En 1912 el anticuario y librero lituano Wilfrid Voynich adquirió un lote de 30 manuscritos antiguos al Collegio Romano, una universidad jesuita situada a las afueras de Roma, que vendió gran parte de su archivo para solucionar sus problemas económicos. A buen seguro el bibliotecario de la institución no tenía ni idea de que se estaba deshaciendo del que es, actualmente, uno de los libros más valiosos del mundo: el conocido desde entonces como manuscrito Voynich.
Pese a que ha sido uno de los libros más estudiados de la historia, poco sabemos del mismo. Nadie sabe quién escribió e ilustró sus 250 páginas y, lo que es más intrigante, qué secretos esconde un texto que nunca nadie ha logrado descifrar. El manuscrito Voynich está escrito en un idioma desconocido, bautizado como voynichés, porque sólo se ha encontrado en este libro.
El manuscrito, que actualmente forma parte de la biblioteca Beniecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale, ha sido objeto de numerosos estudios criptográficos –no en vano
está considerado el Santo Grial de la criptografía histórica–, pero las teorías están enfrentadas. Sólo una cosa parece segura. Según un examen de carbono-14, realizado en 2011 por especialistas de la universidad de Arizona, tanto las hojas como las tintas del libro datan de un periodo comprendido entre 1404 y 1438:
el manuscrito es un auténtico texto medieval.
El primer jefe de criptografía de la NSA, William Friedman, trató durante décadas de descifrar el manuscrito, pero nunca lo logróEn este punto desaparecen las certezas, y hay teorías de todo tipo. Hay quien cree que se trata de un texto real, escrito en un lenguaje que nadie ha logrado desvelar; quien piensa que no es más que un engaño muy sofisticado, obra de un librero medieval que sólo buscaba sacar dinero a algún incauto que creyera estar ante un texto único y misterioso; y, cómo no, quien atribuye su creación a los alienígenas.
Ni siquiera uno de los más brillantes criptógrafos de la historia, el militar estadounidense William Friedman, que logró resolver el código cifrado que los japoneses utilizaban en la Segunda Guerra Mundial y fue el primer jefe de criptología de la NSA, logró encontrar ningún mensaje legible en el manuscrito. Tras décadas estudiando el texto, murió sin resolver la que fue la mayor obsesión de su vida.
Páginas de la sección de 'farmacología' del manuscrito Voynich.
El fiasco de la teoría de falsificación
En 2004, un artículo publicado en Scientific American y elaborado por el doctor en ciencia computacional Gordon Rugg dio la vuelta al mundo. Según el científico, el manuscrito Voynich era una farsa, pues muchas de las características notables del texto podían ser replicadas con ayuda de una herramienta de codificación, la parrilla de Cardano, inventada por el matemático del mismo nombre en 1550.
Esta herramienta, una especie de plantilla que servía para ocultar mensajes ocultos en un texto dado, servía también para crear un lenguaje inventado, “pura algarabía”, como lo definió Rugg, pero con apariencia real. Según Rugg, el manuscrito Voynich fue elaborado por los ocultistas Edward Kelley y John Dee (o, al menos, alguno de ellos), dos buscavidas que trabajaban en la corte de Isabel I de Inglaterra y vivían de practicar la nigromancia, la alquimia y el espiritismo en una Europa muy dada a aceptar todo tipo de creencias esotéricas.
Rugg cree que Kelley y Dee crearon la obra, haciéndola pasar por un misterioso texto de Roger Bacon para venderlo al mejor postorNo está confirmado que Kelley y Dee tuvieran el manuscrito en algún momento. Lo que es seguro es que, a finales del siglo XVII, el emperadorRodolfo II de Bohemia lo compró por 600 ducados de oro, un auténtico dineral en la época –unos 72.000 euros de ahora, según las estimaciones de los historiadores–.
El emperador pensaba que el autor del manuscrito había sido Roger Bacon, un fraile franciscano que vivió entre 1214 y 1294 y fue uno de los primeros pensadores que propusieron el moderno método científico. Rugg cree que Kelley y Dee crearon la obra, haciéndola pasar por un misterioso texto de Bacon –que en ningún caso fue su autor–, y fueron los que se lo vendieron al emperador Rodolfo como una pieza valiosísima, ya que sus obras eran muy apreciadas en la época.
La teoría de Rugg resultaba convincente, pero hoy no está nada claro que Kelley y Dee fueran sus autores, entre otras cosas porque el análisis con carbono-14 (elaborado con posterioridad al trabajo de Rugg) sitúa su creación casi un siglo antes: ni Keleey ni Dee habían nacido, ni existía la parrilla Cardano, que es esencial en el relato del investigador y fue inventada once décadas después.
Páginas de la sección de cosmología del manuscrito Voynich.
El 'voynichés', ¿un idioma real?
