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NUEVO FÁRMACO EN EL PUNTO DE MIRA
Un nuevo fármaco, en el punto de mira por sus brutales efectos adversos
Los mecanismos de control ideados para evitar la comercialización de medicamentos en los que acaba siendo peor el remedio que la enfermedad, han vuelto a fallar. En esta ocasión se trata del ácido valproico, un fármaco contra la epilepsia y el trastorno bipolar responsable de graves malformaciones y retrasos cognitivos en los bebés(1).
Se estima que sólo en España podría haber unos 9.000 niños afectados debido a la toma de este medicamento por parte de sus madres cuando estaban embarazadas, pues en el prospecto no se indicaba que podría afectar al feto. Y a éstos hay que sumar los miles de casos confirmados en otros países como Francia o Reino Unido.
Pero lo más flagrante de este fármaco, que se comercializa desde hace 50 años en un centenar de países y sigue vendiéndose a día de hoy, es que en 1979 ya había 10 estudios que asociaban su toma con el riesgo de espina bífida, paladar hendido, craneoestenosis, varias cardiopatías y defectos urogenitales, renales y en las extremidades. Sin embargo, en el prospecto sólo se empezó a advertir de estas posibles malformaciones a partir de 1990. Y respecto a los graves efectos sobre el desarrollo neurológico, fue en 2014 cuando se indicaron por primera vez.
Martin Scorsese gana el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2018
El jurado destaca la renovación realizada por el director a lo largo de más de una veintena de películas que le convierten en "una figura indiscutible del cine contemporáneo"
Madrid
Culpa y redención; montaje desenfrenado con una cámara en constante movimiento; personajes siempre más grandes que la vida, y un apasionado e indestructible amor por el cine. Esas son algunas de las razones que han convertido al cineasta estadounidense Martin Scorsese en un mito contemporáneo, y más de una de ellas habrán cruzado por la mente del jurado que ha otorgado el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2018 a Scorsese (Nueva York, 1942). Su carrera arrancó en su ciudad natal al mismo tiempo que empezaba el triunfo del Nuevo Hollywood, movimiento en el que entró Scorsese, y una revolución que acabó devorada por los más jóvenes de sus integrantes: George Lucas y Steven Spielberg. Pero de todos ellos, el que ha aguantado en activo con mayor lucidez ha sido Scorsese, una especie de padre de Tarantino para las nuevas generaciones y el creador que supo llevar al cine el desenfreno y la negrura de los años setenta, y plasmar en películas el subidón que provocan las drogas y la violencia en el ser humano. Por cierto, con su galardón, justificado por el jurado por ser "uno de los directores de cine más destacados del movimiento de renovación cinematográfica surgido en los años setenta del siglo XX, por la trascendencia de su labor creadora y por mantiene actualmente en plena actividad, aunando en su obra, con maestría, innovación y clasicismo", la Fundación Princesa de Asturias ya ha premiado a los tres grandes cineastas neoyorquinos: Woody Allen, Francis Ford Coppola y Scorsese.
Por si no hubiera suficiente, Scorsese es un apasionado de la música, a la que ha dedicado innumerables documentales, y del cine: lo ha visto todo y de todo sabe. La leyenda asegura que él y Bertrand Tavernier, cineasta francés tan apasionado del séptimo arte como Scorsese, se conchabaron durante décadas con las azafatas del Concorde que iba de París a Nueva York para intercambiarse vídeos de películas, cuando la cinefilia solo se podía acallar a golpe de copias piratas y de proyecciones en filmotecas. El director de Toro salvaje es, además, uno de los fundadores de World Cinema Foundation, a través de la que realiza "una intensa y amplia tarea de recuperación, restauración y difusión del patrimonio cinematográfico histórico en todo el mundo", según el jurado. El cineasta se ha mostrado "profundamente honrado y agradecido" por el reconocimiento, en declaraciones difundidas por la Fundación Princesa de Asturias: "Siempre he considerado como una bendición haber podido hacer las películas que he hecho, y contar las historias que he necesitado contar, con tan extraordinarios colaboradores. Haber sido reconocido y entendido es una bendición todavía mayor".
Curiosamente, y para mayor ensalzamiento de su figura, Scorsese no ha recibido innumerables premios: solo ganó el Oscar a la mejor dirección con Infiltrados (2006), que probablemente no esté entre sus 15 mejores trabajos, y además tiene la Palma de Oro de Cannes por Taxi Driver,tres Globos de Oro, dos premios BAFTA, un Emmy, y el reconocimiento del gremio de directores de Estados Unidos. Poca cosa para alguien fundamental en la historia del cine. El Princesa de Asturias de las Artes ha recaído en ocasiones precedentes en cineastas como Luis García Berlanga, Vittorio Gassman, Fernando Fernán-Gómez, Pedro Almodóvar y Michael Haneke.
