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LA CARTA QUE NO PUEDO RESPONDER - PAULO COELHO



La carta que no puedo responder se encuentra ahora sobre mi mesa. Llegó a mis manos gracias a los esfuerzos de un matrimonio holandés que, en junio de 2006, me envió un mensaje de correo electrónico. Yo no le di mayor importancia, y no respondí­. Insistieron a finales del mismo mes, y yo tampoco les presté atención. Hasta que llegó la advertencia con palabras más serias:
“Ésta es la última vez que le pedimos este favor. Le dejamos a su criterio la decisión de escribirle o no a Justin. A criterio de su conciencia, más bien. Yo conocí­ sus libros justamente porque él me los recomendó. Atentamente, Jacobus [omito el apellido]”.
Leo cuidadosamente el texto del mensaje: allí­ se dice que Justin Fuller, prisionero nº 999266 de la Unidad Polunsky, de Livingston, Texas, va a ser ejecutado justamente el dí­a de mi cumpleaños: el 24 de agosto. Su abogado, Don Bailey, ya ha recurrido a todas las instancias, y el caso se da por perdido. No me piden que denuncie el caso en público ni que me posicione al respecto: sólo quieren que le enví­e a este lector algunas palabras para confortarlo.
Tecleo el nombre de Justin en un buscador de Internet. Veo su foto, descubro que existe una página con los nombres de todos los que están (o estaban) en el corredor de la muerte de Texas. Leo su ficha policial:
www.tdcj.state.tx.us/stat/fullerjustin.htm
Escribo la carta. La semana siguiente a la de mi cumpleaños, Jacobus me vuelve a escribir: Justin la habí­a recibido, y me habí­a respondido antes de ser ejecutado. La carta me está esperando en un hotel en el que suelo alojarme en cierta ciudad, y que puse como dirección en el remite.
Finalmente, en los últimos dí­as de octubre de 2006, paso por el hotel. Sé que me está esperando la carta de un condenado a muerte. Sé que él ya ha sido ejecutado. Recojo la carta, paro en un bar, y leo las palabras de alguien a quien nunca más podré responder. A quien tampoco puedo pedirle autorización para publicar algunos trechos, pero como estamos discutiendo una verdadera aberración de la justicia (la muerte como instrumento del estado) transcribo aquí­ algunas frases:
“Estimado Sr. Coelho:
“El corredor de la muerte es el lugar en el que las polí­ticas del Poder, la Retribución, y la Violencia, se aplican a un hombre usando [materiales como] el cemento y el acero… hasta que este hombre se transforma en acero, y su corazón llega a ser tan duro como el cemento. Sin embargo, aunque el acero pueda ser duro, aún puede ser flexible, y aunque el corazón se haya transformado en cemento, todaví­a es capaz de latir. Más allá [del cemento y el acero] queda el hombre, su amor por la vida, y los grandes principios que rigen la actuación del ser humano”.
“Su carta me sorprendió bastante. Y es muy extraño que mi trascendencia [Justin usa siempre este término, en lugar de “ejecución”] pueda tener lugar justo el dí­a de su cumpleaños. Por supuesto que espero que eso no ocurra, pero ambos sabemos que la vida siempre viene acompañada de la muerte. En los Estados Unidos ejecutan prisioneros en nombre de lo que llaman “justicia”, sin tener en cuenta la posibilidad de obtener una buena defensa, ni la situación familiar en la que alguien nació y creció”.
“Mientras espero el último recurso a la Corte Suprema, me siento lleno de vida, fuerte, y con mi espí­ritu completamente libre”.
“Si trasciendo, por fin podré flotar en el viento y disfrutar la libertad. He logrado entender que, aunque mi cuerpo esté preso, mi vida cambió, y mi alma aún puede amar, pues toda libertad es mental. Hay muchas personas en este mundo que, a pesar de estar fuera de la cárcel, se encuentran mucho más presas que yo”.
“Sólo cuando estas personas comprendan que la libertad es un estado mental, podrán disfrutarla de verdad”. La carta que no pude responder es bastante más larga. Describe la relación que establecimos a través de mis libros. Nos desea lo mejor del mundo a mí­ y a mi familia. Y ahora descansa sobre mi mesa.
La carta que no pude responder, de un condenado a muerte, preso a los 19, ejecutado cuando tení­a 27 años de edad, no contiene palabras quejumbrosas: habla de libertad y de vida.

¿Qué revela el recuerdo más antiguo de la infancia de ti?


