“Un día, mientras paseaba con mi padre, se detuvo en una curva antes de llegar a una carretera vieja y desierta. Entonces me preguntó:
- ¿Además del cantar de los pájaros, el sol y el olor de las flores, percibes otra cosa hijo mío?
Miré a mi alrededor y después de algunos segundos respondí:
- Estoy escuchando el ruido de una carreta.
- Así es - dijo mi padre. – Se trata de una carretera vacía.
Le pregunté cómo podía saber que la carretera estaba desierta si aún no la habíamos visto.
Entonces mi padre me respondió:
- Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la carreta, más ruido hace.
Pasaron los años, crecí y mi padre murió. Hoy, cuando escucho a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de los demás, siendo inoportuna, presumiendo o intentando ser el centro de la atención, me parece escuchar a mi padre diciendo: ‘Cuanto más vacía la carreta, más ruido hace’.”
Es probable que hayas encontrado personas así a largo de tu camino o quizás hasta te has comportado así en alguna etapa de tu vida.
Las personas vacías son aquellas que no escuchan a los demás, que solo quieren oír su voz. Se rodean de mucha gente por temor a la soledad, pero en realidad no les interesa conocerlas profundamente. Algunos adoptan una actitud prepotente y otros presumen de sus logros, que a veces enmascaran bajo una falsa máscara de modestia. De hecho, la coletilla “en mi humilde opinión” no suele ser más que una muestra de orgullo disfrazado.
Generalmente estas personas necesitan hacer mucho ruido, necesitan imponer sus puntos de vista porque sienten una gran inseguridad, porque están vacías emocionalmente y cuando miran en su interior, les asusta lo que encuentran. Son personas que, en casa, siempre tienen encendido el televisor o la música, no porque les gusta, sino porque así se sienten menos solas. El ruido es un escudo que usan para protegerse del silencio y, por ende, de sí mismas.
Estas personas también suelen comportarse de forma egoísta y a menudo acumulan mucha frustración, envidia y rencor. Obviamente, esos sentimientos que no la llevan a ningún sitio, tan solo les hacen sentir mal y les alejan de los demás.
Están acostumbradas a priorizarse a sí mismas, a satisfacer sus necesidades por encima de las de los demás, dejándose llevar por un ritmo frenético de vida donde no hay espacio para la reflexión ni para establecer relaciones profundas.
Por consiguiente, construyen lo que se conoce como “relaciones líquidas”, es decir, mantienen relaciones de amistad o de pareja basadas en vínculos muy frágiles que terminan rompiéndose rápidamente. Tan pronto como una persona deja de satisfacer sus necesidades, deja de ser interesante y pasa a una nueva relación. Siempre están a la búsqueda de nuevos estímulos externos, porque así no tienen que mirar dentro de sí.
Mientras más vacía está la alcancía, más ruido hace
La humildad es una gran virtud. Las personas que realmente son exitosas y han crecido no necesitan ir por el mundo pregonando sus logros porque se sienten bien consigo mismas. No buscan aprobación, se aceptan y se gustan tal como son. Y eso les basta.
De hecho, la humildad no es simpleza, sino sencillez en la grandeza. Practicar la humildad significa asumir la responsabilidad por hacer las cosas, más que pregonar que las vamos a hacer, significa comprometerse y no esperar más satisfacción que la que se obtiene con el trabajo bien hecho.
Saber escuchar, ser receptivos a los mensajes de los demás e incluso respetar los silencios son signos de humildad y madurez. Son esas cosas las que inspiran confianza en los demás y las que nos convierten en buenas personas.
La humildad también implica el reconocimiento y la aceptación de nuestros defectos, debilidades y limitaciones. Nos predispone a cuestionar todo lo que habíamos dado por cierto. Si tenemos la tendencia a ser vanidosos o prepotentes, la humildad nos incita a mantener la boca cerrada y hablar de nuestros éxitos solo cuando nos pregunten. También nos conmina a ser breves y a no regodearnos demasiado, para darles a otros la oportunidad de hablar.
Lo interesante es que a medida que cultivamos la humildad, que dejamos
espacio para el silencio, logramos aprender de los errores que cometemos, así crecemos. De repente ya no sentimos la necesidad de discutir, imponer nuestra opinión o tener la razón a toda costa. Nos abrimos a los puntos de vista de los demás y exploramos nuevas formas de ver y afrontar la vida que probablemente ni siquiera sabíamos que existían.
La humildad como una vía para llegar a tu esencia
Las personas que hablan mucho, que hacen mucho ruido, no muestran su esencia. En realidad lo que habla es su ego. Su esencia está escondida detrás de diferentes capas de rencor, inseguridad o vanidad.
La mejor manera para llegar a nuestra esencia, desarrollar una actitud humilde y enriquecernos como personas es escudriñar dentro de nosotros. Si la vida carece de sentido, reconócelo. Si sientes un vacío, asúmelo. Es importante que no sigas mirando hacia otro lado y escondiendo esos sentimientos porque el
autoengaño no es más que un déficit de honestidad. Seguir engañándonos solo servirá para acrecentar los problemas.
Por supuesto, al principio la honestidad puede ser dolorosa. Es difícil reconocer que nuestra vida carece de sentido, que nos hemos equivocado o que nos sentimos vacíos. Sin embargo, a medio término es un paso liberador que nos permite enfrentar la verdad, nos desvela quiénes somos en realidad y cómo nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos.
Promover el conocimiento personal tiene un efecto terapéutico. Ante todo, reduce el miedo a escudriñar en nuestro interior y a reconocer nuestro “lado oscuro”. También nos impide seguir llevando una máscara con la que pretendemos agradar a los demás, nos libera de la necesidad de aceptación y alivia la presión social.
Por último, la humildad nos impide seguir ocultando debajo de la alfombra nuestros conflictos emocionales. Nos da la fuerza que necesitamos para cuestionarnos y crecer. De hecho, cuando emprendas este camino es probable que descubras que no necesitas justificarte ante los demás cuando estos señalan tus defectos, porque te sientes seguro de ti y te conoces.
Cuando te conoces no necesitas hacer ruido, porque quien lleva mucho dentro no tiene la necesidad de sacar todo fuera.