El profesor Marcelo Montemurro, físico teórico en la Universidad de Manchester, descubrió la existencia del manuscrito Voynich gracias al trabajo de Rugg. En su opinión, sólo había una forma de saber si el lenguaje del texto era real: someterlo a un análisis estadístico que determinara si elvoynichés cumplía con las normas lógicas que cumple todo lenguaje. Sus resultados, cuya publicación ha adelantado este domingo el Sunday Times, son concluyentes. En opinión de Montemurro, el voynichés no puede ser más que un idioma real.
Durante su investigación, Montemurro se topó con un estudio de 2001, elaborado por el profesor de patología analítica Gabriel Landini y publicado en una revista de criptología, en el que ya se constataba uno de los asuntos que Montemurro tenía planeado estudiar. Según aseguró Landini, y ha vuelto a constatar el investigador de Manchester, el manuscrito cumple con la ley de Zipf.
Entre las secciones de temática más parecida hay palabras que se repiten con mayor frecuencia, algo que sólo puede ocurrir si el lenguaje es realSegún la esta ley, formulada en la década de 1940 por el lingüista de la universidad de HarvardGeorge Kingsley, en todas las lenguas humanas la palabra más frecuente en una gran cantidad de texto aparece el doble de veces que la segunda más frecuente, el triple que la tercera más frecuente, el cuádruple que la cuarta, y así sucesivamente.
“La ley de Zipf es considerada como universal”, ha explicado Montemurro alSunday Times. “Si comparas diferentes lenguajes, todos siguen muy cerca el mismo patrón.” Y nadie ha creado los idiomas siguiendo esta regla adrede. El investigador, alentado por este descubrimiento anterior, sometió al manuscrito a sus propias pruebas lingüísticas.
El manuscrito está dividido en varias secciones que, a raíz de sus ilustraciones, se conocen como: “herbario”, pues cada página muestra una planta; “astronómica”, que contiene diagramas circulares que muestran constelaciones y planetas; “biológica”, un texto denso, con figuras de pequeñas mujeres desnudas; “cosmológica”, que muestra más diagramas circulares, pero de naturaleza desconocida; “farmacéutica”, que muestra partes de plantas aisladas y objetos similares a jarras farmacéuticas y“recetas”, una sección con muchos párrafos cortos que parecen mostrar instrucciones para elaborar algo.
Según Montemurro, si el lenguaje fuera real, cada sección debería contener palabras que se repitieran con más frecuencia, del mismo modo que, por ejemplo, en un libro de bricolaje aparecen con mayor reiteración palabras como "taladro", "martillo" o "destornillador". Y en el manuscrito ocurre: hayconjuntos de palabras que se repiten más en cada sección. Además, entre las secciones de temática más parecida, como “herbario” y “farmacéutica”, hay palabras que se repiten con más frecuencia.
Detalle de una de las páginas de la sección 'biológica'.Después de esto el investigador comprobó si, como en todo lenguaje real, existe un espacio predecible entre el conjunto de palabras que se repiten.
“El tiempo que dedicamos a un tema antes de pasar a otro es una característica de la forma en que nos comunicamos”, asegura Montemurro. Tras chequear los espacios existentes los científicos llegaron a conclusión de que tenían lo que cabría esperar de cualquier idioma real. Después continuaron con diversos análisis sobre la variedad de estructuras informativas: todos tuvieron resultados positivos.
“El voynichés es un lenguaje”, asegura Montemurro. “Y es imposible pensar que fuese puesto ahí a propósito”.Curiosamente, el investigador creía a pies juntillas la teoría de Rugg sobre la falsificación del texto, pero hoy no tiene duda de que no puede ser correcta: “No puede explicar cómo las propiedades estadísticas más relevantes del texto pudieron ser falsificadas sin que el falsificador supiera nada de, por ejemplo, la ley de Zipf, un conocimiento al que se llegó muchos siglos después”.
Guerra de estudiosos
Los hallazgos de Montemurro parecen concluyentes, pero Rugg sigue defendiendo que la teoría de la falsificación puede ser real. En su opinión,“agitar las estadísticas parece muy científico, pero se pone demasiado énfasis en ellas”. Según el investigador, aunque el falsificador no conociera la ley de Zipf, podía saber perfectamente que en cualquier lenguaje varía la frecuencia en que se repiten las palabras, “es algo que cualquier farsante trataría de replicar”. Respecto a la nueva datación, Rugg defiende que el creador del manuscrito podría haber elaborado el texto sobre un papel más antiguo, falsificando también su edad (algo que, además, le otorgaría valor añadido).
Para Montemurro, es imposible que el manuscrito sea una combinación sin sentido de símbolos, "su nivel de sofistificación es demasiado alto". Pese a esto, el texto sigue generando todo tipo de teorías. Y seguirá generándolas a no ser que alguien logre descifrar el texto, lo que de momento parece imposible. Todos los meses hay quien elabora una teoría nueva, como que está escrito en ucraniano, pero sin vocales, o que es una copia de la famosa Cábala judía, por citar dos de las que se pueden encontrar en cualquier blog de internet. El misterio, de momento, sigue sin resolverse.