Rincón de la Psicología |
Posted: 16 Nov 2017 02:00 AM PST
A veces confundimos y utilizamos indistintamente los términos racionalidad e inteligencia. Pensamos que una persona inteligente es racional, y que toda persona racional es inteligente. No es así. De hecho, tomar decisiones racionales no siempre nos guía por el mejor camino, a pesar de que nos resulta difícil reconocerlo puesto que vivimos en una época en la que hemos colocado la racionalidad en un pedestal y le rendimos honores.
Vemos las emociones como el "enemigo" que nubla nuestro raciocinio y nos impulsa a tomar malas decisiones. Y pensamos que el simple hecho de que prevalezca la razón nos garantiza una buena decisión. Sin embargo, podemos tomar decisiones lógicas y racionales que, a la larga, no sean las mejores para nosotros. Si no escuchamos nuestras emociones, las decisiones racionales pueden hacernos muy infelices. Ser inteligentes consiste precisamente en decidir con el corazón y la razón.
Esa dicotomía entre emociones e intelecto comenzó con Descartes, quien afirmaba que solo por medio de la razón se pueden descubrir ciertas verdades universales. Su oposición a la experiencia como fuente de conocimiento dio lugar al racionalismo que impera aún hoy, hasta tal punto que tenemos como ideal a la persona racional y criticamos a la persona emocional.
Las personas más inteligentes pueden tomar las decisiones más irracionales
A inicios de los años 1970, psicólogos de la Universidad de Stanford y Columbia Británica realizaron una serie de experimentos en los que demostraron que todos, incluso las personas muy inteligentes, tenemos una propensión a la irracionalidad y a tomar decisiones basándonos más en la intuición que en la razón.
En uno de esos experimentos les pidieron a los participantes que leyeran un fragmento en el que se describía la personalidad de una mujer. Se calificaba como sincera, brillante, graduada de filosofía y preocupada por cuestiones como la discriminación y la justicia social. Luego les preguntaron cuál de las dos afirmaciones sobre ese personaje era más probable: A) Linda es cajera o B) Linda es cajera y feminista activa.
El 85% de las personas escogieron la opción B, aunque desde la lógica, A era la opción más probable. Los participantes fueron víctimas de la falacia de la conjunción, una creencia según la cual, pensamos que es más probable que coincidan dos eventos a que suceda uno solo. Sin embargo, no es la única falacia en la que caemos a la hora de tomar decisiones. También solemos ignorar información cuando esta no se corresponde con nuestras expectativas y creencias previas, aunque sea relevante para la resolución del problema, es lo que se conoce como sesgo de confirmación.
Más adelante, investigadores de la Universidad de Toronto le dieron una nueva vuelta de tuerca a la relación entre inteligencia y racionalidad. En esa ocasión se centraron en las personas que tomaban las decisiones más racionales, preguntándose cuál era su secreto.
Estos psicólogos descubrieron que, por lo general, las personas más inteligentes no siempre eran las más racionales. En otras palabras, una persona con un CI alto tiene las mismas probabilidades de tomar decisiones irracionales que alguien que tenga un CI bajo. De hecho, las personas más inteligentes eran más propensas a tomar decisiones irracionales.
Estos psicólogos bautizaron ese fenómeno como “disracionalidad” y hasta llegaron a elaborar un “Coeficiente Racional”, para diferenciarlo del tradicional “Cociente de Inteligencia”.
A veces es bueno ser racional, otras veces es mejor ser inteligente
Todo parece indicar que la clave radica en el pensamiento reflexivo, en nuestra capacidad para alejarnos de los sesgos y falacias analizando el curso de nuestro pensamiento desde una perspectiva desapegada que nos ayude a tomar decisiones más racionales.
Algunos psicólogos han bautizado esta capacidad de metacognición como la “disposición al razonamiento”, entendiéndola como la flexibilidad cognitiva para cambiar la opinión, abrirse a nuevas ideas y buscar nuevas realidades más allá de las ideas preconcebidas. A nivel de laboratorio, comprobaron que las personas que toman decisiones más racionales son precisamente aquellas que están más abiertas a todas las posibilidades porque eso les permite no atarse a formas de pensar o creencias pasadas.
Sin embargo, no debemos caer en el error de pensar que la racionalidad siempre nos conduce a tomar la mejor decisión. Hay ocasiones en las que las decisiones más inteligentes vienen señaladas por el instinto, por esas sensaciones viscerales que no siempre podemos explicar pero que nos indican cuál es el mejor camino.
Ser inteligentes no implica ser racionales sino ser capaces de unir todas las pistas y tomar la mejor decisión. La inteligencia es la capacidad para resolver problemas, pero en muchos casos, para evadir los obstáculos se necesita una dosis de pensamiento divergente, salir de los caminos preestablecidos por la lógica y atreverse a arriesgar siguiendo la intuición.
Fuentes:
Stanovich, K. E. & West, R. F. (2008) On the relative independence of thinking biases and cognitive ability. Journal of Personality and Social Psychology; 94(4): 672-695.
West, R. F., Toplak, M. E. & Stanovich, K. E. (2008) Heuristics and biases as measures of critical thinking: Associations with cognitive ability and thinking dispositions. Journal of Educational Psychology; 100(4): 930-941.
Tversky, A. & Kahneman, D. (1983) Extensional versus intuitive reasoning: The conjunction fallacy in probability judgment. Psychological Review; 90(4): 293-315.
Tversky, A. & Kahneman, D. (1986) Rational Choice and the Framing of Decisions. The Journal of Business; 59(4): 251-278.
Stanovich, K. E. & West, R. F. (1997) Reasoning independently of prior belief and individual differences in actively open-minded thinking. Journal of Educational Psychology; 89(2): 342-357.
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