Nos pasamos gran parte de nuestra vida intentando discernir dónde termina nuestro "yo" y comienza el resto del mundo. Así construimos una especie de línea divisoria, que estamos dispuestos a proteger levantando barreras emociones que nos ayuden a fortalecer nuestra fragilidad.
Sin embargo, ese muro interior que hemos construido con esmero solo protege un frágil sentido del “yo”, que pierde su sentido cuando dos corazones se encuentran, cuando alguien especial entra a nuestra vida, cuando encontramos a otra criatura que nos recuerda, con la dulzura del afecto persistente pero poco exigente, que no necesitamos caminar solos por la vida.
“Lobo grande y Lobo pequeño” es ese recordatorio, un recordatorio que irradia una ternura inusual y con el que todos podemos empatizar sin importar la edad. Esta obra de la escritora francesa Nadine Brun-Cosme, con ilustraciones de Olivier Tallec, nos invita a reflexionar sobre temas tan profundos como la soledad, la relación entre el ego y la capacidad de amar, así como sobre esos pequeños tentáculos de cuidado que terminan creando lazos emocionales muy fuertes.
Una maravillosa historia sobre la soledad, el amor, el ego, los miedos y la pérdida
La historia comienza con Lobo Grande en uno de sus habituales estiramientos vespertinos bajo un árbol, que él siempre había considerado suyo, en lo alto de una colina que ha reclamado para sí.
Pero aquel no sería un día cualquiera: Lobo Grande distingue una presencia en el horizonte, una diminuta figura azul.
“No es más grande que un punto”, piensa. Y entonces nos recuerda esa tendencia a proyectar nuestros miedos más viscerales sobre lo desconocido, porque en realidad a Lobo Grande le aterroriza la posibilidad de que el recién llegado sea más grande que él.
Sin embargo, resulta ser que el recién llegado es Lobo Pequeño. Cuando Lobo Grande constató que era más pequeño que él, respiró aliviado y dejó que se acercara a su árbol.
Ser hostil hacia lo desconocido es señal de una gran inseguridad interior. Y ese gran contraste entre el imponente tamaño de Lobo Grande y su vulnerabilidad interior, es lo que le confiere a esta historia su belleza y profundidad.
Al principio, los dos lobos se observan silenciosamente con el rabillo del ojo. Lobo Grande ya no le tiene miedo, así que empieza a mirarlo con curiosidad y, en su interior, se va encendiendo la llama de esos afectos cautelosos. Notamos tanto la resistencia a abrirse como la necesidad de conectar.
“Llegó la noche.
“Y Pequeño Lobo se quedó.
“Lobo Grande pensó que Pequeño Lobo se había extralimitado.
Después de todo, aquel siempre había sido su árbol.
Cuando Lobo Grande se fue a la cama, Pequeño Lobo también se acostó.
Cuando Lobo Grande vio que a Lobo Pequeño le temblaba la punta del hocico, empujó una pequeña esquina de su manta de hojas, para cubrirlo un poco.
Sin duda será suficiente para un pequeño lobo - pensó”.
Cuando salió el sol, Lobo Grande emprendió su rutina cotidiana. Subió a su árbol para hacer sus ejercicios. Al principio estaba un poco alarmado, luego divertido, y finalmente, deseó en el fondo de su corazón que Pequeño Lobo no se fuera y se uniera a él. Sin embargo, no lo dijo porque en lo más profundo de sí, seguía temiendo que aquel pequeño lobo pudiera superarlo.
El recién llegado lucha por subirse al árbol y cuando cae al suelo, Lobo Grande escucha un ligero lamento.
Sin embargo, enseguida Lobo Pequeño se levanta y logra subir. A Lobo Grande le impresiona el coraje del pequeño, pero tampoco lo dice. Nadie habla, en silencio, Lobo Pequeño se limita a imitar los ejercicios de Lobo Grande.
