Nunca he sido una devota del AVE. Me explico: no es que no me guste llegar rápido a mi destino. En este tiempo acelerado, casi todos tenemos prisa, y yo la primera. Los escritores solemos pasarnos muchos días del año viajando. A veces estamos promocionando nuestros libros, o bien dando conferencias. Son viajes veloces y agotadores, y, por supuesto, cuanto más breves sean, mejor.
Reconozco que el tren de alta velocidad permite realizar verdaderas hazañas y ofrece además mucha comodidad. Cada vez que me subo a un AVE, no dejo de pensar que es casi un milagro poder desplazarse a 300 kilómetros por hora sin que tu asiento se mueva lo más mínimo y disfrutando de un paisaje que se desliza ante tus ojos con una asombrosa lentitud. Ahora bien, sus ventajas no me han impedido analizar el asunto desde otros puntos de vista.
¿Nunca se han preguntado ustedes cómo es posible que España sea el país de Europa que posee la red más extensa de alta velocidad? ¿Cuál es la razón por la que países claramente más desarrollados y ricos que el nuestro –Alemania, Francia o Gran Bretaña, por ejemplo– han invertido mucho menos en ese tipo de trenes que nosotros? La respuesta es bastante obvia: esos países han optado por mantener unas estructuras ferroviarias menos espectaculares, pero más equilibradas y sostenibles.
Para empezar, respecto al transporte de mercancías, imposible de realizar en las líneas de alta velocidad. De hecho, España es el país europeo que menos utiliza ese sistema, más barato y ecológico que el transporte por carretera. En otros estados vecinos esta dicotomía se ha resuelto mediante trenes de velocidad media, cuyas líneas pueden ser utilizadas para pasajeros y mercancías.
Pero quizá el daño más grave que nos ha causado la inmensa inversión en AVE ha sido el abandono de otras redes consideradas secundarias, y las asombrosas desigualdades que eso significa. Uno tarda dos horas y media en recorrer los alrededor de 500 kilómetros que separan Madrid de Sevilla. Pero para cubrir los 400 que hay entre Almería y Sevilla –algo que hacen a menudo muchos estudiantes– tiene que invertir seis horas. Aunque hay casos aún peores: de Bilbao a A Coruña, separados igualmente por unos 500 kilómetros, se tarda once horas. Con la alegría de que, al menos, en ese trayecto no es preciso hacer transbordo… Podría poner infinidad de ejemplos parecidos. Realmente, fuera de los trazados de alta velocidad, la mayor parte de los desplazamientos en tren por España tienden a ser de una lentitud decimonónica.
Todo esto empeorará aún más ahora que Renfe ha decidido reducir o incluso cerrar una serie de líneas con la excusa de que son deficitarias. Es un gesto más de los muchos que está provocando la convicción neoliberal de que los servicios públicos deben gestionarse con los mismos criterios que la empresa privada. Un principio insolidario que está a punto de provocar auténticas catástrofes en ámbitos fundamentales, como la sanidad, que ya encamina sus pasos por esa senda. De momento, miles de personas se quedarán sin tren. Aunque, eso sí, démonos por contentos sabiendo que seguimos encabezando la lista de países europeos con más kilómetros de alta velocidad. Al fin y al cabo, en nuestro álbum de fotos de ex nuevos ricos, la del deslumbrante AVE queda muy bien
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