Un equipo de especialistas investigaron durante meses si existía una cámara en la tumba donde, según se creía, podía estar enterrada la legendaria reina egipcia Nefertiti.
Los expertos no han hallado ninguna evidencia de la existencia de cámaras escondidas detrás de las paredes de la tumba del faraón egipcio Tutankamón, informó este domingo el Ministerio de Antigüedades de Egipto, citado por Reuters.
Un equipo de especialistas del Politécnico de Turín (Italia) investigó durante meses si existe una cámara en la tumba, donde podía estar enterrada la legendaria reina egipcia Nefertiti. Sus estudios de radar fueron los más exhaustivos de todos los anteriores que trataron de comprobar la teoría de Nicholas Reeves, según The National Geographic.
Mostafa Waziri, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, dijo en un comunicado:
Estos estudios han demostrado que no existen cámaras ni una indicación de un umbral o bastidores de puerta, lo que contradice la teoría que estimaba la existencia de pasajes o cámaras adyacentes o en el interior de la cámara funeraria del rey Tutankamón”.
En 2015, el egiptólogo Nicholas Reeves detectó, al escanear la tumba del faraón con un láser, lo que parecían ser dos puertas inexploradas que conducían a sendas cámaras selladas. El investigador supuso que allí se escondía la cámara funeraria de la legendaria reina egipcia Nefertiti ―que nunca fue encontrada―, con su ajuar funerario intacto.
Un equipo de especialistas ha investigado durante meses si existe una cámara en la tumba, donde podía estar enterrada la legendaria reina egipcia Nefertiti
Ese mismo año, tras una lectura inicial de imágenes de radar, el Ministerio expresó que había una posibilidad del «90 por ciento» de que hubiera algo detrás de las paredes de la tumba.
¿Estamos ante otro caso de ocultamiento de la verdad debido a un hallazgo que según las autoridades egipcias no puede ser revelado al público?
Recientemente se ha revelado un extraño vídeo que hasta ahora no puede ser explicado por los expertos; se trata de un grupo grande de renos que se mueven en círculos, todos al mismo tiempo, en una enigmática formación. ¿Por qué se comportan de esa manera? Esto es un total misterio hasta ahora.
El Museo de Antropología y Etnografía Pedro el Grande, conocido como la Kunstkámera y situado en la ciudad rusa de San Petersburgo, ha publicado este miércoles un inquietante vídeo en el que se aprecia cómo varias manadas de renos se mueven al mismo tiempo dando vueltas.
Las imágenes fueron tomadas en la península de Kola, Rusia, y han sido compartidas en Facebook por Andréi Golovniov, quien dirigió la expedición durante la cual grabaron el inusual comportamiento de los animales.
Explicar la razón de este «trance hipnótico» ha sido un verdadero rompecabezas para los internautas rusos. Algunos usuarios afirman que se debe a que el instinto de los renos los lleva a estar continuamente en movimiento para calentarse. ¿Qué opinan ustedes?
Vean el vídeo:
¿A qué se debe este extraño comportamiento? ¿Acaso los renos perciben algo que los humanos no podemos?
“Decir siempre la verdad” es un mantra que escuchamos a menudo y que incluso nos repetimos a nosotros mismos. Sin duda, es importante expresar nuestros sentimientos, ideas y percepciones pero, ¿qué sucede cuando esas opiniones causan desavenencias en las relaciones? ¿Cómo mantenerte fiel a ti mismo y ser auténtico sin dañar las relaciones con los demás? ¿Cómo proteger las relaciones sin vivir en un clima de deshonestidad?
Cuando “decir las cosas como son” hiere a los demás
Hablar sin pelos en la lengua puede ser catártico e incluso genera una sensación de empoderamiento. Es agradable expresar nuestros sentimientos, necesidades e ideas. Es un alivio decir lo que sentimos sin tener que preocuparnos por cómo nuestras palabras impactan sobre los demás.
Sin embargo, en ciertos momentos podemos llegar a adoptar una actitud narcisista que nos impide darnos cuenta de cómo nuestra verdad afecta a quienes nos rodean. De hecho, incluso nos enorgullecemos de “decir las cosas como son”, aunque en realidad las decimos como creemos que deben ser, sin tener en cuenta las consecuencias de nuestras palabras.
