DOMINGO, 15 DE JUNIO DEL 2014
Si no fuera por el boicot de las rótulas, la artrosis de lumbares y una sordera muy creativa, nadie le echaría a Maruja Torres los 71 años que tiene. Se la oye venir con taconeo republicano por los pasillos abarrotados de libros de su piso de Enric Granados, encantada de haber destapado sus lados vulnerables en Diez veces siete (Planeta). Está más irreverente que nunca. Cierra garitos. Y los jóvenes -«heterosexuales, ¡ojo!»- acuden a ella como polillas a la luz de su espíritu setentero.
-Esta España no es muy distinta de aquella, señala usted. ¿Así andamos?
-Cuando estaba en Beirut y vi que la derecha subía como subía ya pensé: «España se está poniendo libanesa». Hoy no triunfa Falange Española porque la ultraderecha ya está aquí. Se han modernizado y han adoptado el aspecto de los enterradores. Y el problema es que no hemos tenido una izquierda ilustrada. Felipe González no fue Olof Palme.
-Él acabó navegando en el Azor. Pero la aristocracia del periodismo de izquierdas se aburguesó también. Admítalo.
-Yo lo que hice fue tocar el dos, cariño. En los años 80, cuando todos meaban más alto que el culo, cuando estaban en perspectiva losjuegos y las expos, yo ya veía que todo dios estaba trincando. Y el país era una repugnante balsa de aceite, el tejido asociativo se deshacía y todos eran estupendos. Así que me fui a recorrer América Latina, pero si revisa la hemeroteca verá que Haro Tecglen y yo les tocábamos las pelotas a los socialistas.
-Ahora Rubalcaba dimite. Pere Navarro dimite. Juan Carlos abdica...
-Y espero que a Rajoy lo defenestren. Todo esto se ha producido por Podemos y porque tenemos cositas en Suiza, ¿no? Un momento depurativo.
-¿Es cierto que el Rey le preguntó una vez : «¿Tú eres la víbora?»?
-«¿Tú eres la columnista viperina?», fue lo que dijo muy campechanamente en una de las fiestas de cumpleaños que daba en Zarzuela, en las que el whisky era malísimo, por cierto. Fui dos o tres veces y el grupo -en el que estaba gente como Herralde, García Hortelano, Gil de Biedma-, siempre acabamos en la Taberna del Alabardero, donde sí comíamos, nos poníamos ciegos y cantábamos coplas de la Piquer.
-¡Cómo son los republicanos!
-La primera vez que vi al Rey, bajo la luz del 23-F, pensé: «Hostia, solo le falta el marco». Tiene esa cara de Borbón, tan coloradita, que parecía que lo había pintado Goya. Pero hoy veo la institución tan pasada de moda como la fiesta de los toros. En este país ya no tenemos miedo a una guerra civil y no necesitamos que un rey nos proteja. Eso que lo haga su amigo el saudí, que tiene súbditos de rodillas. Pero aquí no hace falta. Sería fantástico que a Felipe le gustara la política, montara un partido monárquico y se presentara a las elecciones. ¡Hay suficientes lectores del ¡Hola! como para votarle!
-Al menos ha defendido Letizia...
-Defendí que el Príncipe se casara con una plebeya. En una columna comparé su historia a la de Pretty woman, solo que aquí el Príncipe la salvaba de trabajar con Urdaci. Ahora me arrepiento, porque a Urdaci lo puedes dejar. O no, porque a lo mejor hoy Letizia sería una periodista en paro.
-La «corista leninista» que había en usted no ha desaparecido, veo.
-Así me llamaba Manolo [Vázquez Montalbán], pero nunca fui leninista. Lo que siempre he tenido es un punto de desobediencia e irreverencia, que ahora practico desde la revista Mongolia y eldiario.es. He abdicado de la aristocracia de la prensa, nena. Con mucho gusto. ¿Sabe que me gustaría? Poder tener doble nacionalidad, la catalana y la madrileña, para poder votar en contra de Ana Botella y de Ignacio González.
-¿Cuál es su patria, Maruja?
-Yo a la patria no la siento, y no siento a Dios. Mi patria es mi gente, las cuatro calles de Barcelona y del mundo que me gustan y el Mediterráneo de Algeciras a Estambul. Y últimamente he descubierto el viento de Tarifa. Limpia mucho, mucho, y las familias no se ponen aceite de coco en la playa.
-Poética y jocosa respuesta, pero no política .
-Yo soy un pez apátrida que se deja llevar por las corrientes. Respeto el deseo de la mayoría, faltaría más, pero no me gustan los talibanes ni de un lado ni del otro.
