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Morella mágica - Comunitat Valenciana

Paseo por el Lejano Oeste


En el Far West, la tierra mítica donde los cielos corren rápido, hay indios al acecho y ‘saloons’ en cada villa. Una realidad construida a través de los wésterns y sus clichés

Una exposición en el Museo Thyssen revisita, a través del arte, los arquetipos que construyeron el sueño de la conquista norteamericana

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'El rastro perdido' de Charles Wimar (1857). / MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA
Si hay alguna imagen que todos atesoramos como memoria colectiva, como recuerdo compartido y pertenencia –aunque paradójicamente sea de otros–, es la del Lejano Oeste. Son los espacios abiertos, surcados por el viento y los búfalos que de una forma inesperada desvela una mañana el cielo alto de Chicago –incluso en medio de un despliegue tan portentoso de arquitectura–; nubes que corren más deprisa que la mirada; aire que sopla por un país entero, que lo atraviesa desbocado por las grandes llanuras como los búfalos, y que tarda kilómetros y kilómetros en encontrar un sistema montañoso que lo amortigüe y lo domestique. La forma de nombrar es elocuente en Estados Unidos: hay una pequeña franja al este y otra en su extremo opuesto –California y el resto de Estados del Pacífico–. Entre medias, indómito, lleno de superficies infinitas, un lugar extraordinario: el Medio Oeste, la tierra mítica y que todos conocemos por los wésterns, películas que desde la infancia nos acompañan como una imagen martilleante de la construcción de estereotipos, como ocurre en el cine de Hollywood. Es la tierra prometida para los colonos y el final de una civilización para los nativos americanos y hasta para las tierras que habitaban, ya que poco a poco los cultivos fueron domesticando las praderas inconmensurables.
De hecho, las películas del Oeste, tantas veces vistas y llenas de gags repetidos –vasos de whisky que corren por las barras; chicas “ligeras de cascos”; duelos de malos y buenos que se quedan un momento en medio del paisaje desierto a punto de sacar las pistolas, imagen congelada durante unos fotogramas…–, han ido construyendo en la imaginación colectiva el ideal de conquista que subyace en los primeros colonizadores en Estados Unidos. Blancos contra indios –vaqueros contra indios–, los wésterns narran la historia desde un solo ángulo: el de los colonizadores con sus caravanas en círculo para evitar el ataque de los temibles y malvados indios, que montan a pelo y recorren las praderas sin tregua.
Las películas del oeste han ido construyendo en la imaginación colectiva el ideal de conquista que subyace a los primeros pobladores de EE UU
Porque, en efecto, a finales del siglo XIX el Oeste estaba domesticado por completo, incluso el feroz jefe Toro Sentado aparece en varias imágenes posando en el estudio de un fotógrafo de los que colocaban a cada persona en la pose que mandaba la estricta etiqueta del siglo XIX –el burgués de burgués, el “indio” de “indio”–. Al fondo, se adivinaba el típico decorado que hacía aún más triste la representación del anciano, en otros tiempos fiero, sosteniendo su arma por puro protocolo. De esa manera le representa la foto de D. F. Barry de 1885, que tal vez circuló en forma de postal –lo “exótico” a buen precio que tanto gustaba al XIX en sus espectáculos de tiro al blanco y sus exposiciones universales–. Esta obra y algunas otras curiosidades maravillosas se podrán ver en la exposición La ilusión del Lejano Oeste, en el Museo Thyssen del 3 de noviembre al 7 de febrero, comisariada por el artista Miguel Ángel Blanco, quien ha tomado como punto de partida un hecho excepcional: es la única colección del país donde se pueden encontrar obras relacionadas con el tema.
Pese a todos los estereotipos que se han ido construyendo entrado el XX –o precisamente por esos estereotipos de libertad que el relato desvela en la memoria–, ese Oeste vuelve a ser el mito fundacional norteamericano por excelencia. Lo es para aquellos que en los años treinta primero y en los cincuenta después quisieron “buscar América”. Hacia el Oeste se iría la mítica pintora Georgia O’Keeffe, más concretamente a Nuevo México en 1939, junto a Beck Strand, que había estado casada con el conocido fotógrafo Paul Strand. Ese lugar acabaría por convertirse en su casa durante los siguientes años y allí aprendería nuevos paisajes. Se trataba de un viaje sin el marido, el fotógrafo Alfred Stieglitz, que suele leerse como parte del mito feminista. Pero dicha partida se inscribe en la tónica de esos años, en los cuales otros habían salido de Nueva York en “busca de América”, de las raíces, de lo perdido: Hartley en 1918, Weston hacia California en 1926.
