Posted: 29 Jul 2016 10:39 AM PDT
Los famosos cráneos Paracas han sido aclamados por muchos como el «eslabón faltante»
en la cadena de los orígenes de la humanidad. Ahora un nuevo análisis realizado ha obtenido
controversiales datos que podrían causar un giro de 360° en la historia convencional.
Desde que fueron descubiertos en las profundidades de la desértica península de Paracas,
en la costa sur de Perú, por el arqueólogo peruano Julio Tello en el año 1928, los cráneos
de Paracas han creado un gran revuelo en la comunidad científica.
Durante las excavaciones, Tello descubrió un cementerio complejo y sofisticado, con
esqueletos que cambiarían para siempre la historia.
En 2014, los cráneos Paracas hicieron historia cuando análisis genéticos realizados en
ellos permitieron descubrir que tenían ADN mitocondrial «con mutaciones desconocidas
en cualquier ser humano, primate, o animal que se conozca hasta el momento.».
Esto fue informado en CodigoOculto.com en su momento (Ver artículo).
Ahora, una nueva prueba de ADN ha sido completada, revelando muchos más misterios
de los cráneos de Paracas. Como muchos lo esperaban, la nueva ronda de pruebas
obtuvieron resultados igualmente controversiales.
Los investigadores han encontrado que los misteriosos cráneos de Paracas datan en por
lo menos 2.000 años de antigüedad, y tienen sus orígenes en Europa y Oriente Medio.
Este hecho cambia totalmente, una vez más, todo lo que sabíamos acerca de la historia de
América y cómo se pobló el continente americano.
Mientras que muchas personas todavía sostienen que los cráneos de Paracas son el
resultado de la deformación craneana artificial, los resultados de laboratorio sugieren lo
contrario.
A pesar de que alrededor del mundo muchas culturas antiguas practicaron el alargamiento
o aplanamiento de cabezas, al analizar las características de los cráneos, los de Paracas son
realmente una excepción.
El alargamiento de cráneos (deformación craneana artificial) se logró colocando la cabeza
entre dos trozos de madera, atándolos con una soga. Si bien esto ha sido realizado hace
miles de años por numerosas culturas antiguas de todo el mundo, lo apreciado en los cráneos
de Paracas es mucho más complicado.
Mientras que el aplanamiento de cabeza altera la forma del cráneo, no puede alterar otras
características que son propias en el cráneo humano.
Representación de un individuo con cráneo alargado de la antigua cultura Paracas. Crédito: CIAMAR Studio
Hablando acerca del misterio de los cráneos de Paracas en una entrevista, el autor e in
vestigador LA Marzulli describe cómo los cráneos de Paracas son diferentes de los cráneos
humanos comunes:
«Hay una posibilidad de que hubiera ocurrido una deformación craneal a muy corta edad,
pero la razón por la que creo que esto no ocurrió es porque la posición del foramen
magnum está ubicado en parte posterior del cráneo. Un foramen magnum normal estaría
más cerca de la línea de la mandíbula…»
En la entrevista, Marzulli habla de un arqueólogo que había escrito un artículo sobre el
estudio de la posición del foramen magnum en más de 1.000 cráneos.
«Afirma que en los cráneos de Paracas, la posición del foramen magnum es completamente
diferente al de un ser humano normal, y además es más pequeño, lo que fortalece la teoría
(de que esto no se produjo con una deformación craneana a corta edad), esto
es evidentemente genético.», dijo el investigador LA Marzulli.
En los cráneos Paracas falta una sutura sagital
«En un cráneo humano normal, debe haber una sutura que va desde la placa frontal… sobre
la bóveda del cráneo que separa las placas parietales – las dos placas separadas – y la conexión
con la placa occipital en la parte trasera», dijo Marzulli. «Vemos muchos cráneos en
Paracas que carecen completamente de una sutura sagital».
Mientras que la ausencia de la sutura sagital puede ser atribuida a una enfermedad conocida
como craneosinostosis, sin embargo Marzulli afirma que no hay pruebas de esta enfermedad
presente en los cráneos de Paracas.
Los resultados fascinantes que rodean a los misteriosos cráneos de Paracas han llevado a muchas
personas en todo el mundo a especular que el origen de todos estos cráneos no está
relacionado solamente a las deformaciones craneanas, sino que, por el contrario, pertenecieron
a individuos de una antigua especie que existió en la Tierra hace miles de años.
Los informes de laboratorio de las nuevas pruebas de ADN están disponibles en el libro de
LA Marzulli, titulado: «Nephilim Hybrids».
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Quiero comenzar afirmando que todos conocemos el miedo por haberlo sentido en nuestra vida. Se puede decir que es la emoción que primero conocemos, al entrar en el mundo, y la última que sentimos al abandonarlo. Es la más arcaica, que nos va a acompañar toda la vida, y su experiencia deja una honda huella en todos nosotros.