Sin embargo, debemos tener cuidado de no entrar en esa zona de peligro donde la autoexpresión se desboca y termina siendo tóxica, tanto para los demás como para nosotros mismos. En esa zona de peligro la verdad se convierte en una espada con la cual herimos al otro.
La teoría del apego indica que necesitamos un mínimo de seguridad para mantener relaciones satisfactorias. No basta simplemente con establecer un vínculo emocional, la relación debe transmitirnos seguridad y confianza, debemos sentir que la otra persona valida nuestras emociones, lo cual significa que debemos sentirnos comprendidos y aceptados. También significa que la otra persona no nos debe mentir ya que de esa forma perderíamos toda la confianza y la relación se resquebrajaría. Es necesario encontrar un punto medio, que se halla en la autenticidad asertiva.
Autenticidad asertiva: Hablar desde el corazón sin dañar las relaciones
La idea de decir la verdad, cueste lo que cueste y duela a quien le duela, en el fondo encierra cierto grado de rigidez mental. Implica asumir que existe una verdad absoluta y que los otros puntos de vista, ideas o creencias son erróneas. Quienes asumen esta actitud no comprenden que existe un tercer camino: se puede ser auténticos y a la misma vez empáticos.
De hecho, en la misma medida en que alimentemos nuestra Inteligencia Emocional, aumentará nuestra capacidad para expresarnos con autenticidad sin herir a los demás ni dañar nuestras relaciones. Eso significa que podemos desarrollar la habilidad de expresar nuestros sentimientos y opiniones de manera genuina, respetando a su vez los sentimientos y opiniones de los demás.
En este sentido, John Gottman, uno de los mayores estudiosos de las relaciones intepersonales y de pareja, descubrió que el factor que predice el éxito y la duración de cualquier tipo de relación es el nivel de conciencia sobre cómo nuestras actitudes y comportamientos afectan a los demás.
Ser conscientes del poder de nuestras palabras puede ayudarnos a detenernos antes de hablar y sopesar nuestro mensaje. Podemos decidir conscientemente cuál es la idea que deseamos transmitir y cómo hacerlo de la mejor manera posible sin dañar a los demás. Eso implica ser capaces de autorregularnos y no caer en actitudes críticas y culpabilizantes. Es posible decir nuestra verdad y ser auténticos asumiendo una actitud respetuosa y sensible hacia los demás.
Decir lo primero que nos pasa por la mente no es señal de autenticidad, es muestra de falta de autocontrol y empatía. Tomarnos un tiempo para reflexionar y expresar nuestro mensaje con delicadeza nos permitirá establecer un estilo de comunicación menos agresivo y tender puentes de confianza hacia los demás que fortalezcan nuestras relaciones.
Después de todo, nuestra libertad e incluso nuestra verdad terminan donde comienza la libertad y la verdad del otro.
Brilló 1968 y se apagó para siempre la luz de la revolución. O por lo menos eso creyeron algunos. Los setenta aún vivieron de sus reflejos, por los menos en países como España e Italia, y los ochenta fueron un largo túnel sombrío. Se impuso el “no hay alternativa”, coreado a dos voces: por un lado, la de los profetas del capitalismo global. Pero por otro lado, también, la de los sesentayochistas que, integrados en los poderes político, mediático e intelectual, hicieron de su gestión socialdemócrata de ese mismo capitalismo el único resultado posible de su revolución. Ellos habían hecho la revolución. A nosotros, a los que veníamos después, nos tocaba resignarnos con una vida dedicada a consumir, a comunicarnos y a triunfar, quien pudiera, sin que quedara ya ningún margen para cuestionar la realidad y transformar la vida. Nos ofrecían las prisiones de lo posible, con sus escaparates y sus vidas a la carta. Un mundo solo. Un pensamiento único. Y una idea de la revolución como algo ya pasado. Es lo que compartían, a pesar del simulacro de antagonismo, neoliberales y socialdemócratas.