Años más tarde, en los cincuenta, la beat generation impulsaría ese mismo viaje hacia las tierras con algo de prometidas en una época que no aceptaba el destino prediseñado de su país y que daba paso a nuevas invenciones que, también en busca de esa América, conocían de partida la imposibilidad de hallarla como se describía, quizá porque todo paisaje recorrido es un paisaje inventado. A esa generación pertenecerían William Burroughs, Allen Ginsberg y Jack Kerouac, con su libro En el camino, donde se cuenta la historia de un desclasado que también se esfuerza por “buscar América”, que en su caso es un lugar impreciso, una etapa en el camino de raíces contraculturales.
'Dos silbidos', del retratista y etnólogo Edward S. Curtis.
Ambos momentos son, en el fondo, cierto retorno a la tierra prometida que ejemplifican los paisajes del Oeste, el origen despoblado e imponente que habían recorrido los primeros españoles, quienes llegaron a estas tierras en el siglo XVI, dejando ejemplos de mapas que no solo dan idea de la precisión del recorrido, sino del espíritu expansionista de España hasta el XIX. Son esos paisajes magníficos de los cuales dan cuenta también pintores como Henry Lewis en Las cataratas de San Antonio del Alto Misisipi, siguiendo una moda muy popular entre los viajeros por América Latina, deslumbrados ante una naturaleza poderosa y desbocada, que en este cuadro concreto –de la colección del propio Museo Thyssen– muestra a un nativo mientras observa la magnificencia del panorama, reenviando al concepto de lo sublime en 1847. El paisaje de Albert ­Bierstadt –en la colección de Carmen Thyssen– repite el esquema de los observadores frente a la naturaleza privilegiada. En la propuesta de estos pintores, a veces más bien aficionados y etnógrafos, se pone además de manifiesto la sugestiva línea divisoria entre creación y antropología que los viajeros –o viajeros por el propio país en busca de las raíces, como en el caso de Lewis– plantean.
Tal es el caso también del pintor norteamericano William Henry Jack­son cuando pinta El Gran Cañón de Arizona a principios del XX, esa naturaleza hostil de la cual hablaba la exploradora Calamity Jane en las cartas nunca enviadas a la hija: “Durante el mes de junio he hecho poney express rider transportando el correo de Estados Unidos entre Deadwood y Custer, una distancia de 50 millas, en una de las pistas más duras de Black Hills. (…) Estaba considerado el camino más peligroso de las colinas, pero como mi reputación como jinete y mi puntería eran bien conocidas, he tenido pocos problemas, porque los de la oficina me consideraban una persona preparada y porque sabían que siempre daba en el blanco”.
Son los mismos paisajes que reproduce el wéstern cuando forman ya parte de la historia, si bien algunos de ellos, en su potencia, no consigan ser domesticados jamás por los cultivos y el consumo, como desvela el retrato melancólico de Toro Sentado.
Por eso quizá emocionan de una forma inusi­tada algunas de las representaciones que se proponen de los nativos americanos en sus propias tierras, como las de uno de los fotógrafos más potentes de la historia de la fotografía norteamericana, Edward Curtis, quien con sus retratos de fondo neutro y sus bellos rostros traspasa la idea de documento y entra en el territorio del estudio psicológico, mostrando y demostrando el orgullo de los protagonistas a su pertenencia, la que les sería arrebatada en el duro camino hasta la reserva o, incluso, hacia el estudio de un fotógrafo mediocre, incapaz de leer más allá de los estereotipos.
'Vista del Valle Yosemite' (1865), de Thomas Hill. / MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA
Quizá las fotos de Curtis, sobre todo la que muestra a un nativo americano en una reserva Crow estirando una piel sobre el suelo en 1909 –cuando las tierras y los hombres habían sido devastados–, fueron las que vio Jackson Pollock, el gran pintor norte­americano, quien en los años cincuenta del siglo pasado inventaba unas raíces que le eran ajenas: “Mi pintura no sale del caballete. Prefiero colocar el lienzo sin estirar sobre la pared dura o sobre el suelo. Necesito sentir la resistencia de una superficie dura. Sobre el suelo estoy más cómodo. Me siento más cerca, más como una parte de mi propia obra porque puedo dar vueltas, trabajar desde los cuatro lados y literalmente estar sobre la pintura. Se parece al método de los pintores sobre la arena del Oeste”.
La exposición La ilusión del Lejano Oeste abre sus puertas en el Museo Thyssen-Bornemisza el 3 de noviembre.
elpaissemanal@elpais.es