-Stéphane Hessel tenía 93 años cuando publicó¡Indignaos! ¿Se ve agitando?
-¡Quite! Yo ya solo quiero ser una mosca cojonera. Alguna vez me han ofrecido entrar en un partido y dije que no. Mi independencia es mi fuerza.
-Eso se lo debe a doña Lola, su madre.
-Sí. Batallé contra ella hasta la depresión. Después de muchas sesiones de análisis, pienso: «¡Qué bonito habría sido que no hubiera sido presa del victimismo de la época!». Pero la mujer no tuvo oportunidades. No se permitió amar. Yo soy como soy gracias a la falta de amor, a las ausencias, a las prohibiciones, a las relaciones que fueron mal...
-... al hijo no nacido. Porque ahora cuenta que abortó.
-Se autodisolvió y no lo lamento. Con el churumbel en brazos habría dicho: «Pero, ¡qué he hecho!». Jamás tuve instinto maternal. En cambio, sí me hubiera quedado embarazada de perritos teckel, como mi Tonino, que murió hace dos navidades y fue el gran amor de mi vida.
-Tonino aparte, ¿nunca amó hasta el alarido?
-Dos veces. A mi primer amor, Quim Llenas, que hoy es tan amigo mío como su esposa, Carmen. No estábamos hechos el uno para el otro. Y en plena depresión me enamoré de otro -casado, claro-, que me dijo que nunca dejaría a su mujer y que no iba a darme ni un beso. ¡Toma ya!
-Los casados han sido su debilidad.
-Porque se iban. Para repetir la historia de mi padre, que nos abandonó a mi madre y a mí cuando yo tenía 7 años. Pero a mí la pasión siempre me gustó. He cruzado océanos por un tío, ¿eh?
-Algún otro caballero, concretamente Dennis Hopper, le dio un guantazo.
-Estaba yo invitada por Bigas Luna a la presentación de Out of the blue y en aquella época la gente se enrollaba, ¿sabe? Ya en el ascensor del Meliá Castilla, en presencia de Hopper, entró Paco Rabal y me dijo: «¿Te vas con este? Mira cómo tengo yo el manchego», y me lo enseñó... (Ríe) La fidelidad estaba poco valorada entonces.
-Ya veo.
-Es que ahora es una época muy pacata, ¿no?
-Sigamos con el colérico Hopper.
-Ya en la habitación, Hopper me dijo: «Vaya mierda de país España, estáis matando a militares sin parar», refiriéndose a ETA. Y yo, en combinación, le contesté: «Pues vosotros no habéis dejado ni a un indio». Y, zasca, me soltó una hostia. Salí de allí pies para que os quiero. Luego me mandó unas flores, con una tarjeta de disculpas. Seguro que fue cosa de Bigas.
-Su exhibicionismo siempre choca. Una vez me dijo que era su máscara.
-Pues este libro es el gran destape, porque antes envolvía las cosas en la ficción. Verá, cuando dejé El País un montón de colegas acudieron a la cervecería Santa Bárbara de Madrid, a respaldarme. «¿Qué hago?», les decía yo.
-¿Sacar veneno escribiendo?
-Había llegado el momento de hacer la segunda parte de Mujer en guerra, que había escrito desde el optimismo de tener trabajo pero tan alejada ya del diario que fingí que mi hermana Carmen estaba enferma para volver a Barcelona. Llegaba el momento de hacer una historia no optimista, pero también de rascar hondo en mí. Y a medida que escribía notaba que había una conexión entre la sinceridad y el estilo.
-No escatima ángulos muertos, no.
-Todo iba viniendo para ayudarme. Incluso se me apareció la imagen de la butaca vacía de mi madre en una obra de teatro del colegio que yo hice cuando tenía 12 años. Creo que nada me ha definido tanto, para siempre, como aquel asiento vacío.
-¿Ya no quedan secretos, pues?
-Diría que no. A medida que envejezco voy confiando más en la gente. Me he dado cuenta de que si doy cosas de mí no serán malinterpretadas. Y ya no me importa nada la parte cavernícola que siempre se ha metido conmigo.
-Aprovechando esta cresta de sinceridad, ¿quién ha sido su Moriarty?
-Mi madre. Ella ha sido mi Moriarty y mi Sherlock.
-Otra vez doña Lola.
-«Si te abandonan a los 7 años siempre oirás el ruido de la puerta», decía Doris Lessing. Y tenía toda la razón. Pero hay que pasar página. No quedarse con el rencor. Por eso soy tan disfrutona yo. En el pasado fui una nena vieja y ahora soy una vieja joven con las neuronas en su sitio.