MAPA DE VISITAS

Ronda, la ciudad que cautivó a Wells y Hemingway

FOTOGALERÍA: 

Situada en el noroeste de la  provincia de Málaga, Ronda es destino obligado de todos aquellos viajeros que recorran Andalucía. Enclavada en la serranía a la que da nombre se muestra impresionante cuando uno se va acercando a la ciudad. Es fácil imaginar a Pasos largos con su cuadrilla de bandoleros galopar por estos parajes, quizás vi demasiados capítulos de Curro Jiménez... Pero si fue un atractivo para Irving o Gautier hoy lo sigue siendo para alemanes, japoneses y todo un sinfín de nacionalidades que pasan por aquí cada año en buscando de esa Andalucía mítica. Ronda, cuna de bandoleros y toreros. Eso sí, siempre con permiso de su famoso "Tajo".
Ronda.
La ciudad se asienta sobre una meseta cortada por un profundo tajo excavado por el río Guadalevín, al que se asoman los edificios de su centro histórico. Esto confiere a la ciudad una panorámica inconfundible que, unida a la variedad de monumentos que posee y a su entorno natural, ha convertido a Ronda en un centro turístico obligado.
Ronda.
Casas colgantes sobre el tajo en un vértigo atractivo. La zona más visitada de la ciudad.
Ronda.
Desde el mercadillo obtenemos una de las vistas más impresionantes del puente nuevo construido en 1793 y que salva un desnivel de 100 metros sobre el río Guadalevín.
Ronda.
Nave renacentista de Santa María la Mayor. Construida sobre una mezquita de la que aún conserva parte del minarete, la iglesia fue elevada a la categoría de colegiata por Fernando el Católico.
Ronda.
El conjunto rupestre mozárabe de la Virgen de la Cabeza (S. IX-X d.c.), también denominado Cuevas de San Antón, se encuentra excavado íntegramente en la roca. Tras la conquista musulmana de la Península (711d. C.), muchas de las comunidades hispanogodas continuaron conservando sus creencias y costumbres. Recuerda en cierta forma a las catacumbas romanas. Desde aquí la vista de la ciudad es inigualable.
Ronda.
Los baños árabes, de época nazarí (s. XIII-XIV), están situados en la zona de la antigua judería y se pueden visitar todo el año.
Ronda.
La cerámica rondeña, con su característico esmaltado blanco, recoge toda la tradición de la alfarería andaluza. Podemos adquirirla en una de las muchas tiendas de la ciudad.
Ronda.
Una imagen que se repite a diario es la de los cientos de turistas que se inclinan sobre el puente nuevo a admirar el salto sobre el río.
Ronda.
Un mirador vertiginoso al tajo. La vista se pierde desde esta atalaya privilegiada que nos permite volar sobre la vega.
Ronda.
Dos rondeños pasan el rato en la Alameda del Tajo, parque central de Ronda de obligada visita con vistas imposibles dominando el valle.
Ronda.
En la primera semana de septiembre se celebran las famosas Ferias de Pedro Romero. El atractivo más destacado son las corridas Goyescas, que unieron para siempre a esta ciudad con dos grandes como Orson Wells y Hemingway y ayudaron aún más a situar a Ronda a nivel internacional.
Ronda.


La parte opuesta de la ciudad, mucho menos conocida, ofrece una panorámica impresionante.
Ronda.
Al doblar cualquier calle, una imagen nos recuerda que estamos en un enclave serrano sin parangón. La sierra inunda toda Ronda.

Tiene su origen Ronda en la Arunda romana que se constituiría a partir de asentamientos ibéricos existentes. Visigodos y musulmanes también dejaron su huella, creando así un crisol de culturas de las que podemos disfrutar paseando por sus calles.  

Ronda.

RECETA - ARROZ CON VERDURAS



El arroz es indispensable en mi casa. Todas las semanas se pone mínimo un plato y, como comprenderéis, hay que variar la receta. 

Podemos comerlo en forma de arroz campero (con jamón y vino blanco), en forma de risotto o de postre como arroz con leche. Estos son solo ejemplo, podéis encontrar más en el índice.

En resumen, que hoy os lo traigo con verduras, para desengrasar y mantener el tipo después de los atracones.


Ingredientes



  • 1 Vaso Arroz
  • 2 veces y media la medida del Arroz
  • 3 Dientes de Ajo
  • Caldo de Verduras
  • Menestra (En mi caso congelada)
  • Pimienta Negra
  • Colorante Alimentario
  • Laurel


En una cacerola ponemos aceite y echamos los dientes ajo ya picados. Refreímos y, cuando empiecen a dorarse añadimos la medida de agua (mejor si lo hacemos con una pastilla de caldo de pollo o de verduras, según gustos). 

