas heridas a causa de una infancia perdida y de unos padres inmaduros no es tarea fácil, pero no por ello imposible. La terapia cognitivo-conductual es bastante útil, así como la aceptación de la existencia de esa herida causada por el abandono o la negligencia. Más tarde llegará la necesitada reconciliación con nosotros mismos, ahí donde permitirnos sentir rabia y frustración por una infancia robada y donde nos obligaron a crecer demasiado deprisa o nos dejaron solos demasiado pronto.
Perdimos la infancia, pero la vida se abre ante nosotros maravillosa, libre y siempre apetecible para permitirnos ser aquello que siempre quisimos y que sin duda merecemos. Consigamos que la inmadurez emocional de nuestros padres no nos impida construir la felicidad presente y futura que no conseguimos en el pasado.

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