Qué es lo que más les gusta a los extranjeros de la comida española

30 de octubre de 2015 | 18:01 CET

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Guiris
Es indiscutible que uno de los alicientes con los que cuenta nuestro país, para ser un atractivo destino turístico, es la gastromía. Donde esté una tortilla de patatas que se quite cualquier otro plato, con permiso de la pizza, claro. Pero fuera de los típicos tópicos ¿Qué es lo más les gusta a los extranjeros de la comida española?
Recuerdo una anécdota que contaba el padre de un amigo sobre su restaurante, especializado en arroces, que decía que cuando servían una paella a extranjeros en más de una ocasión habían pedido acompañarla con ketchup. Supongo que habrá fans de las mezclas imposibles, pero sin tener que recurrir a ellas, en nuestro país se come muy pero que muy bien, no en vano hay restaurantes en los que tiene que pedirse mesa con varios meses de antelación ¿Se sabe más allá de nuestras fronteras?

Las tapas

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¿En qué otro lugar del planeta puede uno disfrutar de una porción de comida, gratis en muchas ocasiones, cuando pide una caña o un vinito? Las croquetas, la ensaladilla rusa, las aceitunas, las patatas bravas o el pincho de tortilla (por nombrar algunas), hay un sinfín de tapas que pueden llegar a convertirse en especialidad de la casa y encumbrar ese establecimiento a lo más alto de la gastronomía. Eso sí, imprescindible disfrutar de las tapas de pie, como mucho apoyados sobre la barra del bar.
¿Conocéis el origen de las tapas? Según dicen, el rey Alfonso XII entró a una taberna a tomar un vino de Jerez. Soplaba fuerte viento y se levantó una polvareda. El mesonero, viéndolo, puso una rebanada de jamón encima de la copa del rey, y cuando esté preguntó por qué lo había hecho, el mesonero respondió: "en defensa del vino, alteza". Al rey le gustó tanto la respuesta que pidió otra copa de vino acompañado de la tapa.
650 1200 1Algunas recetas de tapas que podéis encontrar en Directo al Paladar:
Gildas
Boquerones en vinagre
Croquetas de chorizo
Ensaladilla rusa
Patatas bravas
Gambas al ajillo
Calamar rebozado

La paella

Este plato valenciano a base de arroz es conocido internacionalmente. La versión tradicional lleva pollo o conejo (o ambos), judías blancas y verdes y otras verduras, pero bajo el mismo nombre podemos encontrar también la mixta de mariscos, donde podemos encontrar una gran variedad de sorpresas entre el arroz: calamares, mejillones, almejas, langostinos, gambas o pescado, por ejemplo.
Para los más arriesgados comensales, la versión de arroz negro manchado por la tinta de pulpo es una delicia que vale la pena probar. Podríamos incluir también en este apartado a la fideuá, la variación que lleva fideos gordos en lugar de arroz, también muy sabrosa. Por supuesto, tanto la paella como la fideuá pueden acompañarse de ketchup, pero no os lo aconsejo.
Algunas recetas de paella y fideuá que podéis encontrar en Directo al Paladar son:
Paella tradicional valenciana
Paella de verduras
Paella de conejo
Fideuá exprés de sepia
Fideuá del señorito

El gazpacho

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Nada refresca más, cuando el calor del verano está en pleno apogeo, a excepción tal vez de una ducha de agua fría, que un plato de esta sopa fría de tomate. Supongo que ello explica por qué este plato es oriundo de la región más meridional de la península ibérica, Andalucía, donde las temperaturas en verano pueden llegar a ser extremas.
Combinando el pepino, el ajo, la cebolla, el pimiento, el pan duro, el tomate y majándolo en el mortero con aceite de oliva, sal, agua y vinagre, se obtiene este delicioso plato que conquista todos los paladares. Cada verano, se celebra en Andalucía un Festival del Gazpacho donde los visitantes tienen la oportunidad de disfrutar en el plato emblemático de esta comunidad y de un espectáculo de flamenco tradicional.
Algunas recetas de gazpacho que podéis encontrar en Directo al Paladar son:
Gazpacho tradicional
Gazpacho de calabacín
Gazpacho de fresas
Gazpacho de melocotón
Gazpacho de pepino y albahaca

