Elena entorna los ojos mientras el coro cierra el acto con el Gaudeamus. "Viva la Academia, vivan profesores". Sus ojos se pierden por la parte alta del Paraninfo, donde aparecen tantos grandes nombres que han hecho de la lengua castellana un navío indestructible. Están pintados los nombres de Francisco Quevedo, Lope de Vega, Antonio de Nebrija, San Ignacio de Loyola, San Juan de Ávila, Bartolomé de Carranza... y ninguna mujer.
Así arrancó su colorido y corrosivo discurso la escritora mejicana, subrayando el hecho de que ella es la cuarta mujer galardonada, frente a los 35 hombres que han contado con el reconocimiento. Avanzaba con esta entrada un recorrido bravo y valiente por los temas menos dulces y con el tono menos complaciente de los que se han escuchado el 23 de abril en Alcalá de Henares.
"Antes de que los EEUU pretendieran tragarse a todo el continente, la resistencia indígena alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal y los levantó muy alto cuando las mujeres de Chiapas, antes humilladas y furtivas, declararon en 1994 que querían escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol. Deseaban tener los mismos derechos que los hombres", tronó cantarina, la menuda escritora desde el púlpito universitario.
Las mujeres de Chiapas declararon en 1994 que deseaban tener los mismos derechos que los hombresHa sido un discurso mucho más humanista que literario, más rebelde que académico, más incorrecto que político y honesto. Elena Poniatowska ha trazado un recorrido por sus influencias vitales, por las lecturas de sus contemporáneos, desde Octavio Paz a José Emilio Pacheco o Álvaro Mutis, sin olvidar a Sor Juana Inés de la Cruz.
Y, por supuesto, Gabriel García Márquez, de quien ha improvisado unas líneas ante la repentina muerte: "Quería recordar a Gabriel García Márquez, porque antes de él éramos los condenados de la tierra. Pero con sus cien años de soledad, Gabriel García Márquez le dio alas a América Latina y es ese gran vuelo el que hoy nos envuelve y nos levanta, y hace que nos crezcan flores en la cabeza".
Flores en la cabeza no las trajo esta vez, pero es el tocado que acompaña a su resplandeciente vestido, que las mujeres indígenas de Juchitán (Oaxaca, México) le hicieron para que ella lo mostrara cada vez que reconocieran su labor literaria y periodística con un premio. Cumplió con su promesa, pero también con el compromiso de abrirle las puertas a la voz de "los perdedores de nuestro continente, los de a pie, los que hurgan en la basura, los recogedores de desechos de las ciudades perdidas, las multitudes que se pisotean para ver al Papa, los que viajan en autobuses atestados, los que se cubren la cabeza con sombreros de palma, los que aman a Dios en tierra de indios".
Alcalá, tierra de indios
Poniatowska colonizó Alcalá de Henares, tomó la cuna de Cervantes para convertirla en tierra de indios, en la honra de los Sancho Panza. "Ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino a una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan".
Y ahí abanderó la tarea del periodista, como ella se ha reconocido siempre y por lo que siempre ha sido menospreciada por las elites literarias, más acostumbradas a las voces de su imaginación que a las de la calle. Una escritora con oído, una cronista que escucha, una niña francesa descendiente de familia polaca, que aprende el español en la calle, con los gritos de los pregoneros "y con unas rodas que siempre se referían a la muerte".
Una vez bajó su discurso a la calle creó uno de los momentos más sobrecogedores de la mañana, cuando lanzó unas coplillas macabras: "Cuchito, cuchito/ mató a su mujer/ con un cuchillito/ del tamaño de él./ Le sacó las tripas/ y las fue a vender./ ¡Mercarán tripas/ de mala mujer!". Y también: "Naranja dulce,/ limón celeste,/ dile a María/ que no se acueste./ Marís, maría/ ya se acostó,/ vino la muerte/ y se la llevó".
También rompió con la tradicional ley de ensalzar a toda costa a Miguel de Cervantes. Las referencias al Quijote han sido esporádicas, acaso sus mujeres (Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza), en una reflexión protagonizada por la cultura de la pobreza, la batalla del conocimiento, la lucha por la resistencia a la colonización, la reivindicación a las raíces y el derecho a la diversidad cultural. "El idioma era la llave para entrar al mundo indio, el mismo mundo del que habló Octavio Paz, aquí en Alcalá de Henares en 1981, cuando dijo que sin el mundo indio no seríamos lo que somos".
Ha hecho una celebración del indigenismo, de su voz y de su condición. "¿Cómo iba yo a transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutrimicuaro? Me gustó poder pronunciar Xochitlquetzal, Nezahualcóyotl o Cuauhtémoc y me pregunté si los conquistadores se habían dado cuenta de quiénes eran sus conquistados".
Sus palabras sonaban a revolución, a alumbramiento, a revuelo sobre la manta de canas y calvas que cubría la bancada del auditorio, con sus trajes al corte, los vestidos de celofán por encima de la rodilla y la pompa de los escuderos del ejército de las letras recias.