Existe un lugar único en la Comunidad Valenciana. Un lugar capaz de transportarte al pasado, repleto de leyendas, de historia, de huellas de nuestro pasado morisco y de los cristianos que conquistaron Balansiya para fundar el Reino Cristiano de Valencia, dando lugar a que este paraje se convirtiera en el último reducto de los moriscos antes de su expulsión definitiva por Felipe III. Un paraje bello pero duro a la vez, rocoso pero repleto de vegetación, que sin duda alguna no deja de sorprender a quien lo visita por culpa, en gran parte, de la ruta de los 6000 escalones.
¿El nombre del enclave? La Vall de Laguar, que proviene del árabe “Al-Agwar” y que significa “las cuevas”, un municipio de la Comunidad Valenciana perteneciente a la comarca de la Marina Alta, en la provincia de Alicante, siendo uno de los valles del interior de la montaña de Alicante formado por los núcleos de Benimaurell (Pueblo Alto, Poble Dalt), Campell (Pueblo Bajo, Poble Baix), Fleix (Pueblo de Enmedio, Poble d´Enmig donde se sitúa el ayuntamiento) y Fontilles, constituyendo, pues, todos estos pueblos un solo municipio: La Vall de Laguar.
La población, cercana al lugar del que hoy os dedico este artículo, no supera apenas los 1500 habitantes, manteniendo ese aire de montaña y rural elevado a unos 500 metros de altitud entre dos sierras del precioso valle donde se encuentra, dejando a un lado el tan conocido y visitado Barranco del Infierno, cita obligada por barranquistas, senderistas y espeleólogos, y al otro lado la Sierra del Cavall Verd o Sierra del Penyó (de 800 metros de altitud aproximadamente) con multitud de fuentes, manantiales y una particularidad que le hace un lugar especial: Los más de 6000 escalones a recorrer para llegar su cima.
Pero el nacimiento de estos escalones tiene un comienzo y una historia maravillosa, aunque también de muerte y sangre, y ese comienzo no es otro que la conquista de Jaime I y el cristianismo. ¿Me acompañáis para conocer la historia de este precioso lugar?
Todo comienza en el siglo XIII, donde después de la reconquista, los moriscos que poblaban la zona de levante y las cercanías al lugar que nos concierne fueron desposeídos de sus tierras, discriminados e incluso esclavizados. Por consiguiente, aquellos que durante siglos habían sido dueños y señores de tierras, o sus descendientes, en alguna de las tres Taifas de Balansiya, no tuvieron más remedio que refugiarse en las montañas de los valles de Guadalest, Laguar, Alcalá, Ebo y la Gallinera para poder, así, vivir más tranquilos y crear su propio refugio apartados del cristianismo. El hecho de que el desplazamiento fuera hacía el sur y no hacía el norte no era otro que el empuje de la Corona de Aragón (desde el norte) y, quizás, de las cercanías o proximidades al anhelado al-Ándalus, que empezaba pues su decaimiento por las consiguientes conquistas cristianas.
Y es aquí cuando entra en juego la montaña alicantina, que fue sin duda alguna una isla rodeada de un mar de cristianismo. Los señores feudales de por aquel entonces anhelaban poseerla, pero aquella montaña era uno de los últimos reductos de aquellos orgullosos moriscos. Fueron años duros, de pactos breves, de emboscadas y escaramuzas entre dos bandos: Por un lado las tropas de Jaume I; por el otro, los partidarios del visir Al-Azraq, más conocido como el “Blau”.
El terreno, duro pero con los suficientes recursos para subsistir, debía de ser un terreno accesible y había que poner remedio a aquel problema. Así que, por eso, construyeron un sendero de aproximadamente unos 6873 escalones de piedra (sí, alguien se ha parado a contarlos), para poder acceder a esos bancales y tierras de cultivo, donde incluso llegaron a hacer un agujero a la montaña para cruzarla: El Forat de la Juvea.
Aquellos moriscos se habían convertido en auténticos “maquis” (los maquis eran los conocidos bandoleros en la época de la post-guerra civil española, e incluso antes, por “echarse al monte” a vivir y estar en contra de quien gobernaba).