Scorsese es el cineasta de ruido y de la furia, el auténtico chute energético de la pantalla, un entomólogo fascinado con las pequeñas criaturas que disecciona -en su caso, seres humanos- por los que siente también ternura. De educación católica, lo más brillante de su producción de los setenta y ochenta surgió de su colaboración con el guionista Paul Schrader, otro cineasta de profundas creencias religiosas, y por ello su obra está marcada por la culpa y la redención. Otra de las figuras claves que le rodean es Thelma Schoonmaker, su montadora habitual. De ese pasado de exseminarista le quedan a Scorsese frases tan brillantes como la que iguala ir al cine y a una misa: "En ambos lugares te sientas al lado de desconocidos, a oscuras, esperando recibir una iluminación espiritual desde lo que preside la sala, el altar o la pantalla". Al fin y al cabo, la iglesia y el cine eran los dos únicos sitios a los que sus padres le dejaban ir.
Los setenta y los ochenta
Hijo de inmigrantes italianos, debutó en el cine en 1968 con ¿Quién llama a mi puerta?, aunque con el largometraje que llamó la atención fue Malas calles(1973). Así entró a encadenar títulos míticos como Alicia ya no vive aquí (1974) Taxi Driver (1976), New York, New York (1977), Toro salvaje (1980), El rey de la comedia (1982), Jo, qué noche (1985), El color del dinero (1986), La última tentación de Cristo (1988), Uno de los nuestros (1990) (León de Plata en Venecia a la mejor dirección), El cabo del miedo (1991) y La edad de la inocencia (1993), eso sin mencionar una decena de documentales sobre cine y música, o la dirección del vídeo musical Bad para Michael Jackson. Todo esto mezclado con una vida personal turbulenta: el aspecto físico de duende travieso de Scorsese esconde un alma en embullición.
Si ese tramo de su carrera quedó marcado por sus trabajos con Robert De Niro, con el que cierra su colaboración en Casino en 1995, desde 2002 su actor fetiche ha sido Leonardo DiCaprio, con el que ha rodado Gánsteres de Nueva York(2002), El aviador (2004), Infiltrados (2006), Shutter Island (2010) y El lobo de Wall Street (2013). Su último largometraje fue Silencio (2016), en el que volvía a indagar en la fe católica.
Productor y director de documentales sobre grupos como The Band, The Rolling Stones, Scorsese ha dirigido Blues (una obra documental de siete partes sobre la historia del género); George Harrison: Living in the Material World (sobre el músico de The Beatles) o No Direction Home, sobre la música, la vida y la influencia en la cultura popular estadounidense de Bob Dylan. Y ahora está enfangado en la larga posproducción de The Irishman, la película que le ha producido Netflix, que desgrana el asesinato de Jimmy Hoffa, sindicalista estadounidense relacionado con la Mafia, y en la que actúan De Niro, Joe Pesci, Harvey Keitel (dos de sus actores habituales) y por primera vez en el universo Scorsese, Al Pacino. "Los pecados no se expían en la iglesia, sino en la calle", se oía en Malas calles: Scorsese también lo ha hecho en el cine.
La escuela mata la creatividad
Rincón de la Psicología |
Posted: 27 Apr 2018 02:00 AM PDT
Vivimos en un mundo que representa lo mejor del ingenio humano. Todo lo que nos rodea, en algún momento, fue pura fantasía, el sueño de alguien que no se dio por vencido. Nuestra fortaleza como especie radica precisamente en nuestra increíble diversidad, en la variedad.
Y cuanto más incierto se perfile el futuro en el horizonte, más debemos confiar en nuestra capacidad para adaptar nuestros conocimientos y crear. Por eso, la educación es un pilar fundamental para prepararnos para ese futuro.
Sin embargo, si ni siquiera sabemos cómo será el mundo dentro de cinco años, ¿cómo podemos preparar a los niños de hoy para que salgan a trabajar dentro de 20 años? ¿Cómo educa la escuela de hoy a los niños para que enfrenten un futuro que desconocemos?
La escuela moderna se asegura de que lo posible se vuelva imposible
Todos somos conscientes de la extraordinaria habilidad de los niños para innovar. Los niños tienen grandes talentos, pero los desperdiciamos sin piedad. Tienen ideas increíbles y viven en el mundo de lo posible, un universo donde todo puede convertirse en realidad y nada es realmente imposible.
No hay ideas tan extrañas que no puedan realizarse. Los niños piensan que para hacer realidad esas ideas, solo tienen que esperar a crecer. Sin embargo, mientras crecen, la escuela se encarga de hacer que ese mundo posible desaparezca. Les arrebata su increíble capacidad de ponerse a prueba y experimentar.
Los niños no temen cometer errores. Por supuesto, cometer errores no significa ser creativo. Pero una persona que evita los errores nunca creará nada original porque la creatividad siempre encierra la posibilidad del fracaso.