El jamón ibérico

Jamon
Piernas gigantes de jamón colgando en un bar de tapas locales es una de las imágenes que vienen a la mente cuando se piensa en España. Uno de los alimentos más preciados de nuestro país en todo el mundo, el jamón español, todavía se hace usando técnicas centenarias y etiquetados según la raza y la dieta de los cerdos. España cuenta con dos tipos diferentes de jamón: serrano e ibérico, pero en realidad hay muchas variaciones disponibles en todo el país.
También conocido como jamón reserva, jamón curado, el jamón serrano es un jamón curado usualmente en las sierras españolas a partir de diversas razas de cerdos blancos. El jamón ibérico, sin embargo, se elabora exclusivamente a partir de cerdos ibéricos negros que vagan libremente en las dehesas de robles del suroeste de España. El proceso para obtenerlo es complicado y tiene una duración de al menos tres años. Se clasifica en: jamón ibérico de bellota, jamón ibérico de recebo, jamón ibérico de cebo de campo y jamón ibérico de cebo.

La tortilla de patatas

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Sin duda, uno de los pesos pesados entre la gastronomía española más apreciada por los extranjeros. Un plato que sirve tanto para el desayuno, preparado en bocata con un buen pan, como para el almuerzo o la cena, en la que estará deliciosa acompañada de una ensalada verde y unas aceitunas. Imposible no "toparse" con ella durante una visita a nuestro país, pues puede encontrarse en casi cualquier bar.
La tortilla es un plato que admite multitud de variantes. La más apreciada es la que lleva solamente patatas y huevos, con o sin cebolla, según el gusto de los comensales, pero las combinaciones son infinitas pues la tortilla admite casi cualquier ingrediente.

La fabada asturiana

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Uno de los platos más populares de España, la fabada asturiana es un guiso suculento original de Asturias. La receta tradicional requiere fabes (una especie local de judías o frijoles blancos), chorizo, morcilla, pimentón ahumado y azafrán. Debido a su gran valor nutricional, se sirve durante los fríos meses de invierno, pero no es raro encontrarla en los menús de muchos restaurantes todo el año.

Alioli

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Siempre he pensado que el alioli es una mayonesa con un montón de ajo. La verdad es que según Jamie Oliver, el alioli no es ni español, ni francés, ni siquiera italiano, sino que en realidad es originario de Oriente Medio ¿Le creemos?
Hay que ser muy atrevido para comer según qué receta de alioli, pero una vez que se prueba se convierte en totalmente adictiva. La receta es más que sencilla, sólo lleva ajo, aceite y sal, pero hay que ir con cuidado de que no se corte mientras la estamos preparando. Esta deliciosa salsa sirve para acompañar casi cualquier cosa: tortilla, pescado, patatas, carne, pan, de todo menos dulce.

Crema catalana

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Muchos dicen que la crema catalana y la creme brulée francesa son la misma cosa, pero hay algunas diferencias pequeñas entre estos dos postres. Por ejemplo, la creme brulée se cuece al baño María y por lo general se sirve caliente, mientras que la crema catalana siempre se sirve fría y tiene como base una infusión de cáscara de limón y canela, en lugar de vainilla, siendo mucho más refrescante que su elegante hermana francesa.
Las dos son igual de deliciosas, pero como me encanta la canela, creo que no hay nada comparable a una crema catalana para un caluroso día de verano. Imprescindible servirla con azúcar caramelizado por encima, que al enfriarse se endurece y contrasta espectacularmente con la suavidad de la crema.
Algunas recetas de crema catalana que podéis encontrar en Directo al Paladar son:
Crema catalana con Thermomix
Crema catalana al chocolate
Crema catalana
Fotografías | Sue Manuspocketrockets