Han pasado los años, muchos años si los contamos en tiempo de vida y en saltos generacionales. Ahora tenemos un mundo en crisis, expuesto a sus propios límites, planetarios y sistémicos. Parece que ese mundo se ha devorado a sí mismo y nos está triturando la vida con su voracidad depredadora. Del triunfo del capitalismo global a la catástrofe planetaria. Pero este relato sigue siendo demasiado simple. Muy pensamiento único. Y deudor, aún, de una narración en la que los únicos protagonistas siguen siendo ellos, la generación que pilotó el mundo después de 1968.
Después de décadas creciendo en los márgenes, percibo ahora cierto interés público por conectar las revueltas de entonces con las de los noventa hasta hoy
¿Qué ha pasado mientras tanto? Lo que ha pasado es que en los márgenes de este mundo único la mala hierba ha seguido creciendo y esparciendo sus semillas de insumisión. No había alternativa al Estado, decían, hasta que en 1994, en la Selva Lacandona de México, el zapatismo nos enseñó otra forma de entender el territorio y de practicar la comunidad. No había alternativa al capitalismo global y sus organismos transnacionales (FMI, Banco Mundial…), hasta que entre 1999 y 2002 el movimiento antiglobalización ensayó otras formas de pensar juntos el mundo. No había alternativa a la propiedad privada, pero el movimiento de okupación abría espacios de vida en pueblos y ciudades donde desprivatizar las relaciones y la sociabilidad. No había alternativa a la guerra, si deseábamos seguridad, pero el Movimiento contra la Guerra recordó al mundo que los muertos son siempre nuestros mientras los beneficios de la industria bélica siguen siendo de ellos. No había alternativa a la competitividad, pero a principios de los años 2000 el cooperativismo y la economía social rebrotaban en muchas de nuestras sociedades. No había alternativa a la corrupción y el 15-M dijo: “No nos representan”. No había alternativa al mapa de las naciones existentes, pero los deseos de democracia radical lo ponen hoy en cuestión, no solo en Cataluña. No había alternativa al patriarcado (con divorcio, conciliación y sexo libre), pero el feminismo no ha dejado de mutar y de crecer, recordándonos que las conquistas aparentes no siempre son un buen punto final.
Y así hemos seguido, a lo largo de más de 20 años, tejiendo infinitas revoluciones cotidianas, pequeñas y globales al mismo tiempo, creciendo y aprendiendo con ellas. No les hemos puesto una sola fecha, sino que acumulamos muchas, porque quizá el gran cambio respecto a las revoluciones anteriores es que ya hemos aprendido que las transformaciones radicales no tienen principio ni final. No se cuentan como los cuentos, sino que se despliegan como la vida, con altos y bajos.
Después de décadas creciendo en los márgenes, bajo el desprecio o el reproche de muchos de los sesentayochistas en el poder, percibo ahora cierto interés público por conectar las revueltas de entonces con las de los noventa hasta hoy. Hay continuidades claras: el rechazo a los dirigentes y a la toma del poder, la relación entre lo personal y lo político, el alejamiento respecto a las formas de organización clásicas (partidos y sindicatos), la geografía abierta de las luchas, que saltan de ciudad en ciudad a través de las prácticas, la importancia de los aprendizajes… Pero que las continuidades no nos lleven a repetir la tentación de su final. Las revoluciones no tienen padres ni patrones. Que nadie nos escriba un nuevo fin de la historia, porque lo que está en juego en cada revolución es que los que nos sucedan puedan seguir escribiendo sus propias historias inacabadas.
“Primero perdí mi voz, luego mi figura y por último a Onassis”. Hasta cierto punto, esta queja de María Callas la representaba como personaje. Al igual que las grandes divas del melodrama, la que es considerada la gran cantante de ópera del siglo XX manifestó su sufrimiento a través de su arte. Como bien dijo Carrie Fisher, hay que hacer arte de tu sufrimiento.