¿Cuál es tu primer recuerdo de la infancia? ¿Te has preguntado alguna vez por qué es ese recuerdo y no otro?

Las investigaciones indican que los primeros recuerdos de la mayoría de las personas datan de los tres años y medio, antes de ese tiempo se produce lo que se conoce como "amnesia infantil". Sin embargo, estudios más recientes realizados con niños sugieren que sus primeros recuerdos probablemente son más antiguos pero que al crecer los vamos olvidando y nuestras primeras experiencias provienen de los seis años.

Dime de qué cultura eres y te diré cuál es tu primer recuerdo


Los recuerdos tempranos varían mucho en cuanto al contenido: podemos recordar ese juego que tanto nos gustaba, aquella vez en que nos hicimos daño o cuando nos mudamos. Sin embargo, lo curioso es que esas primeras memorias están profundamente mediatizadas por la cultura.

Un estudio muy interesante realizado en la Memorial University of Newfoundland desveló que los niños canadienses eran más propensos a recordar sus primeras experiencias de juego solitario y las transiciones personales, como cuando comenzaron el colegio o se mudaron de casa. Al contrario, los niños chinos solían recordar más las interacciones familiares y escolares. Obviamente, el entorno en el que crecemos determina la importancia que le daremos a unas u otras experiencias, en dependencia de los valores que se promueven.

¿Por qué recordamos algunas experiencias y no otras?


Aún no se sabe a ciencia cierta por qué algunas experiencias ocupan un lugar especial en nuestra memoria mientras otras se borran. No obstante, no queda duda de que los recuerdos más tempranos de la infancia que tienen los adultos se refieren a acontecimientos con un gran significado emocional, algunos son eventos negativos, como los accidentes y las lesiones sufridas, otros son experiencias felices como un día de fiesta o de excursión. 

De hecho, las investigaciones más recientes indican que nuestros primeros recuerdos podrían no ser experiencias al azar sino que reflejan los detalles más significativos de nuestra infancia o incluso representan una parte de nosotros que nos interesa conservar. Por eso, se afirma que más allá del impacto emocional, para que una experiencia se consolide y perdure en nuestra memoria es fundamental que tenga cierta coherencia.

Esto significa que una experiencia será más memorable en la misma medida en que creamos que es más importante para nuestra vida. Por ejemplo, un hombre de negocios puede recordar la primera vez que habló delante de su clase mientras que una activista por los derechos de los animales puede recordar una experiencia de la infancia con los animales que le haya marcado e inspirado.

Por tanto, en realidad esos primeros recuerdos autobiográficos no se deben simplemente al azar y no se limitan a reflejar el camino que hemos recorrido en nuestras vidas sino que también indican en quién nos hemos convertido. Esas primeras memorias no solo son un reflejo de la influencia del contexto cultural y social en el que crecimos sino que también indican el impacto emocional que tuvo nuestra infancia.

Además, esos recuerdos también se convierten en la materia prima que utilizamos para configurar nuestra identidad, nuestro “yo”. La persona que somos se debe, al menos en parte, a los acontecimientos que nos moldearon, a cómo los enfrentamos e incluso a cómo elegimos recordarlos ya que la memoria no es una copia fidedigna de lo ocurrido sino que se reinventa continuamente.

Por consiguiente, muchos de los recuerdos de nuestra infancia en realidad son datos que decidimos retener, ya sea de forma consciente o inconsciente, porque son importantes para comprender quiénes somos y por qué estamos en este punto de nuestra vida. Esos recuerdos le dan sentido al “yo” que hemos construido, ayudándonos a atar los cabos sueltos y a reafirmar nuestra identidad.

Por una parte, esos recuerdos son positivos ya que nos permiten mantener cierta coherencia, pero también pueden convertirse en obstáculos que nos impidan crecer, sobre todo cuando se trata de memorias traumáticas. En esos casos, debemos tener presente que no podemos regresar y reescribir nuestra infancia, pero podemos elegir con qué recuerdos nos quedamos. Por supuesto, no se trata de intentar borrarlos pero sí de revalorar su impacto emocional. El pasado nos ayuda a entendernos, pero no tiene por qué definirnos y, sobre todo, no tiene por qué escribir nuestro futuro.


