Desarrollo Personal
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Paul Watzlawick, el psicólogo austríaco, pensaba que los seres humanos tenemos un talento innato para la tragedia. Lo demuestra en su libro “El arte de amargarse la vida”, en el cual esboza la idea de que convertir la vida en una experiencia miserable, tanto para nosotros como para quienes nos rodean, es un trabajo duro a tiempo completo.
El arte de arruinarse la vida está al alcance de todos
En la actualidad hay un imperativo que se puede encontrar por doquier: disfruta. El afán por alcanzar la felicidad ha llegado a límites insospechados. Sin embargo, aún así hay personas que ponen todo su empeño en ser miserables y amargarse la vida. De hecho, si les prestamos atención notaremos que dedican una enorme cantidad de energía a convertirse en verdugos de sí mismos.
La imaginación es su herramienta más potente para convertir su vida en un calvario. No obstante, debemos prestar atención a estos comportamientos porque nadie está exento de caer en sus redes o de comenzar a amargarse la vida sin darse cuenta.
1. Tener miedo, a todo lo posible y lo imposible
El miedo es una emoción normal que tiene un rol adaptativo ya que nos mantiene alejados del peligro. Sin embargo, cuando llevamos el miedo a otro nivel dejamos de vivir. Vivir con miedo constante no es vivir, es morir lentamente. Las personas miserables se aseguran de que todo se convierta en una amenaza, de manera que terminan viviendo en una zona de confort cada vez más pequeña.
2. Aburrirse, hasta la saciedad y aún más allá
Si quieres que el tiempo transcurra con mayor lentitud y que cada jornada cuente, haz algo nuevo cada día. Si quieres que las páginas del almanaque vuelen, consúmete en la rutina. La mejor estrategia para hacer que la vida sea miserable consiste en hacer siempre lo mismo, en seguir las mismas rutinas año tras año y cerrarse a lo nuevo. De esta forma esas personas tienen motivos de sobra para quejarse, sin darse cuenta de que ese muro a su alrededor lo han construido ellos mismos.
3. Desterrar el asombro al país de nunca jamás
No hay nada que nos haga sentir más vivos que el descubrimiento. Cuando descubrimos algo nuevo nuestro cerebro se activa y nos sentimos felices, satisfechos, eufóricos. Al contrario, las personas miserables se rodean de un aura de sabelotodos: nada les asombra, y lo que asombra a los demás es catalogado como plagio de algo ya existente. Así, en su vida todo se vuelve predecible, su existencia se llena de tedio porque le han cerrado las puertas a que algo maravilloso ocurra, por pequeño que sea.
4. Discutir por cosas tontas, por el dudoso “placer” de discutir
Para las personas altamente miserables, tener la razón es más importante que dialogar para encontrar un consenso. Se trata de un problema difícil de manejar fundamentalmente en las relaciones de pareja porque estas personas se encargan de fijarse en detalles para arruinarse el día y, de paso, arruinárselo a su pareja. El problema es que estas personas no discuten por cosas importantes ni para defender determinados valores sino que se van por las ramas, atacan y resulta imposible mantener una discusión civilizada.
5. Borrar la palabra “gratitud” del vocabulario, y si es posible del diccionario
Estas personas han ido desarrollando una visión muy negativa del mundo, por lo que no encuentran ninguna razón para sentir gratitud. No son capaces de hallar lo positivo en ninguna situación, no se dan cuenta de todas las “bendiciones” que tienen porque solo se centran en los fracasos, fallos y debilidades. A menudo piensan que solo los “tontos” pueden sentir gratitud y que el mundo es un valle de lágrimas donde nunca sucede nada bueno.
6. Quejarse, por todo y con todos
Dado que las personas miserables no tienen ningún motivo para sentirse felices o agradecidas, lo normal es que se quejen por todo, se convierten en quejicas crónicos. Tanto su conversación como su diálogo interior solo versa sobre las cosas negativas que les ocurren. Se quejan cuando llueve pero también cuando hay sol, cuando tienen trabajo y cuando lo pierden, cuando gana la derecha y también cuando gana la izquierda… De esta forma suelen perder muy buenas oportunidades porque no son capaces de ver más que la parte negativa de las situaciones.
7. El pasado determina el presente, ad infinitum
Lo que haya ocurrido en el pasado, sigue arrastrándose hasta el presente. Estas personas se las ingenian para seguir arrastrando las oportunidades perdidas, desperdiciadas o ignoradas. Recuerdan incluso la mala calificación que le dieron en la escuela, aunque ya hayan pasado 30 años. Piensan que “los malos recuerdos son para siempre”. Sin embargo, si el tiempo pasado fue mejor, entonces piensan que jamás volverán a ser tan felices y se resignan a morir un poco cada día.
8. Elegir la peor versión de uno mismo
Todos tenemos determinadas características de personalidad que no nos facilitan precisamente la vida. Hay quienes tienen una tendencia a la ansiedad, otros a la obsesividad, a la paranoia o a la hipocondría. Es lo que se conoce como “personalidades acentuadas”. La mayoría de las personas intentan compensar esos rasgos y limitar sus efectos potenciando otras características positivas. Las personas miserables, al contrario, los acentúan. Se encargan de ser la peor versión de sí mismos y dejan que esas características determinen su existencia. Así pueden dar por descontado que todos y cada uno de los días restantes de su vida serán malos.
9. Desconfiar de los demás en plan agente secreto paranoico
“Nadie es una isla completa en sí mismo”, dijo Eduardo Galeano. Necesitamos de los demás, el contacto con los otros nos reporta muchísimos beneficios, pero solo cuando somos capaces de mantener relaciones interpersonales asertivas. Las personas miserables se aseguran de que no sea así. Desconfían continuamente de las intenciones de los demás y si les hacen un favor o les dedican un halago, inmediatamente piensan que hay una doble intención, que quieren algo o que se trata de una forma velada de humillación. La gente miserable siempre está pendiente de lo que los otros no dicen, más que de lo que dicen efectivamente. Obviamente, de esta manera terminan quedándose solas. Y así encuentran un motivo más para quejarse de lo miserable que es su vida.
10. Si todo falla, la culpa es de los otros
Para vivir infelices, hay un camino que nunca falla: culpar a los otros. El problema es que si asumimos la responsabilidad, eso significa que también tenemos la capacidad para ser felices y cambiar. Al contrario, las personas miserables apuntan su dedo acusatorio hacia los demás. Todas sus desgracias siempre son culpa de los otros: de los padres que no le dieron la educación adecuada, de haber tenido el hijo demasiado pronto, de un jefe déspota, de la pareja desconsiderada o del político de turno. Cualquier chivo expiatorio es bueno. Sin embargo, no hay nada mejor para ser miserable que el odio gratuito.