El próximo 3 de mayo se estrena 'Maria by Callas', un largometraje que promete descubrir las aristas más complejas, difíciles y no necesariamente más conocidas de un personaje fundamental en la historia de la música. Todo el mundo conoce la triste historia de amor de Callas con Onassis, su temprana muerte o sus primeros éxitos, entre los que se cuentan aquella interpretación de 'Casta Diva' que, en 1947, la elevó hasta los altares. Menos conocido es su flirteo con la prostitución, fruto de una madre, Evangelia, que solía a hacerle compañía a soldados para conseguir comida.
Unas cartas que salieron a la luz en el 92 revelaron esos episodios, además de una infancia dolorosa y un carácter voluble que le hacía tomarse muy en serio las críticas que, con una ferocidad asombrosa, le hacían desde la prensa. Casi al mismo tiempo que comenzó su ascenso a la fama, también surgió una obsesión por la imagen que delataría sus inseguridades. Entre 1953 y 1954, por ejemplo, llegó a perder más de 40 kilos. Delgada, elegante y tímida, Callas representaba una figura enigmática que parecía salida de cualquier aria de una ópera de Puccini. Casada con Meneghini en 1949, su relación nunca pareció darle el suficiente empuje como para sentirse la gran diva de la ópera de su momento.
Pese a aquellos que la consideraban como tal, el camino para su gloria profesional no fue nada fácil. La noche en la que representó 'Madame Butterfly' en la Lyric Opera de Chicago en 1955, un oficial de justicia la reclamó, nada más terminar, por la demanda de Eddie Bagarozy. El que había sido su representante denunciaba que había incumplido la exclusividad que tenía con él. Aquella fue una de las primeras ocasiones en las que una diva de la ópera aparecía en la prensa sensacionalista. Para ella, desgraciadamente, no sería la última.
Como si de una Ana Karenina contemporánea se tratase, en noviembre del 59 abandonó a su marido para correr a los brazos del multimillonario Aristóteles Onassis. A partir de ese momento, los periodistas no la dejaron en paz. Retirada durante años para dedicarse en cuerpo y alma al que muchas veces calificó como el amor de su vida, la calidad de su voz fue menguando de manera considerable. Y como la heroína de Tolstoi, su apuesta por el amor no fue pagada con la misma moneda. Onassis acabaría abandonándola para casarse con la viudaJackeline Kennedy. La humillación fue tan considerable que acabó rematando su periplo doliente. No hubo medio en el mundo que no desmenuzase, de forma machista e indolente, el calvario y el desamor de la diva. “No debo hacerme ilusiones, la felicidad no es para mí. ¿Es demasiado pedir que me quieran las personas que están a mi lado?”, comentó una vez sobre su via crucis.
Cuando la relación entre Jackie y el magnate fracasó, este intentó volver a su lado, pero Callas jamás quiso perdonarle. Mucho menos volver con él. Para entonces, la huella del fracaso amoroso ya había hecho mella en ella. En 1973, cuando intentó volver a los escenarios de la mano de Giuseppe di Stefano, el resultado fue nefasto. Pese a su preparación, la gira acabó siendo un proverbial fracaso. Quizá fuese toda esa larga lista de sinsabores la que le produjo el fallo cardíaco que acabó con ella a los 53 años en su casa de París, un 17 de septiembre de 1977. Las razones de la muerte siempre estuvieron envueltas en el misterio. Las especulaciones sobre el suicidio abundan hasta el día de hoy, cuando una película promete descubrir las aristas más insospechadas de una mujer que, además de ser una incógnita, siempre tuvo un sencillo (e incumplido) deseo: ser feliz.
1 masa de hojaldre de 200 gr
75 gr de espinacas frescas
1 pechuga de pollo
1 puñado de pasas
1 huevo
Preparación
PASO 1
Sobre la masa de hojaldre bien extendida, se sitúa en el centro un filete de la pechuga de pollo y encima unas pasas y unas pocas hojas de espinacas en crudo, repetimos tres veces.
PASO 2
Cerramos la pasta hacia el centro envolviendo el milhojas de pollo y espinacas y con la ayuda del huevo batido cerramos las juntas.
PASO 3
Horneamos durante 15 minutos en un horno precalentado a 220º y disfrutamos frío o caliente.