Cuando los niños crecen, la mayoría ya han perdido el deseo de experimentar y la capacidad de soñar. Les aterrorizan los errores. No es extraño ya que el sistema educativo estigmatiza el error desde los primeros grados. Como resultado, se educa excluyendo la creatividad.
Educar no es llenar la mente, sino liberarla de sus ataduras
Picasso dijo que “todos los niños son artistas, el problema es mantenerlos así hasta que crezcan”. Nacemos con un gran potencial creativo, pero poco a poco lo desaprendemos. No es extraño ya que nuestro sistema educativo se basa en desarrollar habilidades académicas, en el férreo marco de una jerarquía implícita. En lo más alto se encuentran las ciencias, luego las lenguas y en lo más bajo las disciplinas artísticas. Incluso en las artes hay una jerarquía: la pintura y la música son más importantes que la danza y la actuación. Sin embargo, se ha demostrado que las personas que bailan son más felices.
El hecho de que el sistema educativo se base en las habilidades académicas se debe a que fue inventado en el siglo XIX, fundamentalmente para satisfacer las necesidades industriales de aquel momento. Hoy el mundo ha cambiado, pero el sistema educativo sigue siendo el mismo.
La UNESCO ha alertado de que en los próximos 20 años se graduarán más personas en el mundo que todos los graduados que han existido desde que se institucionalizó la educación. Por eso, no es extraño que las calificaciones educativas valgan cada vez menos.
Antes, si tenías un título, tenías un trabajo. Hoy necesitas un título especializado, un máster y quizá también un doctorado. Las escuelas han dejado de educar para convertirse en una maquinaria de exámenes, de manera que las universidades se han convertido en negocios para producir títulos.
Llegados a este punto, quizá deberíamos repensarlo todo. Cambiar radicalmente nuestra idea de inteligencia y creatividad. Replantearnos los objetivos de la escuela y cambiar radicalmente la concepción de la educación. Tal vez así, en vez de lastrar a los niños, logremos prepararlos para que desarrollen de verdad todo su potencial.
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MI ABUELA
En esta fotografía soy la pequeñita.
Hoy, mientras estaba desayunando me vino el recuerdo de mi abuela. Nací dos años después de que ella falleciera por esa razón me pusieron su mismo nombre "Carmen" no tuve la suerte de conocerla pero a través de todo lo que me contaban de ella es como si la conociera de toda la vida, siempre me sentí muy unida a ella.
Os cuento que esta mujer mi abuela con 9 hijos, en plena guerra aún tenía tiempo para hacer grandes pucheros de comida que con la ayuda de una vecina caminando (calculo sobre 3/4 de hora) llevaban a la plaza de toros de Valencia donde estaban presos los de la izquierda llamados rojos allí se agolpaban contra los barrotes cuando llegaba mi abuela como no les dejaban que les llevaran comida, ella se dirigía a cualquiera de los presos y le decía sobrino que ya no conoces a la tía Carmen te traigo puchero (en Valencia el puchero es similar al cocido madrileño) el susodicho sobrino rápidamente (y es que el hambre despierta a un muerto) se daba cuenta junto con los que habían a su alrededor de que la tía Carmen no era ni tía ni nada todos ellos se amontonaban para que mi abuela les pusiera con el cazo en los cuencos la comida.
Absolutamente nadie que la conoció escuché hablar ningún mal comentario, ningún reproche hacía su comportamiento.
Tantas y tantas historias de generosidad hacia los demás, que escuche desde niña marcó fuertemente mi personalidad. Hoy quiero agradecerle por ser mi ejemplo a seguir se que ella me guía y que en algún momento nuestras energías se unirán en el infinito.
Perdonar mi osadía no escribo ni lo se hacer pero eso sí me sale del corazón por ello os pido perdón por si alguien se da cuenta de que en algún momento mi narración no esta bien ejecutada. Carmen Calabuig
Hijos de padres emocionalmente inmaduros: infancias perdidas
Posted by Rocio on Friday, 27 April 2018
Ser hijo de unos padres emocionalmente inmaduros deja huellas profundas. Tanto, que son muchos los niños que acaban asumiendo responsabilidades de adulto y que crecen antes de tiempo forzados por esa incompetencia parental, por ese vínculo frágil, descuidado y negligente que desdibuja infancias y arrasa autoestimas.
Nadie puede elegir a sus padres, eso lo sabemos, y aunque siempre llega un momento en que como adultos tenemos ya pleno derecho a optar por el tipo de trato que queremos establecer con ellos, un niño no puede hacerlo. Porque nacer es casi como caer de una chimenea. Hay quien tiene la suerte de ser alcanzado por unos progenitores maravillosos, hábiles y competentes que les permitirán crecer de forma segura, madura y digna.
