LLLa vida está hecha de momentos y algunos de ellos son absolutamente memorables, en parte porque no se repiten. Puede que vivas algo mejor o peor, pero nunca igual a ese momento decisivo que te cambió para siempre. Se trata de los instantes que abren ante ti una puerta hacia algo trascendental que hasta ahora no conocías.
Esos momentos te dejan una huella profunda. Incluso puedes olvidarlos conscientemente, pero en tu inconsciente quedará su eco para siempre. No todos son instantes afortunados, pero, igual, se quedan en tu piel. Le otorgan un sentido de base a un conjunto de experiencias.
“A veces no conoces el verdadero valor de un momento hasta que se convierte en memoria”.-Dr. Seuss-
¿Por qué un solo momento puede ser a veces más crucial que un largo periodo de tiempo? Es así gracias a que resultan ser una especie de revelación. Abren tus ojos hacia algo que desconoces. En esa medida, inauguran una nueva dimensión para tu vida. Por eso no se olvidan, y por eso a continuación te hablamos de cinco de esos momentos que no se olvidan.
1. Uno de los momentos inolvidables: cuando iniciaste tu primera relación de pareja
La primera vez que somos pareja de otro ser humano ya hemos vivido varios cumpleaños. Pero, generalmente, no los suficientes como para que ese momento no sea uno de los más emocionantes de la vida. Abrir la puerta del mundo del amor de pareja y de la sexualidad es inaugurar una de las dimensiones decisivas de la existencia.
Es usual que lo que nos una a esa primera pareja no sea realmente el amor, en el sentido estricto de la palabra. Aún así, esos momentos configuran un primer gran desafío y una primera gran revelación. El desafío estriba en medir nuestros recursos como pareja. Y la revelación es la emergencia que impregna la manera de abordar el afecto con el otro sexo. Después de esto, ya nunca vamos a ser los mismos.
2. El primer trabajo por el que te pagaron
Uno de los momentos memorables de la vida es cuando recibimos nuestro primer pago por el trabajo realizado. No el que a veces dan los padres por algún oficio doméstico, sino que el que hace un empleador ajeno a la familia.
Lo trascendental de este momento es que se trata de un primer sorbo de autonomía y libertad. Es una sensación, casi siempre, muy gratificante. Te hace sentirte capaz. Si el pago es relativamente justo, te predispone de manera positiva hacia el trabajo. Quizás es el momento en el que te sientes realmente adulto.
3. La primera vez que viste llorar a tu papá
El padre es una figura que, de una u otra manera, siempre conserva un halo mítico. Es, en uno u otro sentido, el jefe de esa manada que es la familia. El director. El guía. Por eso la primera vez que lo ves llorando se convierte en un momento memorable. Algo se quiebra dentro de ti con sus lágrimas. Algo te grita que antes que padre, él es un ser humano tan vulnerable como tú.
Algunos nunca han visto llorar a su padre. Algunos ni siquiera han visto a su padre. Pero, de seguro, tienen cerca a alguna figura de autoridad que lo representa simbólicamente, aunque no siempre de una manera nítida. Esa persona a la que le adjudicamos la representación de la fuerza tiene una enorme influencia en nuestra vida interior y su ánimo pueda quebrarse nos impresiona de manera profunda. Si ellos se rompen significa que cualquier persona se puede romper.
4. La ayuda de alguien en el momento más crítico
Uno de los momentos infaltables es aquel en que sentimos que todas las puertas se han cerrado. Por más feliz y plena que sea una persona, nunca deja de vivir momentos así. Parece como si no hubiera salidas. Todo es oscuro y el estupor te domina. Sientes la presencia de lo imbatible y experimentas impotencia.
En esos momentos de los que nadie escapa, todos encontramos siempre una mano amiga. Algunos hallan a alguien que ofrece una ayuda abundante y generosa. Otros encuentran a quien les regala una sonrisa o una voz de aliento solamente. Pero en todos los casos esa voz de aliento, o ese gesto solidario se convierten en un recuerdo bello e imborrable.
5. La muerte de un ser muy querido
La primera vez que se abre ante nosotros la puerta de la muerte es inolvidable. Así como la primera vez que la muerte alcanza a alguien entrañable. Ver a alguien muerto, o saber que lo está, nos evidencia el concepto de finitud. Nos recuerda nuestra propia muerte y nos da la dimensión de lo infinito, por siempre jamás.
Si muere alguien muy querido, al desconcierto de la muerte se une el de un duelo que es diferente a todos los demás. Se dibujan claramente las palabras “una pérdida para siempre”. Entramos en una lógica que nos permite saber que la extensión de la vida tiene una medida precisa. Y comienza a enseñarnos cómo decir adiós.
Todos estos momentos moldean nuestras emociones. Todos ellos nos imprimen un sello que perdura para siempre. Por eso, no solo se experimentan cuando se viven, sino también cuando se recuerdan. Están ahí, en nuestra sangre, recordándonos quiénes somos, cuál es nuestro origen y que nuestro corazón se parará en algún momento para no volver a latir.