El cantante catalán, cuyas canciones forman parte de la banda sonora de este país, celebra cinco décadas de carrera rodeado de amigos y haciendo balance vital.
02 DE NOVIEMBRE DE 2014
07:27 H.
Quien no sepa cantar lo que va detrás de «qué le voy a hacer si yo…» y no conozca a ninguna Lucía o Penélope nacida a partir de los años 70 tiene una cuenta pendiente con Serrat. El cantautor, que ha despertado lagrimales por el mundo y cuyos temas se han convertido en himnos a lo largo de medio siglo de profesión, conserva, a sus 70 primaveras, ese aspecto de hombre despistado pero centrado en la tierra. El día 4 publicaAntología desordenada, donde ha vuelto a grabar con grandes compañeros 50 de sus temas favoritos.
¿Cómo ha seleccionado las canciones?
Hacer una antología siempre es difícil, y más si el único condicionante es que fueran 50. Cada persona tendrá su propia selección y seguro que echará de menos algunos temas. Lo lamento, porque me hubiera gustado que fuera una antología consensuada.
¿Con cada fan?
Sería lo suyo, pero es imposible. Al seleccionar los duetos sí ha habido una razón por la que he llamado personalmente a cada artista para proponerle su canción. Su colaboración ha sido fundamental.
Bueno, algunas ya estaban grabadas…
Sí, las que soy incapaz de mejorar, como el dúo con Mina, Mercedes Sosa o el directo con Miguel Ríos, Ana Belén y Víctor Manuel.
En el tema con Paquita la del Barrio se echa de menos un «Me estás oyendo, inútil», tan característico de ella.
[Ríe] He escrito de nuevo la letra de No hago otra cosa que pensar en ti para Paquita, porque no tenía sentido que su personaje interpretara la original. Igual podría haberle apretado un poco más, pero los días que grabamos ella estaba pasando por un momento familiar difícil y bastante hizo.
El cantante Dani Martín ha dicho que cantar con usted y con Sabina ha sido como comerse un tripi. Para usted, ¿qué es comerse un tripi?
Algo que forma parte del pasado y que está muy lejos de mi alcance. Este trabajo no es tan tripero como artesanal, ha requerido muchísimo tiempo. Y para eso hace falta estar cargado de ilusión y fuerza. A veces, uno encuentra respuestas desalentadoras a sus ilusiones y hay que tirar, seguir y acabar. Cuando terminé la última mezcla pensé que, si lo hubiera sabido al principio, no lo habría empezado. Pero, afortunadamente, uno no conoce las exigencias de un proyecto.
Parece que le ha dado muchos disgustos.
Ha habido algunos desencantos que conllevan este tipo de trabajos tan solitarios y exigentes. Lo he pasado bien, pero yo no disfruto demasiado dentro del estudio. Lo hago componiendo y cantando en el escenario.
¿Ha sido el disco que más tiempo ha tardado en grabar?
Sí, un año. A pesar de que eran canciones ya escritas, las he estructurado de nuevo. Deben llegar a las personas sin dificultad, para que escuchar a Pablo Alborán en catalán no resulte algo extraño.
¿Es importante que Alborán cante en catalán?
Pregúntaselo a él [ríe]. Sí. Lo escogí para Paraules d’amor porque me parecía importante que interpretara este himno que la gente usa en bautizos, comuniones, bodas y entierros. Para mí es fantástico que lo haga un chico joven y trabajador como él. Y que se atreva a dar un paso así en vez de dar otro más facilón.
¿Qué ha sido lo mejor y lo peor de estos 50 años?
Lo mejor: estar vivo, aquí y feliz con lo que tengo. Y no es que no haya tenido momentos complicados, es que sin ellos tampoco estaría ahora contigo.
A usted siempre se le ve de buen humor, ¿cuál es la fórmula?
No lo estoy siempre. Soy un hombre casado [ríe], con varios hijos y un oficio complicado, que es muy exigente y competitivo. El mal humor me lo provoca mi propia inseguridad, y mi receta es buscar la seguridad para combatirlo, porque es muy mal compañero para uno mismo y para los que están a tu lado.
¿A estas alturas la música le sigue pareciendo un mundo competitivo?
Ahora que se cultivan tanto los valores juveniles con independencia de los valores en sí mismos sí resulta competitivo. De alguna manera no es que esté por encima, pero lo miro con una cierta tranquilidad.
Revisando fotografías de su trayectoria se aprecia que no ha renunciado a ciertas prendas que han estado de moda en su momento, como los pantalones de campana o las parkas.
Pero no habréis encontrado ninguna foto mía embarazado como la chica tan guapa de vuestra portada de hace dos semanas [ríe]. La moda tiene un punto de eventualidad que es complicado si se depende de ella tanto en el vestir como en tu oficio. Tratar de estar a la moda es llegar tarde. Yo he procurado andar cómodo por la vida y ahora no me quito las Crocs.
Pero no niegue que ha llevado camisetas ajustaditas…
Sí, sí, pero ahora no podría ponérmelas [ríe].
Parece coqueto.
¡Mucho! Pero uno tiene que ajustar su coquetería a sus posibilidades. Cuando tienes aspiraciones que lo superan, sufres, y yo prefiero renunciar a mi coquetería a penar.
¿Ha guardado alguna prenda a lo largo de los años?