APRENDER A DECIR ADIOS

Un bello reportaje

El dolor emocional por la pérdida de un ser querido, también cuando se trata de un animal no humano, debe ser reconocido y respetado en nuestra sociedad
Los demás animales también experimentan dolor por el fallecimiento de alguien a quien estaban unidos
El último parque, cementerio de animales. Foto: El último parque
El Último Parque, cementerio de animales en Madrid. Foto: El Último Parque
A Patrick, a Pizca, a Tania, a Maya… a todos los que se fueron dejando huella.
Nos dijeron en el veterinario que fue un fallo renal acompañado de una insuficiencia respiratoria. Esa mañana Patrick se había levantado bien, como todas las mañanas de sus trece años. Fue cerca del mediodía cuando empezó a tambalearse de un lado a otro, así que fuimos al veterinario. No contemplé la opción de no dejarle ingresado esa noche, simplemente pensé que mejoraría. Nadie me habló de opciones, ni pude sostenerlo en brazos, ya que estaba metido dentro de una jaula donde se le suministraba el oxígeno. “Si hay alguna complicación, por pequeña que sea, me llaman. Vivo a dos minutos", le aseguré a la persona que esa noche iba a estar de guardia. Insistí varias veces.
Apenas dormí, guardando el teléfono bajo la almohada. A las ocho y media desperté y auguré la ausencia de noticias por parte de la clínica como algo positivo. Llamé de inmediato, aún adormilada, para preguntar qué tal noche había pasado. La persona encargada de atender el teléfono se tomó su tiempo para responder, pues no sabía cómo estaba Patrick. Cuando comenzó a decir “señora González, sentimos mucho…” grité “¡no!” varias veces, tan alto como pude, y me senté rota en la cama. Pat llevaba varias horas muerto. Nuestro pequeño había fallecido solo, en una jaula. El perro al que mi familia adoptó, quien me enseñó a respetar profundamente a los animales, había fallecido sin que nadie que él conociese pudiera estar a su lado.
La clínica veterinaria, una de las más conocidas en Madrid, tampoco cumplió mi segunda petición: esperar a que pudiera despedirme de él antes de que llegase la gente de la funeraria. No tardé en despertar a mi hermana, en vestirnos e ir caminando abrazadas a darle un último adiós. A Patrick ya lo habían metido en una bolsa, sin quitarle siquiera la vía, y lo habían depositado dentro de la furgoneta, donde un atento operario entendió que necesitase abrazar su cuerpo sin vida mientras lloraba de impotencia y frustración. Días después, el trato amable de esa empresa, El último parque, que se dedica a dignificar el paso de nuestros animales por el mundo, al entregarnos las cenizas de nuestro pequeño en una caja de mimbre con su nombre, hizo un poco más fácil asumir lo que había ocurrido. Volvimos a llorarle y atesoramos sus restos en casa hasta que pudimos despedirnos de él en su rincón favorito, donde tantas veces le vimos disfrutar. Compré flores blancas y visito el sitio con frecuencia. Dos años después, en casa no se habla apenas de ello, duele demasiado.
Reconocer socialmente el duelo por nuestros animales: una asignatura pendiente
En nuestra historia hay un denominador común con muchas otras familias de este país: la exagerada falta de empatía de quienes se hicieron responsables de Patrick, un miembro de la familia que estaba enfermo y que fue desatendido de forma grave por personas que tienen formación veterinaria. No podía dejar de pensar que los perros, como Patrick, tienen una inteligencia emocional similar a la de un niño de pocos años, a pesar de lo cual le habían dejado morir solo en una jaula, algo inconcebible si se hubiera tratado de un niño. Para empezar, quizás en ese caso no habría habido problema para que sus padres le hubieran acompañado en todo momento. Sé que hay honrosas excepciones en lo referente a la hospitalización veterinaria y la atención a los pacientes, pero la opción de pasar la noche en la clínica cuidando a tu animal enfermo es casi inexistente.
Ya vimos en este espacio de eldiario.es cómo la separación forzosa de alguien a quien quieres es una forma de violencia institucionalizada. Un claro ejemplo de este ejercicio de poder hacia quienes no se pueden defender de estos abusos es el de las residencias de ancianos que separan a los mayores de sus animales.
El dolor que sentimos por la pérdida de alguien de la familia, a quien, en la mayoría de los casos, tratamos como a un hijo, es algo que tampoco tiene en cuenta una parte de la sociedad. Sin embargo, un estudio reciente de la universidad japonesa de Azabu, publicado en el diario Clarín, desvela que tanto los perros como los humanos que comparten vínculo familiar generan al mirarse grandes cantidades de oxitocina, la hormona popularmente conocida como ‘del amor’. Esto explica, de forma científica, lo que millones de personas sabemos con certeza de forma empírica: los animales son nuestra familia y sentimos su marcha como la de cualquier otro familiar, o incluso más.
