Para los que no me conozcan les diré que yo he nacido y vivido en una gran ciudad. Y desde hace unos pocos años vivo en un pueblo de poco más de 200 habitantes. A mi pueblecito le pasa exactamente lo mismo que a miles de ellos en España, se llena de veraneantes en verano, Semana Santa y puentes y fines de semana varios. En su inmensa mayoría los turistas provienen de ciudades más o menos grandes.
El caso es que
en los bares solemos compartir tertulia los habitantes de todo el año y los de fin de semana. A veces hablamos de la actualidad (la importante y la no tanto), de los hijos, del trabajo y de la vida en nuestros lugares de residencia. Y cómo nos mezclamos urbanitas y ruralitas, entonces hablamos de cómo se vive en la ciudad y, sobre todo, de cómo se vive en el pueblo. Y lo que vengo observando desde siempre es la imagen que tienen los habitantes de la ciudad con respecto a la vida en los pueblos. Esta imagen es distorsionada, idílica, ideal, pixelada, sesgada… o como quieras llamarla. Sí, vivir en un pueblo es idílico. Claro, depende de lo que entiendas por idílico.
No nos engañemos porque todo, absolutamente todo, tiene su parte positiva y su parte negativa. Y para complicarlo aún más resulta que lo que tu consideras positivo para mi puede que resulte bastante negativo. Total, que a esta “imperfección” no se escapa lo de vivir en un pueblo (ni tampoco lo de vivir en una ciudad).
¿El aire es más sano en el medio rural? Seguro que sí, pero también se huele en invierno el humo que sale de las chimeneas que no paran de quemar troncos. Se puede comer fruta recién cogida del árbol pero en ocasiones hay abuso de tratamientos agroquímicos. El trato con los vecinos generalmente es muy cordial, pero ya se sabe que en las comunidades pequeñas es más fácil que hayan roces. Y para ir a la ferretería o al cine es obligatorio coger el coche.
Puedes ver que ni todo es negro ni todo es blanco. Tampoco es todo de color gris. Sino que en los pueblos hay muchos colores: el azul del cielo, el marrón de la tierra, el verde de las hojas de los árboles y el blanco del almendro en flor.