Fuentes:
Wells, C.; Morrison, C. M. & Conway, M. A. (2014) Adult recollections of childhood memories: What details can be recalled? The Quarterly Journal of Experimental Psychology; 67: 1249-1261.
Wang, Q. & Peterson, C. (2014) Your earliest memory may be earlier than you think: Prospective studies of children’s dating of earliest childhood memories.Developmental Psychology; 50: 1680-1686.
Peterson, C. et. Al. (2013) Predicting which childhood memories persist: Contributions of memory characteristics. Developmental Psychology; 50: 439-448.
Batcho, K. I. et. Al. (2011) A retrospective survey of childhood experiences. Journal of Happiness Studies; 12: 531-545.
Demiray, B. & Bluck, S. (2011) The relation of the conceptual self to recent and distant autobiographical memories. Memory; 19: 975-992.
Peterson, C.; Wang, Q. & Hou, Y. (2009) “When I was little”: Childhood recollections in Chinese and European Canadian grade school children. Child Development; 80; 506-518. 

Hay personas rápidas en juzgar y lentas para corregirse a sí mismas

Hay personas rápidas en juzgar y lentas para corregirse a sí mismas


Hay personas capaces de juzgar a los demás a la velocidad del sonido. Sin piedad y sin anestesia. Se guían por una mirada ciega y un corazón vacío, sin un hálito de empatía. Aún más, sus mentes están sembradas por esa semilla del egocentrismo que tantas secuelas siembran en nuestros escenarios más próximos.
El arte de educarnos a nosotros mismos a partir de los errores, los sesgos o las malas interpretaciones cometidas, es un mecanismo muy complicado de aplicar. Lo es en primer lugar porque requiere romper, efectivamente, la barrera del “ego” antes citada. Algo así, supone reestructurar los cimientos de nuestra identidad. ¿Cómo admitir que me he equivocado al juzgar a esa persona si me han educado para desconfiar de lo que no conozco?
Vivimos en una sociedad donde imperan los juicios de valor, es algo que todos sabemos. A veces, no importa cuánto te esfuerces en demostrar algo, porque siempre habrá alguien que coloque gustoso sobre tu persona un alfiler para encasillarte en medio de este mundo de compleja flora y fauna. Ahora bien, no importa que esta realidad sea tan caótica como una selva, no importa cuántas veces nos juzguen o coloquen sobre nosotros la etiqueta de la falsedad.

Son solo palabras, actos vacíos, ruido ambiental. Porque ante un mundo complejo lo único que vale es la autenticidad, y eso es lo único el lo que deberíamos preservar cada día y en cada momento.
dos mujeres cuchicheando

Juzgar: algo que todos hacemos con mejor o peor intención

Todos lo hacemos. Todos, en nuestra cotidianidad y en nuestras relaciones hacemos uso de los juicios de valor. Ahora bien, lejos de ver este recurso psicológico como algo negativo hemos de asumirlo como lo que es en verdad: una necesidad natural por evaluar y controlar aquello que aún no conocemos.

Juzgamos como mecanismo de supervivencia. No obstante, el modo en el que lo hacemos se nutre directamente de nuestra personalidad, de nuestros sesgos inculcados y de nuestra flexibilidad de pensamiento. Según un trabajo llevado a cabo por la Universidad de Harvard, las personas tardamos poco más de unos segundos en “evaluar a una persona”. De hecho, lo hacemos en base a dos cuestiones muy básicas:
  • ¿Puedo confiar en esta persona?
  • ¿Merece mi respeto?
Los psicólogos de Harvard resumen estas preguntas en dos dimensiones: la cercanía y la competencia. Si estamos en un contexto laboral la competencia será sin duda un factor esencial. ¿Puede esta persona garantizar que podamos ser productivos?, ¿es un líder respetuoso?, ¿es creativo y me motivará?, ¿podré trabajar en equipo con él/ella?
flor saliendo de un ojo representando el arte de juzgar
Por otra parte, la dimensión de la cercanía o la confianza es sin duda uno de los aspectos más importante en nuestras vidas. De hecho, es crucial para nuestra supervivencia: confiar es poder compartir, vincularnos, crecer. Por tanto, juzgamos en base a lo que vemos y nos hacen sentir para saber si podemos o no confiar en esa persona.
No obstante, queda claro que no siempre acertamos…