Antes de bajar del árbol, Lobo Grande recoge la fruta para desayunar pero al ver que Lobo Pequeño no recoge ninguna, coge dos o tres más. Sin decir nada, empuja un modesto plato hacia Lobo Pequeño. Sin embargo, tampoco es necesario decir mucho porque cuando se conecta desde el corazón, las palabras sobran. Y en estas extraordinariamente expresivas ilustraciones, los ojos y el lenguaje corporal de los lobos emanan universos de emoción.
Lobo Grande emprende su paseo diario y observa su árbol desde la colina. Divisa a Lobo Pequeño, sentado en silencio.
“Lobo Grande sonríe. Lobo Pequeño parecía diminuto.
Cruza el gran campo de trigo al pie de la colina.
Luego se gira y mira hacia atrás.
Lobo Pequeño todavía estaba allí, bajo el árbol.
Lobo Grande sonríe. Lobo Pequeño parecía aún más diminuto”.
Sin embargo, cuando salió del bosque, a punto de caer la noche, no pudo divisar el pequeño punto azul debajo del árbol.
En un primer momento, a Lobo Grande le da un vuelco el corazón, pero se calma pensando que quizá está demasiado lejos para ver a Lobo Pequeño. Sin embargo, ya está cruzando el campo de trigo y todavía no ve nada. Su silueta se tensa, caminando a paso rápido mientras asciende la colina, impulsado por un nuevo vacío en el corazón que nunca antes había sentido.
“Lobo Grande se sintió incómodo por primera vez en su vida.
Subió la colina mucho más rápido que las otras noches.
No había nadie debajo de su árbol. Nadie grande, nadie pequeño.
Todo volvió a ser como antes.
Excepto que ahora Lobo Grande se sentía triste”.
Lobo Grande había experimentado la alegría del encuentro y el dolor de la separación. Al respecto, Simone Weil escribió: “deberíamos dar la bienvenida a esos dones con toda nuestra alma, y experimentar al máximo y con la misma gratitud, toda la dulzura o la amargura, según sea el caso”.
Pero Lobo Grande ahora solo puede sentir la amargura de haber perdido lo que no sabía que necesitaba hasta que invadió su vida.
“Esa noche, por primera vez en su vida, Lobo Grande no comió.
Esa noche, por primera vez, Lobo Grande no durmió.
Solo esperó”.
Por primera vez, pensó para sus adentros, que algo muy pequeño había ocupado un gran espacio en su corazón. Mucho espacio.
Al día siguiente, Lobo Grande subió a su árbol pero no para hacer sus ejercicios, como siempre, sino para mirar a lo lejos, con ojos tristes cargados a partes iguales de tristeza y anhelo.
Negocia como lo hacen las personas desconsoladas, promete que “Si Pequeño Lobo regresa, le ofreceré una esquina más grande de mi manta, le daré toda la fruta que quiera; le ayudaré a subir más alto al árbol, incluso le enseñaré los ejercicios especiales que solo yo conozco”.
Lobo Grande espera, espera y espera... más allá de la razón, más allá del tiempo.
Y luego, un día, aparece un pequeño punto azul en el horizonte.
Por primera vez en su vida, el corazón le da un vuelco de alegría.
Lobo Pequeño sube silenciosamente la colina, dirigiéndose hacia el árbol.
“¿Dónde estabas? – le preguntó Lobo Grande.
Allí abajo – le respondió Lobo Pequeño.
Sin ti estaba muy solo – dijo Lobo Grande casi en un susurro.
Pequeño Lobo se acercó.
Yo también – reconoció. - Yo también me sentía solo”.
Y así decidieron que, a partir de aquel momento, Lobo Pequeño se quedaría.
Sin duda, es una historia maravillosa que nos habla de la magia transformadora del amor, del dolor de la separación y de la importancia de expresar lo que sentimos, más allá del ego, antes de que sea demasiado tarde. Es uno de esos libros que los niños, y los que no lo son tanto, pueden leer una y otra vez, encontrando siempre diferentes mensajes que resuenen en su interior.