Muchas, pero la que atesoraba con mayor cariño se me perdió. Era una bufanda del Barça que tenía desde los años 60. Un día, yendo al fútbol con mi nieta, la perdí. Me siento huérfano de esta prenda. No hay partido que no la recuerde. Hice varios llamamientos en los medios para recuperarla, pero nadie se enterneció.
¿Y algún hijo le ha quitado algo suyo?
Pues igual sí, porque mis hijas han rapiñado por donde han podido. Yo tengo el armario abierto.
Decía ayer una señora mayor en un programa de la radio que había bailado poco porque no le gustaba, pero que había leído mucha poesía porque era el sol de la vida. Usted también baila poco, ¿no?
Cuando lo he tenido que hacer ha sido porque detrás del baile había otra cosa y era un peaje que debía pagar para llegar a otro sitio [ríe]. Me hubiera gustado saber bailar. Me encanta ver danza y a la gente bailando, pero soy muy torpe moviéndome. Sin embargo, la poesía sí ha sido irrenunciable para mí por la capacidad que tiene para evocar una imagen en pocas palabras. Me provoca sentimientos de una profunda envidia descubrir estas cosas en un poema. Me encantaría encontrar esa esencia.
Pero si usted también lo logra...
Sí, a base de trabajar [ríe]. Todos los poetas estamos condenados al castigo divino de sentarnos, trabajar, tener talento y… ¡esperar a que acuda la inspiración!
¿Se obliga a escribir?
Claro. Tengo que robar tiempo al día para recuperar notas que llevo por todos los bolsillos. Y siempre voy con mis libretas. [Se palpa la americana y saca una milimétrica]. ¡Nunca se sabe qué hay que apuntar!
¿Cómo se educa en la poesía?
A mí me llevó hasta ella el amor. Pero no hacia la literatura, sino hacia una mujer. Empecé a leer poesía a los 19 años con una novia que tuve en la universidad. Traía libros y leíamos juntos…
¿Y a sus hijos?
Mi hija Candela es actriz, y en la universidad la lectura no le interesaba nada. Pero cuando comenzó con el teatro la descubrió y le abrió el camino a la pintura, al cine en blanco y negro, etc. Es la vida la que te lleva. Vivir en un ambiente determinado ayuda. Uno aprende de lo que ve en su casa. El mejor ejemplo no son las palabras, son los comportamientos. Pero aprendes de lo que vas desarrollando como persona. No hay fórmulas. Bueno sí, en química.
Usted que sufrió la censura franquista, ¿cree que en al actualidad hay?
Pasamos de la química al teorema de Lavoisier. La censura ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Ahora gestos, comportamientos y discursos que no están bien vistos por el poder caen en listas negras.
¿Listas negras hoy en día?
¡Claro! Constantemente. Ha pasado y pasa, cuando una ideología controla la vida pública. Y siendo el país que somos, no uno maduro en el que la pluralidad sea compartida como una riqueza en vez de como un enemigo, esto seguirá existiendo.
¿Y la gente de esto no se entera?
Ahora vivimos en una situación de acoso y derribo personal tan grande que bastante tienen con tratar de organizarse mínimamente para no sentirse en la soledad más absoluta, abandonada por sus dirigentes, que son sus representantes en la Tierra. Mientras exista una línea editorial en un lobby con radios, periódicos, etc., se responderá a una ideología. Y es la del amo que tenemos.
¿Y qué puede hacer un artista?
Pues contestar cuando le preguntan. Yo solo estoy dando mi punto de vista, no quiero pontificar. El artista no está obligado nada más que a ser honesto con su arte, hacerlo lo mejor que pueda. También es bueno que no viva de espaldas a su tiempo, ni a su mundo ni a su vecino. Aunque al tratar de hacer bien las cosas ya hay una implicación.
Pero se les tacha de estar en un bando o en otro. Después de la campaña de Zapatero, ningún artista se ha vuelto a manifestar a favor de un partido en público.
Si no se ha repetido no es tanto por el vapuleo injusto que se sufrió por parte de un partido determinado y sus voceros, sino porque hubo un desengaño. La gente le entregó al PSOE su posicionamiento público y después no se sintió respaldada.
¿Fue su caso?
Mira, yo soy mayor [ríe]. Pero sí. Yo no me sentí satisfecho con el último gobierno socialista, especialmente con el presidente del Gobierno.
¿Cómo es la España que sueña?
Como la quieran los españoles. Seremos lo que queramos ser, y para esto tenemos capacidad. Me gustaría vivir en un pueblo rico cultural, política y económicamente. Con una gente respetuosa con pensamientos ajenos, capaces de pelear porque el prójimo pueda defender lo que piensa. Con una tierra en la cual el trabajo sea valorado como una aportación definitiva del hombre al progreso. Con que estemos en manos de los hombres y no de entelequias como los mercados. No solamente sueño, sino que trato de colaborar dentro de lo posible. Intento acercar la realidad a este mundo virtual, que no por ser utópico es menos lugar de referencia.
¿Y cómo le explicaría a un chaval lo que está pasando con Cataluña?
Me encantaría que me lo explicara él, sabría sintetizarlo mejor. Lo que ocurre en esta historia, que aquí vivimos de una forma tensa, pasa mucho por las vísceras y poco por el razonamiento. Por eso un niño lo haría mucho mejor.
¿Qué tiene Palafrugell, donde compuso Mediterráneo?
Allí nació Silvia Pérez Cruz. Es una tierra donde se produce el mestizaje de todas las músicas que baña ese mar de una manera natural. Silvia lo lleva en la vena. Y va a crecer muchísimo.