El mal juicio y el valor de la corrección

Si juzgar forma parte nuestro mecanismo de supervivencia, es necesario saber asumir el mal juicio para integrar el aprendizaje. Sin embargo, como ya sabemos, esa actitud no abunda demasiado. Cada categorización que emitimos parte de lo más profundo de nuestro ser, de nuestra educación, valores, experiencias e interpretaciones más o menos acertadas.
El mal juicio requiere actuar con humildad para aceptar el error. Porque la sabiduría llega precisamente de aquel que es capaz de reconstruir esquemas de pensamiento para mejorar así la convivencia. Implica, ante todo, un cambio: si uno es capaz de juzgar a los demás también debe saber jugzarse a sí mismo.
gif chisme

Cómo aprender a controlar los juicios dañinos

Sabemos ya que emitimos juicios de forma casi instintiva. Un primer paso para evitar caer en el sesgo o en el estereotipo más burdo es asumir una actitud más reflexiva. Antes de llegar a una conclusión sobre algo o alguien, vale la pena poner en práctica lo siguiente:
  • Cada juicio que emitas refleja una parte de ti mismo. Pregúntate qué te hace pensar de ese modo para emitir ese juicio, para poner esa etiqueta.
  • Despersonaliza. No relaciones comportamientos con “tipos de personas”. Cada uno de nosotros somos entidades únicas, así que no pongas las cadenas del juicio a quien como tú, ha nacido para ser libre y diferente al resto.
  • Busca la bondad en cada persona. Aunque no lo creas, aunque te cueste verlo en un principio, esa persona que te causa desconfianza por su imagen puede esconder aspectos de los que aprender, grandezas que imitar y noblezas que te pueden inspirar.
Por último y no menos importante, procura sentirte bien contigo mismo. Porque quien se siente en armonía, satisfecho por lo que es y lo que tiene, no juzga. Quien llena sus vacíos con la certeza de una buena autoestima, no ve defectos donde no los hay. No busca víctimas donde proyectar sus carencias.
Copiado de LaMenteesMaravillosa

MORALEJA DE LA CARRETA VACÍA

Posted: 07 Jan 2017 06:08 AM PST

Un día salí de paseo con mi padre… De pronto, él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:





  -Además del cantar de los pájaros, ¿Oyes algo más?





 Agudicé mis oídos y después de unos segundos le respondí:


  -Sólo escucho el ruido de una carreta.
  -Eso es, dijo mi padre. Es una carreta vacía.

Entonces le pregunté con curiosidad: 
-¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si no la vemos?


  -Es muy fácil, sé que está vacía por el ruido. Cuanto más vacía está la carreta, más ruido hace.

  Crecí y me hice un hombre. Cada vez que escucho a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de los demás, presumiendo de lo que tiene o de lo que sabe, prepotente y menospreciando al resto de las personas que lo rodean, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: Cuanto más vacía está la carreta, más ruido hace.

  La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas.        
  Piensa que existen personas tan pobres, que lo único que tienen es dinero y soberbia...

 Recuerda que: “Si las palabras no son mejores que el silencio...lo mejor es callar..."
 Por lo tanto, no hagas ruido  como una "carreta vacía".

“Cuando las palabras no son mejores que el silencio...lo mejor es callar... ¡No hagas tanto ruido!”

Enséñales a los niños cómo pensar, no qué pensar

Copiado de Naxio

Enséñales a los niños cómo pensar, no qué pensar
Un maestro sufí tenía la costumbre de contar una parábola al terminar cada lección, pero los alumnos no siempre entendían el mensaje de la misma.
- Maestro – le dijo en tono desafiante uno de sus estudiantes un día -, siempre nos haces un cuento pero nunca nos explicas su significado más profundo.
- Pido perdón por haber realizado esas acciones – se disculpó el maestro-, permíteme que para reparar mi error, te brinde mi rico durazno.
- Gracias maestro.
- Sin embargo, quisiera agradecerte como mereces. ¿Me permites pelarte el durazno?
- Sí, muchas gracias – se sorprendió el alumno, halagado por el gentil ofrecimiento del maestro.
- ¿Te gustaría que, ya que tengo el cuchillo en la mano, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?
- Me encantaría, pero no quisiera abusar de su generosidad, maestro.
- No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte en todo lo que buenamente pueda. Permíteme que también te lo mastique antes de dártelo.
- ¡No maestro, no me gustaría que hicieras eso! – se quejó sorprendido y contrariado el discípulo.
El maestro hizo una pausa, sonrió y le dijo:
- Si yo les explicara el sentido de cada uno de los cuentos a mis alumnos, sería como darles a comer fruta masticada.
Desgraciadamente, muchos maestros y padres piensan que es mejor darles a los niños las frutas perfectamente cortadas y masticadas. De hecho, la sociedad y las escuelas están estructuradas de tal forma que se enfocan más en la transmisión de conocimientos, de verdades más o menos absolutas, que en enseñarles a los niños a pensar por su cuenta y sacar sus propias conclusiones.

