El amor maduro es una de las experiencias más maravillosas que podemos experimentar. Sin embargo, a menudo lo confundimos con la pasión, el enamoramiento o la dependencia. De hecho, la línea entre el amor y la dependencia emocional es muy sutil, por lo que resulta muy fácil sobrepasarla y caer en una relación enfermiza donde una de las personas anula su personalidad para satisfacer al otro. ¿Cómo detectar si estás sufriendo una dependencia emocional?
¿En qué se diferencia el amor maduro de una relación de pareja tóxica?
1. El amor es entrega, la dependencia es egoísmo
Cuando amas, te centras en hacer que la otra persona sea feliz. Siempre estás pensando en tu pareja, y buscas nuevas formas para sorprenderla y satisfacerla. No llevas la cuenta de quién aporta más a la relación y no te enfadas por detalles intrascendentes, porque eres consciente de que tienes a una gran persona a tu lado. No intentas manipularla ni pretendes dominar la relación porque te sientes seguro. Al contrario, le pides siempre su opinión, porque deseas que se sienta escuchado y amado. El amor maduro es aquel que da, sin esperar recibir nada a cambio, porque el acto de dar es gratificante en sí mismo.
El dependiente emocional, al contrario, se centra en la forma en que su pareja le hace feliz, establece una relación egoísta porque se entrega pero solo para recibir algo a cambio. Esa persona también tiene un miedo enorme a perder a su pareja, por lo que suele asumir una actitud manipuladora, intenta controlar la relación para que esta continúe siendo una fuente de satisfacción personal.
2. El amor libera, la dependencia aprisiona
El amor maduro implica que cada persona debe ser capaz de crecer en la relación. Implica que cada cual es libre de expresarse, que no tiene miedo a exponer sus defectos y debilidades. Esa confianza mutua es liberadora, y permite que ambas personas expresen al máximo su potencial. En ese tipo de relación no hay cabida para el control, porque cada quien anima al otro a plantearse nuevas metas y le apoya para lograrlas.
El amor maduro es una tierra fértil para el crecimiento personal. La dependencia emocional, al contrario, suele convertirse en una cárcel. La persona dependiente quiere que su pareja pase cada vez más tiempo a su lado, que le rinda cuentas y que se entregue completamente a la relación, olvidando sus propios sueños y proyectos. De esta forma, la relación termina agobiando, sacando lo peor de ambos.
3. El amor perdura, la dependencia es efímera
El amor soporta bien el paso del tiempo. De hecho, a diferencia de la pasión, el amor maduro se desarrolla y crece con los años. Como un árbol, profundiza sus raíces y le crecen nuevas ramas. Esto no significa que no existan desencuentros y discusiones pero cada una de las personas crece al lado de la otra, decidiendo cada día estar juntas, no porque se necesitan sino porque se quieren.
El amor se centra en la otra persona, en sus cualidades positivas que la hacen perfecta para ti. Al contrario, la dependencia emocional está basada en una sensación de vacío que se necesita llenar con cualquier persona. De hecho, muchos dependientes emocionales pasan rápidamente de una relación a otra, porque en el fondo lo que les interesa no es la persona en sí, sino cómo esta puede llenar esa carencia afectiva. Se trata de personas que no pueden estar solas y que no buscan a su alma gemela, sino tan solo a alguien que llene ese vacío.
¿Por qué las relaciones de dependencia son tan dañinas?
Las relaciones que generan una dependencia emocional terminan haciendo infelices a ambos. La persona dependiente siempre quiere más, no se siente satisfecha y vive con la zozobra continua que genera el miedo de la pérdida. La otra parte se siente cada vez más agobiada, sin poder desarrollar su potencial, atrapada en una relación que no le aporta nada. Como resultado, antes o después este tipo de relaciones llegan a su fin, no sin antes causar varias heridas emocionales.
Afortunadamente, si nos damos cuenta antes, podemos revertir la situación y canalizar esa energía de forma positiva, hacia un amor maduro que permita que ambas personas crezcan y se complementen de verdad, no de manera enfermiza.
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