Aún hay gente honesta, responsable, sincera, amable, capaz, cariñosa, sensible y respetuosa. Todavía queda gente que se aleja de la amargura, del egoísmo, de la hipocresía y de la soberbia.
Son personas que reconfortan, que nos hacen creer que la humanidad no está perdida, que nos ayudan a recuperar la fe en la posibilidad de regenerar un mundo corrompido por los intereses, la mentira y la falsedad.
Su aspecto es bonachón, atento y humilde, pero ellas no lo saben. No saben que representan todo aquello que nos hace sonreír, no saben lo importantes que pueden llegar a ser hasta con los detalles más insignificantes.
“Que maravilloso es que nadie necesita esperar un solo momento antes de comenzar a mejorar el mundo”.
Lo que aprendemos de la gente buena
La gente maravillosa no solo nos ofrece sonrisas, confort y felicidad, sino que nos ofrece bonitos recuerdos que se transforman en lecciones de vida a través de nuestras emociones.
Gracias a que nos cruzamos con ellos aprendemos que valen más las buenas acciones que las intenciones y que lo que ofrecemos a los demás siempre nos es devuelto multiplicado. Aún con todo, también aprendemos que la mejor recompensa es la que está dentro de nosotros.
La vida no es estabilidad sino que es saber andar en equilibrio, y para poder hacerlo necesitamos sentirnos bien con nosotros mismos. Para lograr esto, la única opción es rechazar las malas intenciones y aprender de las emociones negativas.
Educar en emociones, educar en la bondad
El hecho de que no siempre tengamos buenas intenciones y buenos sentimientos no nos convierte en malas personas, sino en personas normales. En este sentido hay mucha confusión, ya que solemos etiquetar o valorar la totalidad de una persona por hechos aislados.
Por ejemplo, sentir celos, ira, rabia o envidia es totalmente natural y no debe atormentarnos. En lo que tenemos que poner especial cuidado es en no actuar conforme a estos sentimientos y emociones.
O sea, debemos procurar no explotar como un volcán ni dejar que ciertas circunstancias nos dominen. Obviamente vamos a sentir envidia cuando alguien tiene algo que nosotros anhelamos o, por ejemplo, vemos que los demás avanzan en su vida mientras nosotros nos sentimos estancados.
Esto en ningún caso nos hace desmerecer los buenos calificativos. Así, con el simple hecho de ser conscientes de que no podemos escapar ni de las emociones ni de los sentimientos negativos, podemos lograr dar un paso más en el crecimiento de nuestra inteligencia emocional.
Consejos para superar las emociones destructivas
En general, decimos que son emocionalmente inteligentes aquellas personas que se caracterizan por ser justas, verdaderas, leales, honestas, prudentes y respetuosas. Lo cierto es que estos son aspectos que suelen definir a las personas equilibradas.
La bondad es un don que tiene que ser tan disfrutado como trabajado. Así, para lograr ese equilibrio emocional que tanto admiramos, tenemos que aprender a superar las emociones destructivas.
Como ya sabemos, muy pocas personas logran que estas desaparezcan y me atrevo a señalar que nunca lo hacen en su totalidad (entre otras cosas porque va en contra de nuestra naturaleza emocional). Para superarlas tenemos que trabajar ciertos aspectos, veámoslos:
1-Tenemos que entenderlas
Como ya hemos comentado, tenemos que deshacernos de la idea de que nuestras emociones son intolerables y dar un paso más allá a la hora de consolidar estas nuevas creencias. Cuando aparezcan esas emociones que consideramos destructivas piensa en ellas y en lo que las generó.
2-Deshacernos del miedo
Ser seres emocionales no es algo malo ni negativo, ¿verdad? Pues a partir de ese mismo razonamiento podemos decir que sentir envidia o ira en un momento dado tampoco lo es. Al fin y al cabo, la afirmación es la misma, solo que al hablar de envidia estamos especificando y siendo más concretos.
Probablemente nos resulte más tolerable pensar en la naturalidad con la que un niño se enfada o se siente celoso. Sabemos que no le tenemos que reprender por esto, sino que tenemos que hacerle entender cómo se siente.
¿Por qué no hacemos con nosotros lo mismo? Es exactamente igual. Comprender esto e interiorizarlo nos ayudará a no temer a nuestra naturaleza y a nuestras emociones.
3-Hay que deshacerse de las etiquetas
Por norma general, el ser humano tiende a hacer atribuciones internas, estables y globales de los comportamientos de los demás considerados como negativos. Si bien con nosotros mismos somos más benevolentes, acabamos temiendo que por esa misma regla de tres los demás hagan lo mismo con nosotros.
Generalmente no somos conscientes de que esto sucede tal cual en nuestra mente, pero sí conocemos el perjuicio que supone que los demás nos consideren conforme a algo que no nos define.
4-Cultivar el equilibrio emocional
Si bien podríamos considerar a las emociones destructivas como aquellas que resultan dañinas para nosotros y para los demás, lo cierto es que solo se convierten en destructivas cuando perturbar nuestro equilibrio mental.
O sea, no es tanto el sentir ira, como el dejar que esta se prolongue en el tiempo y nos destruya. Aunque no es fácil cargar cada emoción con buenos sentimientos, es el camino que debemos andar para alcanzar la serenidad mental que tanto ansiamos y admiramos.
De esta manera, reflexionar sobre nuestras emociones y valores nos ayudará a promover aspectos tan relacionados con la bondad como la compasión, el sosiego y la confianza.
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