Cuando el caldo empiece a hervir introducimos la verdura y esperamos que vuelva a hervir para incluir el arroz. En este punto es el momento de añadir los condimentos: Pimienta negra, colorante alimentario y una hojita de laurel.

Lo mantenemo a fuego fuertecito (sin pasarse) unos cinco minutos y después lo bajamos para que se haga lentamente. 

Una vez terminado, lo dejaremos reposar de cinco a diez minutos y... la mesa.

DÍA DE TODOS LOS SANTOS - COMO APRENDER DE LAS PERDIDAS

Hoy un día especial, casi todos hemos perdido un ser querido y con ello el dolor que sufrimos en nuestros corazones.

Quiero en especial hoy estar con todos vosotros que visitáis el blog, porque en este día de dolor quiero dejaros este video que nos ayuda a llevarlo mejor dentro de lo que cabe.

Os doy las gracias por vuestras visitas y dejaros un fuerte abrazo que no os sintáis anónimos porque todos los que estáis leyendo estas letras compartís conmigo unos minutos del día. Gracias.





La felicidad


Morella mágica - Comunitat Valenciana

Paseo por el Lejano Oeste


En el Far West, la tierra mítica donde los cielos corren rápido, hay indios al acecho y ‘saloons’ en cada villa. Una realidad construida a través de los wésterns y sus clichés

Una exposición en el Museo Thyssen revisita, a través del arte, los arquetipos que construyeron el sueño de la conquista norteamericana

