El 6 de agosto de 1945 fue lanzada sobre Hiroshima la primera bomba atómica usada como arma de guerra. En el momento de la explosión —con una temperatura cuarenta veces superior a la del Sol y una radiación de aproximadamente 240 Gy— la ciudad quedó destruida y murieron unas 140.000 personas. En poco menos de un año, a unos pocos kilómetros del hipocentro, brotó un
Ginkgo biloba entre las ruinas de un antiguo templo budista. En la remodelación del edificio se mantuvo el árbol que pasó a ser un símbolo de renacimiento y veneración. A sus pies inscribieron una oración: “No más Hiroshima”. Aunque durante mucho tiempo no quedó rastro de vida en la ciudad, algunos
Ginkgo biloba (y otras especies) resurgieron entre los escombros y la desolación. Los japoneses apodaron
Hibakujumoku a los árboles que sobrevivieron a la bomba atómica.
La fortaleza del Ginkgo biloba es antológica. Este árbol persiste en condiciones de poca luz y escasez de nutrientes y es altamente resistente a bacterias, hongos y virus. Su ADN es aproximadamente
3,5 veces más largo que el humano y contiene más de 40.000 genes, muchos de los cuales le sirven para protegerse de las amenazas exteriores. Todo apunta a que, a lo largo de los años, ha habido una notable expansión de las familias de genes que le proporcionan mecanismos defensivos. Ante el ataque de herbívoros o patógenos, despliega un conjunto de moléculas para combatirlos, ya sea contraatacando directamente o activando un sistema de alarma que tanto puede inducir las defensas del mismo (u otros individuos colindantes) o atraer a los enemigos de sus enemigos. Actualmente los científicos estudian hasta qué punto el arsenal químico del
árbol de los cuarenta escudos tiene propiedades farmacológicas.
Ginkgo biloba se ha usado como medicina tradicional en países asiáticos desde hace centenares de años. En el
Compendio de Materia Médica, el libro más completo y exhaustivo de la medicina china tradicional, las semillas de
Ginkgo biloba se describen como un tratamiento para la senilidad de los miembros envejecidos de la corte real. El mercado occidental de estos productos mueve centenares de millones, pero su eficacia clínica es, más bien, dudosa. En el caso de la demencia, un estudio reciente realizado con una gran muestra y un seguimiento durante seis años, no mostró diferencias entre el
Ginkgo biloba y el placebo; ambos grupos del experimento tuvieron los mismos resultados en los ejercicios de memoria, lenguaje, atención, juicio visuoespacial y en las pruebas de ejecución. De momento, parece ser que el uso clínico queda en entredicho y los poderes químicos del
árbol de los cuarenta escudos permanecen exclusivos de su vigor y longevidad.
El Ginkgo biloba puede llegar a uno 1500 años de edad y es uno de los organismos vivos más antiguos de la Tierra
El
Ginkgo biloba puede llegar a uno 1500 años de edad y es uno de los organismos vivos más antiguos de la Tierra. Es un fósil viviente, ya que apenas ha cambiado desde hace 270 millones de años, antes incluso que aparecieran las flores y los dinosaurios. A pesar de su estancamiento morfológico ha sobrevivido mientras que otros parientes cercanos han ido desapareciendo. No obstante, después del periodo de glaciaciones, quedaron reducidos a algunas zonas montañosas de la China. Recientemente se ha podido determinar que existe una
población nativa de Ginkgo biloba silvestre en el valle y laderas más bajas de las montañas de Dalou, en el sudoeste del país asiático. En realidad, su dispersión mundial se debe a la mano humana y, en gran parte, también su supervivencia. El primer escrito sobre su cultivo proviene de un monje y data del año 980. En el S.XIII las plantaciones ya se extendían a lo largo de Asia y en el año 1690 el médico botánico Engelbert Kaempfer descubrió su existencia en Japón. Desde entonces, se puede apreciar los
Ginkgo biloba adornando parques y jardines en todo el mundo.
En Alemania, el poeta Goethe se inspiró en el
Ginkgo biloba para escribir estos versos: “Las hojas de este árbol, que del Oriente / a mi jardín venido, lo adorna ahora, / un arcano sentido tienen, que al sabio / de reflexión le brindan materia obvia”. El
poema iba dirigido a su amante Marianne von Willemer. El 23 de enero de 1815 se vieron por última vez en el jardín del castillo de Heidelberg donde Goethe mostró a Willemer un
Ginkgo biloba que allí yacía y tomó dos hojas que luego pegó al poema. En unos días se lo envió y en él plasmó el símil entre la curiosa forma de las hojas —del latín
biloba; bis,
dos y loba,
lobulado— y la dualidad versus la unidad del ciclo romántico: "¿Será este árbol extraño algún ser vivo / que un día en dos mitades se dividiera? / ¿O dos seres que tanto se comprendieron, / que fundirse en un solo ser decidieran?"
Òscar Cusó (@oscarcuso) es biólogo, director y guionista de documentales de naturaleza, ciencia e historia. Ha trabajado en diferentes series y largometrajes para cadenas como la BBC, National Geographic o TVE.