Todos, quien más quien menos, hemos guardado secretos. Secretos nuestros o de alguien cercano. De hecho, todos los secretos no son malos, algunos pueden ser positivos, como cuando ocultamos los preparativos de una fiesta sorpresa. Sin embargo, no somos plenamente conscientes del peso psicológico que representa guardar un secreto. De hecho, John Churton Collins decía: “Cuanto consuelo encontraríamos si contáramos nuestros secretos”.
Quien lleva consigo un secreto se somete a un duro trabajo interior, no solo cuando está en compañía de los demás sino también cuando está solo. Guardar secretos es una actividad agotadora desde el punto de vista psicológico que termina pasándonos factura, tanto a nivel mental como físico. Por tanto, la próxima vez que te plantees ocultar algo o que alguien te pida que le guardes un secreto, será mejor que te lo pienses dos veces.
Guardar secretos es como cargar un peso, literalmente
Un experimento desarrollado en la Tufts University analizó el impacto de los secretos en nuestra percepción de la realidad. Estos psicólogos descubrieron que cuando las personas están preocupadas por guardar secretos, perciben que las colinas son más empinadas, las distancias más largas y creen que las tareas físicas demandan más esfuerzo. ¿Qué significa?
En práctica, guardar secretos se convierte en un peso, no solo a nivel psicológico sino también físico. Por eso, afrontaremos el día a día más agobiados, como si lleváramos una carga sobre nuestros hombros, literalmente. Eso hará que las tardeas nos parezcan más agotadoras y, al final de la jornada, estaremos más estresados, tensos y agobiados.
Estos psicólogos también apreciaron que cuánto más tiempo tengamos que guardar el secreto, más agotador parecerá, más difícil será ignorarlo y más afectará nuestra percepción de la realidad. En este punto es probable que te preguntes por qué guardar secretos es tan agotador.
Los secretos se convierten en una preocupación de la que no podemos escapar
Psicólogos de la Universidad de Columbia analizaron qué sucede en nuestra mente cuando guardamos un secreto. Examinaron más de 13.000 secretos, valorando además la calidad de las relaciones interpersonales, el nivel de bienestar y la salud física de las personas que guardaban esos secretos.
A cada participante le preguntaron qué tipo de secreto ocultaba y a quién. También indagaron en la frecuencia con que pensaban en ese secreto y cuán felices se sentían.
Descubrieron que las personas pensaban en sus secretos una media de tres veces al día, y que estos disminuían su sensación de bienestar y felicidad. De hecho, cuanto más pensaban en su secreto, menos felices se sentían y peor era su salud.
Lo curioso es que el estrés relacionado con los secretos no se activa únicamente cuando estamos delante de alguien a quien queremos ocultar esa información, sino que es una carga que arrastramos también cuando estamos solos. El simple hecho de saber que debemos ocultar algo, es suficiente para que esa preocupación se active en nuestra mente.
Estos psicólogos explican que, para guardar secretos, debemos plantearnos el objetivo de ocultar esa información. El problema es que cuando nos planteamos determinados objetivos, nuestra mente los activa cada cierto tiempo de manera automática, para asegurarse de que no los olvidemos y, sobre todo, de que aprovechemos las oportunidades que se presentan en nuestro camino y nos facilitan alcanzar esas metas.
En otras palabras: los secretos atraen poderosamente nuestra atención, hacen que nuestra mente gravite a su alrededor porque nuestro cerebro tiene la costumbre de vagar por las preocupaciones, los problemas no resueltos y los objetivos que nos hemos planteado. Por eso, guardar secretos se convierte en una preocupación que nos atrapa, no únicamente delante de las personas sino también cuando estamos solos. Cuando queremos ocultar algo, nos convertimos en los prisioneros de ese secreto.
Además, cuando el secreto es muy grande, nos hace sentir poco auténticos o lo guardamos durante mucho tiempo, aumenta el riesgo de que desarrollemos síntomas ansiosos o depresivos. De hecho, pensar continuamente sobre la información que debemos ocultar puede llegar a convertirse en una fuente de estrés insoportable. Esa tensión interior a menudo es la que nos empuja a revelar el secreto. Llega un punto en el que preferimos afrontar las consecuencias que seguir arrastrando ese peso.
Curiosamente, los psicólogos han descubierto que guardamos hasta 38 secretos diferentes, aunque estos son los 10 más comunes:
Fuentes:
Slepian, M. L. et. Al. (2017) The experience of secrecy. J Pers Soc Psychol; 113(1): 1-33.
Slepian, M. L. et. Al. (2012) The physical burdens of secrecy. J Exp Psychol Gen; 141(4): 619-624.