A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?"
En cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solamente con estos detalles creen conocerle.
Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!"
Se trata de uno de mis fragmentos preferidos de “El Pincipito”, pocas oraciones pero con un gran significado para nuestro día a día. Y es que necesitamos ser felices, no ser ricos. Pero a menudo lo olvidamos.
Cada cosa es única, no por su precio sino por el significado que le otorgas
Es difícil luchar contra una sociedad que parece estar obsesionada con el mundo material, donde se nos insta constantemente a comprar cosas aunque no necesitamos porque “solo así podemos ser felices” y donde nuestro coche o smartphone son sinónimos del éxito que hemos tenido en la vida. Sin embargo, no es una misión imposible, sobre todo si partimos de la idea de que no necesitamos mucho para ser felices, porque la verdadera felicidad no es algo que proviene de fuera sino de dentro.
La felicidad se consigue con las experiencias compartidas, mirando dentro de nosotros, por lo que es importante que aprendamos a centrarnos más en el valor de las cosas, y no en su precio. De hecho, una cosa cara puede que no nos aporte nada pero una cosa valiosa es significativa para nosotros. Aunque a menudo confundimos ambos términos y los utilizamos indistintamente.
Sin embargo, algo caro no es necesariamente valioso y algo valioso no tiene por qué ser caro. Es importante que seamos conscientes de esa diferencia, para que podamos valorar las cosas por el significado que les conferimos, y no por su precio.
Y no se trata de un cambio intrascendente. Cuando nos fijamos en el precio, dejamos que sea la sociedad quien dicte el valor y el significado que le conferimos a algo. Así, pensamos que algo es valioso y útil solo porque es caro. Al contrario, cuando comenzamos a pensar en términos de valor no nos dejamos influenciar por el precio, comenzamos a preguntarnos si ese producto realmente nos gusta, nos representa o nos satisface. ¡Es una transformación radical!
No olvides el niño que levas dentro
Cuando éramos niños, la última cosa en la que nos fíjabamos era el precio. No disfrutábamos más de un juguete porque fuera más caro ni preferíamos una experiencia porque implicaba un gasto mayor. Los niños disfrutan de las experiencias, les hace felices todo lo que implique diversión, cariño y compañía. De hecho, la mayoría de los niños prefieren las monedas a los billetes, simplemente porque las monedas son más divertidas para jugar.
Solo más tarde, los adultos les inculcan el concepto de “valor social”, el significado del dinero y, por supuesto, la relación entre los precios y el estatus social. Fueron nuestros padres, maestros o compañeros de juegos quienes nos enseñaron que el valor está en el precio, no en las intenciones, el amor o las potencialidades.
Fue entonces cuando perdimos la capacidad de evaluar basándonos en lo que nos reporta realmente una actividad o un objeto. En ese punto caímos en la tela de araña que ha construido la sociedad y comenzamos a pensar que una cosa es mejor o más valiosa solo porque es más cara.
La buena noticia es que en realidad esa capacidad aún está en nuestro interior, solo necesitamos reactivarla. Para lograrlo, debemos comenzar a mirar dentro de nosotros mismos, intentando apartar los prejuicios y centrándonos exclusivamente en las emociones. Solo así descubrirás qué cosas o experiencias te hacen realmente feliz.
Al principio resultará difícil porque hemos realizado una asociación muy fuerte entre el precio y el grado de satisfacción. No obstante, si eres un observador atento te darás cuenta de que las cosas que compras por su precio solo brindan una satisfacción inmediata, son cosas que realmente no compras para ti sino para mostrar ante los demás.
Al contrario, las cosas valiosas son esas de las que te cuesta desprenderte, aunque estén viejas y gastadas, porque tienen una historia, les has conferido un significado y, de alguna forma, te hacen feliz.
Lo interesante de este ejercicio es que cuando dejas de pensar obsesivamente en el precio de las cosas y en comprar siempre más, te haces rico. Eres rico porque puedes encontrar la felicidad en pequeños detalles cotidianos y comprendes que no necesitas mucho para vivir plenamente. Después de todo, recuerda que si no somos felices con lo que tenemos, tampoco lo seremos con lo que nos falta.
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