Tras los periodos de sublevaciones, rebeliones e incluso treguas cortas, de 3 años, Al-Azraq, en el exilio después de su persecución, encabezó la que sería su última batalla en el asalto de Alcoy, ciudad reforzada por Jaume I. La ciudad se encomendó a San Jorge y en la batalla Al-Azraq fue muerto aunque la victoria fue para los moriscos, provocando la huida de los cristianos, a pesar de que curiosamente muchos de los moriscos acabarían en las cercanías de los 6000 escalones años más tarde de la victoria de Alcoy por el hijo de Al-Azraq. Por cierto, en ese mismo año, en julio, muere también Jaime I y su hijo Pedro (Pedro III de Aragón), acabaría por fin con la rebelión entre 1277 y 1278.
Pero la pacificación de las montañas de la Marina no fue más que para los cristianos, que aún seguían anhelando algunos de aquellos señores feudales un reparto mayor de aquellas tierras, a pesar del sincretismo religioso (intento de unir varias culturas o religiones) que por aquel entonces promulgaba el Reino cristiano al encomendar a San Jorge sus batallas y derechos sobre aquellas tierras. Cabe decir, que por aquel entonces existian pruebas más que suficientes sobre la convivencia de varias religiones en aquella Balansiya o Reino Taifa, y que la imposición o reconversión al cristianismo era una imposición venida desde los cristianos que hizo que aquellos pobladores moriscos se alzaran en rebeldía por no querer bautizarse.
Pasados los años, y debido a la persecución de que eran objeto por parte de la iglesia católica, los moriscos más rebeldes levantaron los ánimos de otros moriscos más dóciles y profanaron la parroquia de Santa Ana (PINCHANDO AQUÍ PODRÁS CONOCER OTRO ORIGEN “DUDOSO” ETIMOLÓGICO AUNQUE DOCUMENTADO SOBRE LAGUAR, ASÍ COMO REFERENCIAS A LA IGLESIA DE SANTA ANA.)
Por aquel motivo de disturbios, el emperador Carlos I publicó un decreto que obligaba a todos los moriscos a bautizarse, obligando a muchos moriscos que no querían perder sus tierras a convertirse al cristianismo, lo cual provocó nuevos disturbios. Este hecho obligó a Felipe II, como medida de prevención que, por sorpresa, fuesen desarmados todos los moriscos de todas las villas y lugares del Reino de Valencia, para finalmente, su hijo Felipe III, escuchando los reclamos de los cristianos sobre abusos y sacrilegios e indisciplina de los moriscos, dictó el famoso decreto de expulsión, llevando por consiguiente lo que sería el último reducto morisco de aquel Reino de Valencia: La Vall de Laguar.
Los que se resistieron a abandonar sus tierras hicieron frente a los cristianos, pero estos se vieron acorralados quedando como último reducto el Castell del Pop, un fuerte que estaba ubicado en la Sierra del Cavall Verd (793 metros) del que no queda ningún rastro según Escolano pero sí según los habitantes de la Murla, que aseguran que su iglesia está ubicada sobre las ruinas de esta fortaleza.
La Sierra de Cavall Verd, formada por dos cimas dando lugar a una especie de silla de montar, se dice que su origen, y nombre, se debe por su forma de silla y por encontrarse la cumbre llena de hierbas, según el libro “Las Décadas” (1611) de Gaspar Juan Escolano. También se cuenta la leyenda, por el lado morisco, de que a los amotinados y rebeldes de La Vall de Laguar, que reclamaban esas tierras como suyas, se les contaba que si luchaban y vencían, llegaría un gran caballo verde (Cavall Verd/Caballo Verde) que los llevaría al paraíso, leyenda que venía dada por Ezme, la hechicera morisca, lo que sin ninguna duda les dio el empuje y motivación para la lucha que de nada sirvió para los muchos que murieron y los otros que fueron reducidos definitivamente. Aquel caballo verde no vino para salvarles y el fin de La Vall de Laguar morisca llegó.