Los padres, educados en este esquema, también lo repiten en casa ya que todos tenemos la tendencia a reproducir con nuestros hijos las pautas educativas que utilizaron con nosotros, aunque no siempre somos conscientes de ello. 
Sin embargo, enseñarle a un niño a creer a ciegas en supuestas verdades sin cuestionarlas, enseñarles lo que deben pensar implica arrebatarles una de sus capacidades más valiosas: la capacidad para autodeterminarse.

Educar no es crear sino ayudar a los niños a crearse a sí mismos

La autodeterminación es la garantía de que, elijamos lo que elijamos, seremos nosotros los protagonistas de nuestras vidas. Podremos equivocarnos. De hecho, es muy probable que lo hagamos, pero aprenderemos del error y seguiremos adelante, enriqueciendo nuestro kit de herramientas para la vida.
Desde el punto de vista cognitivo, no existe nada más desafiante que los problemas y los errores ya que estos no solo demandan esfuerzo sino también un proceso de cambio o adaptación. Cuando nos enfrentamos a un problema se ponen en marcha todos nuestros recursos cognitivos y, a menudo, esa solución implica una reorganización del esquema mental.
Por eso, si en vez de darles verdades absolutas a los niños les planteamos desafíos para que piensen, estaremos potenciando la capacidad para observar, reflexionar y tomar decisiones. Si enseñamos a los niños a aceptar sin pensar, esa información no será significativa, no producirá un cambio importante en su cerebro sino que simplemente se almacenará en algún lugar de su memoria, donde poco a poco se irá difuminando.
Al contrario, cuando pensamos para solucionar un problema o intentamos comprender en qué nos equivocamos se produce una reestructuración que da lugar al crecimiento. Cuando los niños se acostumbran a pensar, a cuestionar la realidad y a buscar soluciones por sí mismos, comienzan a confiar en sus capacidades y enfrentan la vida con mayor seguridad y menos miedos.
Los niños deben encontrar su propia manera de hacer las cosas, deben conferirle sentido a su mundo e ir formando su núcleo de valores. 

¿Cómo lograrlo?

Una serie de experimentos desarrollados en la década de 1970 en la Universidad de Rochester nos brinda alguna pistas. Estos psicólogos trabajaron con diferentes grupos de personas y descubrieron que las recompensas pueden mejorar hasta cierto punto la motivación y la eficacia cuando se trata de tareas repetitivas y aburridas pero pueden llegar a ser contraproducentes cuando se trata de lidiar con problemas que demandan la reflexión y el pensamiento creativo. 
Curiosamente, las personas que no recibían premios externos obtenían mejores resultados en la resolución de problemas complejos. De hecho, en algunos casos esas recompensas hacían que las personas buscaran atajos y asumieran comportamientos poco éticos ya que el objetivo dejaba de ser solucionar el problema, para convertirse en obtener la recompensa.
Estos resultados llevaron al psicólogo Edward L. Deci a postular su Teoría de la Autodeterminación, según la cual para motivar a las personas y a los niños a que den lo mejor de sí, no es necesario recurrir a recompensas externas sino tan solo brindar un entorno adecuado que cumpla con estos tres requisitos:
  1. Sentir que tenemos cierto grado de competencia, de manera que la tarea no genere una frustración y una ansiedad exageradas.
  2. Disfrutar de cierto grado de autonomía, de manera que podamos buscar nuevas soluciones e implementarlas, sintiendo que tenemos el control.
  3. Mantener una interacción con los demás, para sentirnos apoyados y conectados.
Por último, os animo a disfrutar de este corto de Pixar, que se refiere precisamente a la importancia de dejar que los niños encuentren su propio camino y no darles respuestas y soluciones predeterminadas.
Ver: FUENTE