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'El rastro perdido' de Charles Wimar (1857). / MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA
Si hay alguna imagen que todos atesoramos como memoria colectiva, como recuerdo compartido y pertenencia –aunque paradójicamente sea de otros–, es la del Lejano Oeste. Son los espacios abiertos, surcados por el viento y los búfalos que de una forma inesperada desvela una mañana el cielo alto de Chicago –incluso en medio de un despliegue tan portentoso de arquitectura–; nubes que corren más deprisa que la mirada; aire que sopla por un país entero, que lo atraviesa desbocado por las grandes llanuras como los búfalos, y que tarda kilómetros y kilómetros en encontrar un sistema montañoso que lo amortigüe y lo domestique. La forma de nombrar es elocuente en Estados Unidos: hay una pequeña franja al este y otra en su extremo opuesto –California y el resto de Estados del Pacífico–. Entre medias, indómito, lleno de superficies infinitas, un lugar extraordinario: el Medio Oeste, la tierra mítica y que todos conocemos por los wésterns, películas que desde la infancia nos acompañan como una imagen martilleante de la construcción de estereotipos, como ocurre en el cine de Hollywood. Es la tierra prometida para los colonos y el final de una civilización para los nativos americanos y hasta para las tierras que habitaban, ya que poco a poco los cultivos fueron domesticando las praderas inconmensurables.
De hecho, las películas del Oeste, tantas veces vistas y llenas de gags repetidos –vasos de whisky que corren por las barras; chicas “ligeras de cascos”; duelos de malos y buenos que se quedan un momento en medio del paisaje desierto a punto de sacar las pistolas, imagen congelada durante unos fotogramas…–, han ido construyendo en la imaginación colectiva el ideal de conquista que subyace en los primeros colonizadores en Estados Unidos. Blancos contra indios –vaqueros contra indios–, los wésterns narran la historia desde un solo ángulo: el de los colonizadores con sus caravanas en círculo para evitar el ataque de los temibles y malvados indios, que montan a pelo y recorren las praderas sin tregua.
Las películas del oeste han ido construyendo en la imaginación colectiva el ideal de conquista que subyace a los primeros pobladores de EE UU
Porque, en efecto, a finales del siglo XIX el Oeste estaba domesticado por completo, incluso el feroz jefe Toro Sentado aparece en varias imágenes posando en el estudio de un fotógrafo de los que colocaban a cada persona en la pose que mandaba la estricta etiqueta del siglo XIX –el burgués de burgués, el “indio” de “indio”–. Al fondo, se adivinaba el típico decorado que hacía aún más triste la representación del anciano, en otros tiempos fiero, sosteniendo su arma por puro protocolo. De esa manera le representa la foto de D. F. Barry de 1885, que tal vez circuló en forma de postal –lo “exótico” a buen precio que tanto gustaba al XIX en sus espectáculos de tiro al blanco y sus exposiciones universales–. Esta obra y algunas otras curiosidades maravillosas se podrán ver en la exposición La ilusión del Lejano Oeste, en el Museo Thyssen del 3 de noviembre al 7 de febrero, comisariada por el artista Miguel Ángel Blanco, quien ha tomado como punto de partida un hecho excepcional: es la única colección del país donde se pueden encontrar obras relacionadas con el tema.
Pese a todos los estereotipos que se han ido construyendo entrado el XX –o precisamente por esos estereotipos de libertad que el relato desvela en la memoria–, ese Oeste vuelve a ser el mito fundacional norteamericano por excelencia. Lo es para aquellos que en los años treinta primero y en los cincuenta después quisieron “buscar América”. Hacia el Oeste se iría la mítica pintora Georgia O’Keeffe, más concretamente a Nuevo México en 1939, junto a Beck Strand, que había estado casada con el conocido fotógrafo Paul Strand. Ese lugar acabaría por convertirse en su casa durante los siguientes años y allí aprendería nuevos paisajes. Se trataba de un viaje sin el marido, el fotógrafo Alfred Stieglitz, que suele leerse como parte del mito feminista. Pero dicha partida se inscribe en la tónica de esos años, en los cuales otros habían salido de Nueva York en “busca de América”, de las raíces, de lo perdido: Hartley en 1918, Weston hacia California en 1926.
Años más tarde, en los cincuenta, la beat generation impulsaría ese mismo viaje hacia las tierras con algo de prometidas en una época que no aceptaba el destino prediseñado de su país y que daba paso a nuevas invenciones que, también en busca de esa América, conocían de partida la imposibilidad de hallarla como se describía, quizá porque todo paisaje recorrido es un paisaje inventado. A esa generación pertenecerían William Burroughs, Allen Ginsberg y Jack Kerouac, con su libro En el camino, donde se cuenta la historia de un desclasado que también se esfuerza por “buscar América”, que en su caso es un lugar impreciso, una etapa en el camino de raíces contraculturales.
'Dos silbidos', del retratista y etnólogo Edward S. Curtis.
Ambos momentos son, en el fondo, cierto retorno a la tierra prometida que ejemplifican los paisajes del Oeste, el origen despoblado e imponente que habían recorrido los primeros españoles, quienes llegaron a estas tierras en el siglo XVI, dejando ejemplos de mapas que no solo dan idea de la precisión del recorrido, sino del espíritu expansionista de España hasta el XIX. Son esos paisajes magníficos de los cuales dan cuenta también pintores como Henry Lewis en Las cataratas de San Antonio del Alto Misisipi, siguiendo una moda muy popular entre los viajeros por América Latina, deslumbrados ante una naturaleza poderosa y desbocada, que en este cuadro concreto –de la colección del propio Museo Thyssen– muestra a un nativo mientras observa la magnificencia del panorama, reenviando al concepto de lo sublime en 1847. El paisaje de Albert ­Bierstadt –en la colección de Carmen Thyssen– repite el esquema de los observadores frente a la naturaleza privilegiada. En la propuesta de estos pintores, a veces más bien aficionados y etnógrafos, se pone además de manifiesto la sugestiva línea divisoria entre creación y antropología que los viajeros –o viajeros por el propio país en busca de las raíces, como en el caso de Lewis– plantean.
Tal es el caso también del pintor norteamericano William Henry Jack­son cuando pinta El Gran Cañón de Arizona a principios del XX, esa naturaleza hostil de la cual hablaba la exploradora Calamity Jane en las cartas nunca enviadas a la hija: “Durante el mes de junio he hecho poney express rider transportando el correo de Estados Unidos entre Deadwood y Custer, una distancia de 50 millas, en una de las pistas más duras de Black Hills. (…) Estaba considerado el camino más peligroso de las colinas, pero como mi reputación como jinete y mi puntería eran bien conocidas, he tenido pocos problemas, porque los de la oficina me consideraban una persona preparada y porque sabían que siempre daba en el blanco”.
Son los mismos paisajes que reproduce el wéstern cuando forman ya parte de la historia, si bien algunos de ellos, en su potencia, no consigan ser domesticados jamás por los cultivos y el consumo, como desvela el retrato melancólico de Toro Sentado.
Por eso quizá emocionan de una forma inusi­tada algunas de las representaciones que se proponen de los nativos americanos en sus propias tierras, como las de uno de los fotógrafos más potentes de la historia de la fotografía norteamericana, Edward Curtis, quien con sus retratos de fondo neutro y sus bellos rostros traspasa la idea de documento y entra en el territorio del estudio psicológico, mostrando y demostrando el orgullo de los protagonistas a su pertenencia, la que les sería arrebatada en el duro camino hasta la reserva o, incluso, hacia el estudio de un fotógrafo mediocre, incapaz de leer más allá de los estereotipos.
'Vista del Valle Yosemite' (1865), de Thomas Hill. / MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA
Quizá las fotos de Curtis, sobre todo la que muestra a un nativo americano en una reserva Crow estirando una piel sobre el suelo en 1909 –cuando las tierras y los hombres habían sido devastados–, fueron las que vio Jackson Pollock, el gran pintor norte­americano, quien en los años cincuenta del siglo pasado inventaba unas raíces que le eran ajenas: “Mi pintura no sale del caballete. Prefiero colocar el lienzo sin estirar sobre la pared dura o sobre el suelo. Necesito sentir la resistencia de una superficie dura. Sobre el suelo estoy más cómodo. Me siento más cerca, más como una parte de mi propia obra porque puedo dar vueltas, trabajar desde los cuatro lados y literalmente estar sobre la pintura. Se parece al método de los pintores sobre la arena del Oeste”.
La exposición La ilusión del Lejano Oeste abre sus puertas en el Museo Thyssen-Bornemisza el 3 de noviembre.
elpaissemanal@elpais.es