Lo han demostrado psiquiatras, psicólogos y biólogos: la pérdida de un animal puede ser igual de devastadora que la de un humano. Este impacto emocional debe empezar a ser reconocido y tratado adecuadamente por nuestra sociedad. Es necesario salir de este ‘armario emocional’ en el que nos han metido por querer cuidar y respetar a animales de otra especie. Hay que defenderse de quienes nos abordan con frases como: “si solo era un pájaro” o “adoptas otro gato y ya está”. También se nos suele atacar con el manido y fácil argumento de “quieres más a los animales que a las personas”, obviando así la capacidad emocional que convierte a los animales en 'personas no humanas', lo cual ha sido reconocido incluso legalmente en el caso de una orangutana. Obviando, también, que los humanos no dejamos de ser animales y que ambos conceptos no son excluyentes. Se puede querer, y mucho, a ambos, a los animales humanos y a los no humanos. Por fortuna, quienes defendemos a los animales tenemos tanto espacio en nuestro corazón como para tomar en consideración a todo el mundo.
Según la AVMA (Asociación Médica Veterinaria de Estados Unidos), es fundamental una adecuada gestión del duelo. En sus estudios describen los estados por los que las personas solemos pasar ante esa situación: negación, furia, culpa, depresión, aceptación y resolución. Necesitamos tiempo, como animales sociales y emocionales que somos, para resolver la pérdida de aquellos a quienes amamos, independientemente de su especie. Recomiendan hablarlo con familiares y amigos y no encerrarnos en nuestro dolor. Para cerrar heridas y dejar a las personas manifestar su pesar, en Estados Unidos existen incluso grupos de apoyo para gente que ha perdido a sus animales. En nuestro país aún queda mucho trabajo por parte de todos.
"Que el perro solo viva 15 años es una estafa al amor"
El escritor Eduardo Galeano creía que escribimos para juntar nuestros pedazos, y así lo debe de creer también una de las colaboradoras de este blog, Marta Navarro, quien compartió la pérdida de dos animales de su familia dedicándoles dos artículos de despedida en su blog. Hasta siempre, Ada y Hasta siempre, Silbo. También Rafael Narbona recordaba en un maravilloso  artículo a Violeta, una perra rescatada que convivía con su madre y sobre la que escribió: “Me rebelo contra la brevedad de tu existencia”.
En todas estas lineas, hechas con el mimo y la devoción de quien ha sentido la hermandad cercana hacia alguien de otra especie, se refleja la huella imborrable que dejan los animales en nuestras vidas. No he conocido aún a ninguna persona que haya convivido con animales y que no haya sentido profundamente su prematura ausencia. Esa ausencia antes de tiempo es la mayor estafa al amor.
La pérdida y el duelo en los demás animales
Si nosotros, como animales, somos capaces de crear unos procesos neuronales que nos llevan a consolidar lazos afectivos entre nuestra especie y las demás, estos mismos procesos también se dan en los otros animales. Sería increíblemente antropocentrista pensar que los humanos somos los únicos capaces de sentir las ausencias.
El biólogo y doctor Marc Bekoff ha investigado de forma exhaustiva sobre este tema durante toda su vida profesional y ha recogido los hallazgos sobre la intensa y rica vida emocional de los animales en sus 30 libros y más de 1.000 ensayos. En una de sus publicaciones en el Psycology Today explica que la capacidad de sentir pena y dolor de los demás animales significa que son socialmente conscientes de lo que sucede en su mundo y que experimentan emociones profundas cuando fallecen amigos o familiares. Bekoff va un paso más allá cuando afirma que no debemos olvidar que las emociones son el regalo de nuestros ancestros, nuestra herencia más animal. ¿Quién no recuerda la famosa historia de Hachiko? ¿O a Bobby, el perro de Edimburgo que esperó pacientemente junto a la tumba del humano que le cuidó durante años? ¿Y a los grupos dechimpancés que lloran y despiden a los fallecidos?
Cuando Patrick falleció también expresé el dolor de su muerte en mis redes sociales y en mis círculos de amigas y conocidos para que otras personas, al leerme, se sintieran menos solas echando de menos a los animales con los que han compartido camino. Visibilizar la pérdida de una familia ante la muerte de un animal es dignificar la vida de ese cerdo, de ese conejo o de ese perro. Nuestra emoción se manifiesta así, como un homenaje también a aquellos a quienes no podemos salvar. Al fin y al cabo, aprender a decir adiós es díficil, necesario y muy animal.