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La gente buena no cambia porque piensa con el corazón


 Valeria Sabater 24, Marzo 2017 en Psicología36743 compartidos
A la gente buena también les suceden cosas malas. Porque el destino es arbitrario, el mundo ciego y el egoísmo a veces muy afilado. Sin embargo, las personas nobles jamás renuncian a sus raíces a pesar de las decepciones, porque quien piensa con el corazón no entiende de desprecios ni de frías razones.
Todos conocemos personas con este perfil. Es más, cada vez que vemos un acto de nobleza, de altruismo desinteresado o de heroicidad la mayoría nos sentimos inspirados o incluso reconciliados con el propio mundo. Algo muy parecido a esto sucedió hace solo unos días, en el lamentable atentado ocurrido en el corazón de Londres el pasado 22 de marzo.
Tobias Ellwood, subsecretario parlamentario en el Ministerio de Relaciones Exteriores, no dudó en salir del Parlamento de Westminster a pesar de las recomendaciones. Quería prestar ayuda. Durante varios minutos hizo lo posible por salvar la vida de un policía herido, taponando la herida y practicándole el boca a boca hasta la llegada de un helicóptero. No pudo ser. Sus gestos de impotencia y desesperación al no poder salvarlo dieron la vuelta al mundo.
Todos empatizamos con su dolor. Al día de siguiente, todo el espectro político alabó su capacidad de reacción frente al resto, y esa determinación que más allá del miedo, la alarma o la indecisión, hizo que actuara con la determinación de quien solo ansía ayudar, de quien por encima de todo prioriza a los demás.

¿Qué es mejor? ¿Sentirse bien o hacer el bien?

La pregunta puede resultar un tanto extraña: ¿qué puede ser mejor? ¿Invertir en el propio bienestar o priorizar el bienestar ajeno? Es muy posible que muchos de nuestros lectores se digan a sí mismos que la respuesta es sencilla, puesto que algo tan simple como hacer el bien ya revierte en el propio equilibrio y satisfacción personal. Sin embargo, esta conclusión no está tan clara para los expertos. De hecho, esta misma idea ha intrigado durante varios años a los especialistas en el comportamiento humano.

Lo que nos dice la investigación

Los investigadores de la UCLA (Universidad de California) realizaron un interesante estudio donde concluyeron que existen dos tipos de propósitos vitales en el ser humano, y que cada uno de ellos tiene implicaciones biológicas.
Estos serían los datos.
  • En primer lugar estarían las personas que se caracterizan por aspirar hacia un bienestar hedónico. Es decir, un tipo de felicidad que tiene su origen exclusivo en la autogratificación, en la búsqueda vital del propio bienestar.
  • Por otro lado, también se definió lo que se conoce como “bienestar eudaimónico”. Se trata de otro tipo de propósito mucho más profundo y elevado, ahí donde uno mismo intenta desarrollarse y crecer como persona para dar lo mejor de sí a los demás.

Conclusiones

En el estudio se descubrió que las personas con una clara disposición eudaimónica (tienen a los demás en uno de los lugares más altos de sus escalas de prioridades), gozaban de un sistema inmunitario más fuerte. Se comprobó que desarrollaban menos inflamaciones y que tenían un mayor número de anticuerpos, sinónimo de un sistema inmunológico más fuerte.
Asimismo, a nivel psicológico se pudo demostrar que eran perfiles de fuertes convicciones. No importaba las veces que la vida les hubiera golpeado, las decepciones vividas o las pérdidas sufridas. Seguían pensando con el corazón, seguían priorizando a los demás y confiando en la propia nobleza del ser humano.
Por su parte, los individuos hedónicos demostraron tener un menor número de anticuerpos, un sistema inmunitario más débil y un carácter más errático, voluble y variable.

A pesar de todo, pensar y actuar con el corazón vale la pena y vale la alegría

Es muy posible que muchos de nosotros hayamos pasado por una época en la que nuestra aspiración vital fuera puramente hedónica. Lejos de verlo como el claro reflejo de un acto egoísmo, hemos de entenderlo como una etapa más de nuestro crecimiento personal. A veces, somos simples exploradores. Queremos experimentar, dejarnos abrazar por la vida, aspirarla, gratificarnos y consumirla a grandes bocados.
Sin embargo, poco a poco vamos ascendiendo en la pirámide de nuestras necesidades hasta comprender que somos un todo interconectado, un maravilloso y complejo entramado interrelacionado donde nuestros actos revierten en los demás. Hacer el bien, actuar con el corazón es aportar armonía en el caos, es ser un faro en medio de la oscuridad o del desastre, como lo hizo el parlamentario Ellwood intentando salvar la vida de Keith Palmer, el policía apuñalado por el terrorista.
Lo creamos o no, ser buena persona no exige que seamos héroes, no demanda que nos impliquemos en realizar arriesgadas acciones por los demás ni pide que congraciemos a toda la humanidad con el planeta. La gente buena acontece cada día, es discreta pero luminosa, silenciosa pero alegre, humilde pero inmensa, como su propio corazón.
Sembremos de bondad y de respeto nuestros actos cotidianos, pongamos nuestras miradas en las cosas más pequeñas. Así, cuando llegue la oportunidad de realizar grandes cambios la inercia que hemos creado nos ayudará. Es en este horizonte de trabajo diario donde el bienestar eudaimónico está por encima del simple hedonismo y donde podremos ser esa fuente de inspiración que contagie al mundo.