Qué es lo que más les gusta a los extranjeros de la comida española

30 de octubre de 2015 | 18:01 CET

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Guiris
Es indiscutible que uno de los alicientes con los que cuenta nuestro país, para ser un atractivo destino turístico, es la gastromía. Donde esté una tortilla de patatas que se quite cualquier otro plato, con permiso de la pizza, claro. Pero fuera de los típicos tópicos ¿Qué es lo más les gusta a los extranjeros de la comida española?
Recuerdo una anécdota que contaba el padre de un amigo sobre su restaurante, especializado en arroces, que decía que cuando servían una paella a extranjeros en más de una ocasión habían pedido acompañarla con ketchup. Supongo que habrá fans de las mezclas imposibles, pero sin tener que recurrir a ellas, en nuestro país se come muy pero que muy bien, no en vano hay restaurantes en los que tiene que pedirse mesa con varios meses de antelación ¿Se sabe más allá de nuestras fronteras?

Las tapas

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¿En qué otro lugar del planeta puede uno disfrutar de una porción de comida, gratis en muchas ocasiones, cuando pide una caña o un vinito? Las croquetas, la ensaladilla rusa, las aceitunas, las patatas bravas o el pincho de tortilla (por nombrar algunas), hay un sinfín de tapas que pueden llegar a convertirse en especialidad de la casa y encumbrar ese establecimiento a lo más alto de la gastronomía. Eso sí, imprescindible disfrutar de las tapas de pie, como mucho apoyados sobre la barra del bar.
¿Conocéis el origen de las tapas? Según dicen, el rey Alfonso XII entró a una taberna a tomar un vino de Jerez. Soplaba fuerte viento y se levantó una polvareda. El mesonero, viéndolo, puso una rebanada de jamón encima de la copa del rey, y cuando esté preguntó por qué lo había hecho, el mesonero respondió: "en defensa del vino, alteza". Al rey le gustó tanto la respuesta que pidió otra copa de vino acompañado de la tapa.
650 1200 1Algunas recetas de tapas que podéis encontrar en Directo al Paladar:
Gildas
Boquerones en vinagre
Croquetas de chorizo
Ensaladilla rusa
Patatas bravas
Gambas al ajillo
Calamar rebozado

La paella

Este plato valenciano a base de arroz es conocido internacionalmente. La versión tradicional lleva pollo o conejo (o ambos), judías blancas y verdes y otras verduras, pero bajo el mismo nombre podemos encontrar también la mixta de mariscos, donde podemos encontrar una gran variedad de sorpresas entre el arroz: calamares, mejillones, almejas, langostinos, gambas o pescado, por ejemplo.
Para los más arriesgados comensales, la versión de arroz negro manchado por la tinta de pulpo es una delicia que vale la pena probar. Podríamos incluir también en este apartado a la fideuá, la variación que lleva fideos gordos en lugar de arroz, también muy sabrosa. Por supuesto, tanto la paella como la fideuá pueden acompañarse de ketchup, pero no os lo aconsejo.
Algunas recetas de paella y fideuá que podéis encontrar en Directo al Paladar son:
Paella tradicional valenciana
Paella de verduras
Paella de conejo
Fideuá exprés de sepia
Fideuá del señorito