RECETA - CODILLO AL HORNO


Estos codillos seguro que estarán en mi mesa por navidad, porque están deliciosos, se hacen solos en el horno y acompañados de una buena ensalada para aligerar o unas verduras al vapor o unas patatas fritas que es como gustan en casa quedan espectaculares. Os aconsejo antes de sacarlos del horno, ir pinchando la carne con un tenedor, tiene que estar super tierna y melosa. En el horno tiene que estar su tiempo para que la carne quede bien tierna, es lo que más me gusta de los codillos. Si la hacéis, ya me contaréis una receta de carne muy rica y buena y a buen precio.
INGREDIENTES:
  • 4 codillos pequeños
  • 1 cebolla
  • 3 ajos
  • 2 ramas de perejil
  • 2 zanahorias 
  • 2 tomates
  • 1 vaso de vino blanco
  • 1 copita de brandy
  • 1 hoja de laurel
  • 1 pizca de comino
  • 1 pizca de orégano
  • 3 cucharadas de aceite
  • Pimienta
  • Sal
PREPARACIÓN:
Pela la cebolla y raspa las zanahorias, lava y trocea ambas. Lava los tomates y córtalos en cuartos. Pela los ajos, ponlos en el mortero junto con el perejil y májalos. Limpia los codillos, lávalos y sécalos con papel de cocina. Frota los codillos con el majado y salpimientalos, colócalos en una fuente apta para horno.
Añade las verduras y riega con el vino, el brandy, el aceite y 1/2 vaso de agua. Agrega la hoja de laurel, el orégano y el comino y asa 1 hora en horno precalentado a 180º, regándolos cada 20 minutos con sus jugos. sube la temperatura a 200º y déjalos hasta que la carne esté tierna y bien doradita, regándolos cada 20 minutos igual con sus jugos. Si quedara con poco líquido le pones 1/2 vaso de agua más.
(Pañito bordado a mano por mi hermana)
Pasa las verduras con los jugos del asado al vaso de la batidora y tritura hasta que obtengas una salsa espesita. Si la prefieres más fina pásala luego por el chino. Ponla de nuevo en un cazo y dale un hervor. Reparte los codillos en platos y riegalos luego con la salsa.

DEJAR FLUIR LA RISA


Estamos envenenándonos: Cómo reconocer los tomates GMO en dos fáciles pasos


Posted: 06 Jan 2017 05:02 AM PST
Estamos envenenándonos: Cómo reconocer los tomates GMO en dos fáciles pasos

Bueno, muchos expertos de todo el mundo dicen que deberíamos comer muchas frutas y 
verduras crudas. En eso tienen razón, sin embargo el mercado está «sobrecargado» con las frutas y verduras GMO 
(Organismo Genéticamente Modificado). Muchos estudios diferentes han descubierto que 
este tipo de frutas y verduras (GMO) puede causar efectos secundarios realmente malos para nuestra salud en general.

Y la verdad real y cruda es que hay mucha gente que no puede distinguir la diferencia
 – no pueden identificar los tomates GMO u otros productos GMO. En este artículo vamos 
a mostrarle una manera fácil 
que le ayudará a identificar estos tomates GMO y usted sabrá qué comer.

¿Cuán seguros son los GMO?

En primer lugar, usted debe saber que hay dos puntos de vista muy diferentes cuando se trata de la salud y la seguridad de los alimentos genéticamente modificados – los líderes de la industria y los científicos que apoyan los GMO, y aquellos que creen que los GMO son perjudiciales. También debe saber que los alimentos genéticamente modificados se han vinculado a reacciones tóxicas y alérgicas, el ganado enfermo, estéril y muerto, y el daño a prácticamente todos los órganos estudiados en animales de laboratorio. 
La mayoría de las naciones desarrolladas no consideran a los GMO seguros.

Nota: En más de 60 países de todo el mundo, incluyendo Australia, Japón y todos los países de la Unión Europea, existen importantes restricciones o prohibiciones absolutas sobre la producción y venta de GMO.

Etiquetado de GMO

Esto es lo que usted necesita saber: en primer lugar, debe saber que las frutas y verduras que se cultivan de manera habitual (con inyección de productos químicos) están etiquetados con un código que consta de cuatro dígitos. Y las frutas y verduras orgánicas tienen un precio con un código que consta de cinco dígitos, comenzando con el número 9. Las frutas y verduras genéticamente modificadas (GMO) tienen un precio con un código que consta de cinco dígitos comenzando con el número 8.

Nota: Usted debe saber que estos consejos son muy importantes, probablemente debido 
al hecho de que en este momento, más del 80 por ciento de los alimentos procesados ​​en los 
Estados Unidos han sido modificado genéticamente. En muchos países europeos, la producción y venta de productos GMO está prohibida. Estos países son Austria, Francia, Alemania, Grecia, Hungría y Luxemburgo.