Al principio de la vida, y por carecer de palabras para nombrarlo, el miedo lo vamos a sentir de forma directa y física, sin mediación ninguna. Ya Freud dejó escrito que, el “yo” al principio de la vida, es un yo físico, que no hay mentalización suficiente para “traducir” lo que llega a través de los sentidos a términos psíquicos. A partir de esas sensaciones primarias, sin poderlas nombrar, el miedo va a estar presente durante toda la vida, pues por mucho que lo intentemos, y se ha intentado, nunca nos desprendernos de él. La experiencia que tenemos todos es que es un estado emocional que nos causa disgusto, y que por tener conciencia, podemos reflexionar sobre él, y conocer su origen y aplicar medidas paliativas.
Hemos de decir del miedo que, también, es nuestro gran aliado, ya que si no lo tuviéramos, nuestra vida correría múltiples peligros, tanto en el plano físico, para evitar enfermedades, como en el psíquico, por el enorme poder desestabilizador que tiene sobre el equilibrio personal. Estamos, pues, ante una emoción con un gran poder adaptativo que nos evita muchos riesgos y nos ayuda a sobrevivir.
La primera clasificación que se ha hecho de esta emoción es triple: la llamamos miedo cuando el estímulo que la produce está presente y puede ser observado por todos, es lo que sucede con el fuego, que si nos acercamos mucho, nos quema; luego está la ansiedad, que sentimos en ausencia de un peligro cierto, pero que imaginamos amenazador, como sucede ante la proximidad de un examen, cuyo resultado nos inquieta; por último, está la angustia, que definiremos como el miedo que se siente por medio del cuerpo, en sus vísceras y aparatos, que tiene expresiones del tipo: “no me pasa la comida”, “no puedo dormir”, “me falta el aire”.
En cuanto a su variación, es enorme entre las personas, ya que va desde la que apenas se le nota, hasta la que siempre exhibe una actitud temerosa. En lo que toca a la intensidad, existe un continuo que va desde la preocupación más o menos notoria, hasta la crisis de pánico, en que la persona se encuentra gravemente perturbada. En lo que se coincide de modo general, es que las manifestaciones del miedo son universales, y las sentimos todos a través de señales somáticas, como temblores, palidez, sudoración, etcétera.
Todas ellas constituyen la herencia inherente a nuestra condición humana. La vivencia de esta emoción, es estrictamente personal, y va desde el miedo más extendido a la oscuridad, hasta el más personal de las fobias individuales. Otra característica del miedo es la sensación que proporciona de urgencia y tensión, de que se tiene que enfrentar o escapar de él. Las medidas se habrán de tomar de manera inmediata: frente al resbalón en la escalera, la solución es asirse sin dudarlo, no se puede reflexionar entre diversas alternativas.
De lo dicho hasta ahora, se deduce que el miedo es una emoción necesaria para la vida. Que nos advierte de los riesgos del vivir. Pero como todo, se ha de expresar con medida: un miedo que yo controlo es aceptable; un cierto estrés es saludable, pero un miedo que nos desborda y paraliza, nos debe llevar a buscar ayuda. Es bien sabido que cuando el miedo aprieta, buscamos la presencia y la compañía de los otros, que sentimos protectores. Es la misma reacción que experimentamos de niños, cuando ante el miedo, buscábamos la presencia protectora de la madre. Ella era como un refugio seguro ante cualquier eventualidad amenazante.
De adultos, también sentimos necesidad de los demás para tranquilizarnos. Es una manera eficaz de combatirlo, poderlo verbalizar ante alguien que nos dé acogida y se muestre solidario. Alguien que nos ayude a pensar sobre cómo superarlo, ya que, como decíamos al principio, nunca va a desaparecer del todo. Hay que convivir con el miedo. El ser humano siempre ha luchado contra múltiples factores amenazantes, combatiéndolos con mejor o peor fortuna. El valor, el coraje, han propulsado a las personas a buscar soluciones, y así debe seguir siendo.
El miedo que tanto nos resta, debe ser enfrentado para superarlo. El adulto sano debe luchar, y a diferencia del niño que fue, aquel que buscaba cobijo debajo de las sábanas ante la presencia de los fantasmas, debe buscar el origen de sus miedos para superarlos. Primero, tomar conciencia, luego ir a por él. Hay muchas acciones que se pueden poner en marcha contra el miedo, desde técnicas activas de relajación, de meditación, hasta el recurso de los amigos, familiares, asociaciones y profesionales de la salud, que pueden ayudar. Todo antes que sucumbir ante él y quedar incapacitados.
Por Carlos Espina, psicólogo.