El gazpacho

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Nada refresca más, cuando el calor del verano está en pleno apogeo, a excepción tal vez de una ducha de agua fría, que un plato de esta sopa fría de tomate. Supongo que ello explica por qué este plato es oriundo de la región más meridional de la península ibérica, Andalucía, donde las temperaturas en verano pueden llegar a ser extremas.
Combinando el pepino, el ajo, la cebolla, el pimiento, el pan duro, el tomate y majándolo en el mortero con aceite de oliva, sal, agua y vinagre, se obtiene este delicioso plato que conquista todos los paladares. Cada verano, se celebra en Andalucía un Festival del Gazpacho donde los visitantes tienen la oportunidad de disfrutar en el plato emblemático de esta comunidad y de un espectáculo de flamenco tradicional.
Algunas recetas de gazpacho que podéis encontrar en Directo al Paladar son:
Gazpacho tradicional
Gazpacho de calabacín
Gazpacho de fresas
Gazpacho de melocotón
Gazpacho de pepino y albahaca

El jamón ibérico

Jamon
Piernas gigantes de jamón colgando en un bar de tapas locales es una de las imágenes que vienen a la mente cuando se piensa en España. Uno de los alimentos más preciados de nuestro país en todo el mundo, el jamón español, todavía se hace usando técnicas centenarias y etiquetados según la raza y la dieta de los cerdos. España cuenta con dos tipos diferentes de jamón: serrano e ibérico, pero en realidad hay muchas variaciones disponibles en todo el país.
También conocido como jamón reserva, jamón curado, el jamón serrano es un jamón curado usualmente en las sierras españolas a partir de diversas razas de cerdos blancos. El jamón ibérico, sin embargo, se elabora exclusivamente a partir de cerdos ibéricos negros que vagan libremente en las dehesas de robles del suroeste de España. El proceso para obtenerlo es complicado y tiene una duración de al menos tres años. Se clasifica en: jamón ibérico de bellota, jamón ibérico de recebo, jamón ibérico de cebo de campo y jamón ibérico de cebo.

La tortilla de patatas

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Sin duda, uno de los pesos pesados entre la gastronomía española más apreciada por los extranjeros. Un plato que sirve tanto para el desayuno, preparado en bocata con un buen pan, como para el almuerzo o la cena, en la que estará deliciosa acompañada de una ensalada verde y unas aceitunas. Imposible no "toparse" con ella durante una visita a nuestro país, pues puede encontrarse en casi cualquier bar.
La tortilla es un plato que admite multitud de variantes. La más apreciada es la que lleva solamente patatas y huevos, con o sin cebolla, según el gusto de los comensales, pero las combinaciones son infinitas pues la tortilla admite casi cualquier ingrediente.

La fabada asturiana

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Uno de los platos más populares de España, la fabada asturiana es un guiso suculento original de Asturias. La receta tradicional requiere fabes (una especie local de judías o frijoles blancos), chorizo, morcilla, pimentón ahumado y azafrán. Debido a su gran valor nutricional, se sirve durante los fríos meses de invierno, pero no es raro encontrarla en los menús de muchos restaurantes todo el año.

Alioli

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Siempre he pensado que el alioli es una mayonesa con un montón de ajo. La verdad es que según Jamie Oliver, el alioli no es ni español, ni francés, ni siquiera italiano, sino que en realidad es originario de Oriente Medio ¿Le creemos?
Hay que ser muy atrevido para comer según qué receta de alioli, pero una vez que se prueba se convierte en totalmente adictiva. La receta es más que sencilla, sólo lleva ajo, aceite y sal, pero hay que ir con cuidado de que no se corte mientras la estamos preparando. Esta deliciosa salsa sirve para acompañar casi cualquier cosa: tortilla, pescado, patatas, carne, pan, de todo menos dulce.

Crema catalana

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Muchos dicen que la crema catalana y la creme brulée francesa son la misma cosa, pero hay algunas diferencias pequeñas entre estos dos postres. Por ejemplo, la creme brulée se cuece al baño María y por lo general se sirve caliente, mientras que la crema catalana siempre se sirve fría y tiene como base una infusión de cáscara de limón y canela, en lugar de vainilla, siendo mucho más refrescante que su elegante hermana francesa.
Las dos son igual de deliciosas, pero como me encanta la canela, creo que no hay nada comparable a una crema catalana para un caluroso día de verano. Imprescindible servirla con azúcar caramelizado por encima, que al enfriarse se endurece y contrasta espectacularmente con la suavidad de la crema.
Algunas recetas de crema catalana que podéis encontrar en Directo al Paladar son:
Crema catalana con Thermomix
Crema catalana al chocolate
Crema catalana
Fotografías | Sue Manuspocketrockets