Por otro lado, hay quien tiene la mala fortuna de aterrizar en brazos de unos padres inmaduros que determinarán de forma implacable los cimientos de sus personalidades. Ahora bien, los expertos en psicología infantil y dinámica familiar saben que en estos casos pueden suceder dos cosas muy llamativas, a la vez que determinantes.
Los padres con una personalidad claramente inmadura e incompetente pueden favorecer en ocasiones la crianza de niños tiránicos e igual de inmaduros. Sin embargo, también pueden propiciar que los propios niños asuman el rol de ese adulto que los padres han rehuido ejercer. Es así como algunos pequeños acaban responsabilizándose de sus hermanos menores, ocupándose de las tareas del hogar o asumiendo decisiones que no son acordes a su edad.
Este último hecho, por curioso que nos parezca, no hará que ese niño sea más valiente, más maduro ni más responsable de una manera que podríamos entender como saludable. Lo que se consigue por encima de todo es dar al mundo criaturas que han perdido su infancia. Te proponemos reflexionar sobre ello.
Padres emocionalmente inmaduros, infancias truncadas
Algo en lo que todos estamos de acuerdo es que tener hijos no nos convierte en auténticos padres. La maternidad, como la paternidad más sana y significativa, se demuestra estando presentes, facilitando un afecto real, enriquecedor y fuerte para que ese niño sea parte de la vida y no un corazón roto y vinculado solo al miedo, a las carencias y a la baja autoestima.
Algo que todo niño necesita, más allá del simple alimento y la ropa, es esa accesibilidad emocional, madura y segura donde sentirse conectado a unas personas para entender el mundo y a su vez, entenderse a sí mismo. Si esto falla, todo se desmorona. Las propias emociones del niño quedan invalidadas por el padre emocionalmente inmaduro o por esa madre que, preocupada solo por sí misma, descuida los sentimientos y las necesidades emocionales de los hijos.
Por otro lado, cabe decir que este tipo de dinámicas son más complejas de lo que parecen a simple vista. Tanto, que es conveniente diferenciar 4 tipo de padres y madres emocionalmente inmaduros.
La inmadurez parental
La primera tipología hace referencia a esos padres y a esas madres de comportamiento errático y desigual. Son padres muy inestables emocionalmente, de los que hoy hacen promesas y mañana las incumplen. Padres que hoy están muy presentes y mañana hacen sentir a sus hijos que son una molestia.
- Los padres impulsivos, por su parte, son aquellos que actúan sin pensar, que emprenden planes sin valorar las consecuencias, que van de error en error y de imprudencia en imprudencia sin sopesar sus acciones.
- La maternidad y la paternidad pasiva constituye sin duda uno de los ejemplos más claros de inmadurez. Son los que no se involucran, los que están presentes pero ausentes y los que basan su crianza en el “laissez faire”.
- Por último, también es habitual la figura de los padres despectivos, esos que hacen sentir a sus hijos que son molestos o no deseados, los que entienden la crianza como algo que les supera y de lo que no quieren ser partícipes.
Estos cuatro perfiles esculpen a golpe de decepción una infancia truncada, herida e invalidada. Todo niño que crezca en este contexto experimentará claros sentimientos de abandono, soledad, frustración e ira.
Niños que hacen de adultos: heridas que sanar
Lo señalábamos al inicio: el niño que ha crecido asumiendo un rol de adulto no siempre se autopercibe como más fuerte, más maduro ni aún menos más feliz. Dejar sobre los hombros de un pequeño de 8, 10 o incluso 15 años la responsabilidad exclusiva de cuidarse a sí mismo, a un hermano menor o a tomar decisiones que sus padres deberían acometer, deja impronta y potencialmente constituye la raíz de muchas carencias.
Las consecuencias psicológicas que suelen prevalecer en estos casos son tan variadas como complejas: soledad emocional, autoexigencia, incapacidad de establecer relaciones sólidas, sentimientos de culpa, contención emocional, represión de la ira, ansiedad, pensamientos irracionales…
Superar estas heridas a causa de una infancia perdida y de unos padres inmaduros no es tarea fácil, pero no por ello imposible. La terapia cognitivo-conductual es bastante útil, así como la aceptación de la existencia de esa herida causada por el abandono o la negligencia. Más tarde llegará la necesitada reconciliación con nosotros mismos, ahí donde permitirnos sentir rabia y frustración por una infancia robada y donde nos obligaron a crecer demasiado deprisa o nos dejaron solos demasiado pronto.
Perdimos la infancia, pero la vida se abre ante nosotros maravillosa, libre y siempre apetecible para permitirnos ser aquello que siempre quisimos y que sin duda merecemos. Consigamos que la inmadurez emocional de nuestros padres no nos impida construir la felicidad presente y futura que no conseguimos en el pasado.
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