el mundo necesita mas hombres como este y sobran de los otros.FALLECE A LOS 95 AÑOS
Muere Mandela, la última leyenda del s. XX
El preso 46664 ha muerto. Pacíficamente, en su casa de Johannesburgo, en compañía de su familia. Nelson Mandela (Qunu, 18 de julio de 1918), la última leyenda política del siglo XX, falleció hoy a los 95 años. Su estancia de 27 años en las cárceles del Apartheid ha acabado, finalmente, provocando su muerte. Aunque nunca, de alguna forma inconcebible, logró quebrar su espíritu o mermar su fuerza, que terminó transformando a toda una sociedad, a todo un sistema de segregación racial que durante décadas parecía perpetuo.
Inspiración para millones de personas en todo el mundo, Madiba -el nombre que le regaló su clan y el que utilizaban sus compatriotas para referirse a su héroe- obtuvo la admiración casi unánime de su Sudáfrica natal y del mundo por su obstinada batalla por la igualdad racial. También por su liderazgo de una transición modélica que permitió, tras masacres como la de Shaperville, vivir a negros y blancos en relativa paz en una tierra donde el odio tenía raíces de baobab, recias y profundas.
"Es un día de emociones encontradas, contentos de que no sufra más y tristes por perder a una persona como él, que fue todo perdón", dice Gramble Salmon, un blanco sudafricano. "Ojalá tengamos a otro Mandela. Quizas haya nacido hoy".
Tras meses de noticias sobre su grave estado de salud, el rumor que hoy recorría Sudáfrica resultó cierto. "Hemos perdido al más grande de sus hijos. Como el hijo que pierde a su padre", dijo el presidente Jacob Zuma en un mensaje televisado para toda la nación. Desde Washington, el primer presidente negro de EEUU, Barack Obama, también ha dedicado unas palabras al hombre que venció al racismo. "Consiguió más de lo que se puede esperar de cualquier hombre. Hoy se ha ido a casa".
La masacre y el perdón
“Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que las personas puedan vivir juntas y en armonía con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”. Lo dijo Mandela ante un tribunal que le juzgaba por alta traición. En marzo de 1960 había tenido lugar la tragedia de Shaperville, en la que la policía afrikáner abrió fuego contra una manifestación, matando a 69 personas. Todos eran negros. El impacto de la masacre en Sudáfrica, y obviamente en Mandela, fue enorme. Meses después, convencido de que la lucha armada era la única vía, se puso al frente del grupo terrorista Lanza de la nación. No obstante, en los muchos años que le quedaban por vivir, Mandela demostraría una coherencia inmensa con aquella frase.
Como familiar de los jefes de la tribu de los Tembu, habitantes de la paupérrima región de Qunu, Mandela fue educado para convertirse en líder de su clan desde el momento en que la muerte de su padre, cuando tenía nueve años, acabó con una infancia plenamente africana, una niñez de hijo de un clan de pastores, sin ningún tipo de contacto con el hombre blanco. De hecho, Nelson no era su nombre real. Se lo puso uno de sus primeros profesores, una misionera británica, porque Rolihlahla Dalibhunga Mandela era demasiado africano para labrarse un futuro en un país y una época en la que los blancos, sinónimo de progreso, eran considerados semidioses. Aún faltaba tiempo para el Apartheid.
Nelson no aceptó su destino de jefe tribal. En cambio, estudió Derecho y comenzó a dar muestra de su inquietud política. Por aquel entonces, no era el brillante orador que ha quedado grabado en nuestra memoria; era un hombre tímido, reacio a hablar en público. Pero su inmersión en política y sus primeros pasos en la lucha contra el régimen del Apartheid, cuya xenofobia y segregación racial decidió combatir, le cambió.
Se unió al Congreso Nacional Africano en 1942. Fundado en 1912 para luchar por los derechos de la población negra, el CNA era el férreo opositor al Partido Nacional de Sudáfrica (PN), la formación que en 1948 había ganado unas elecciones en las que sólo podían votar blancos y había instaurado un sistema de segregación racial. Mandela recorrió su país dando mítines e incitando a la desobediencia civil, en la que se incluían actos de resistencia violenta. Por ello fue arrestado y acusado de alta traición por un régimen que le consideraba un terrorista.
Pasó casi tres décadas en prisión, 18 de aquellos años, en Robben Island. Él y otros presos realizaban trabajos forzados en una cantera de sal. Los prisioneros negros recibían menos raciones, y los presos políticos tenían incluso menos privilegios que los comunes. Como prisionero del grupo más bajo de la clasificación, Mandela sólo tenía permitido recibir una visita y una carta cada seis meses. Aunque muchas de ellas no llegaban. Las que lo hacían, a menudo eran retrasadas durante largos períodos y leídas por los censores de la prisión.
Cuando salió de prisión, en gran medida gracias al apoyo de una campaña orquestada por la comunidad internacional contra el aislado régimendel Apartheid, lo hizo sin rencor. Siempre fiel a su idea de sólo habría futuro para Sudáfrica si había reconciliación, apostó durante su primera intervención ante la prensa por una salida política para el país que no menoscabase los derechos de los blancos.
Sus ingresos hospitalarios eran cada vez más frecuentes. Durante los últimos dos años tuvo que ser hospitalizado en cinco ocasiones, por una infección pulmonar. Desde hace más de un año un equipo de médicos le cuidaba las 24 horas del día cuando estaba en casa. Mandela había sufrido una notable pérdida de memoria. Apenas articulaba palabra ni se movía. Su hija mayor, Makaziwe, reconoció en una entrevista que se comunicaba con él mediante caricias en las manos. También había perdido el habla; el hombre que pasó de luchador militante por la libertad a prisionero, figura única y jefe de estado.