Diversos estudios y experiencias han demostrado que los niños que crecen con limitantes durante su infancia son proclives a presentar determinados déficits a corto, mediano y largo plazo; es decir, secuelas que estarán presentes incluso en su vida adulta.
Sin embargo, estos casos no solo se dan ante las carencias, sino frente a los excesos.
Las experiencias que dejó la crianza autoritaria, predominante hace algunos años, llevó a las nuevas generaciones de papás y educadores a buscar modelos mucho más democráticos.
Y en los que, como adultos, damos a los niños un papel mucho más activo que se refleja en darles mayor oportunidad para la toma de decisiones, por ejemplo.
Sin embargo, es muy fácil caer en un extremo nada recomendable.
Dentro de esta dinámica tratamos de compensar deficiencias en la crianza con regalos, buscando lo mejor para nuestro hijo y guiados por el anhelo de procurarle una infancia feliz, que generalmente relacionamos, en primer lugar, con el cumplimiento de sus deseos materiales: el juguete de moda, el gadget más moderno o el videojuego más anhelado.
Quizá sin darnos cuenta, y en el afán de brindarles herramientas para que adquieran habilidades para etapas futuras, sumergimos a los niños en un mundo de excesos, tanto de actividades como de juguetes y dispositivos que pueden llegar a limitar su espacio para la imaginación, la creatividad, la capacidad para resolver problemas, incluso para aprender a manejar la frustración y ser tolerantes.
Por otro lado, el exceso de información que los niños encuentran en internet, incluso les resta tiempo para analizar y procesar datos, al grado de llegar a limitar su capacidad de admiración al descubrir cosas nuevas, sin tomar en cuenta que la adicción a la red podría mermarles horas de sueño y descanso.
De ahí la importancia de que, como papás, no perdamos de vista nuestro papel en la educación de nuestros hijos, conscientes de que este tipo de excesos, lejos de prepararlos para la vida, podría significarles hasta cierto número de deficiencias en cuanto a habilidades socioemocionales.
¿Cómo evitar caer en extremos?
Es importante no perder de vista que los niños necesitan tiempo libre y actividades no dirigidas para que puedan echar a volar su imaginación y creatividad.
En ese sentido, incluso los lapsos de aburrimiento son útiles para que los niños puedan buscar formas de divertirse con los elementos que tengan a su alcance.
Si bien los juguetes electrónicos pueden representar para el niño un acercamiento a la tecnología de manera lúdica, es vital procurarle juguetes de acuerdo con su edad y etapa de desarrollo, así como aquellos que requieran la participación del niño y su imaginación.
Hacer un uso responsable y racional de internet y las nuevas tecnologías. Las últimas recomendaciones de los expertos indican que es preferible no exponer a los niños a las tecnologías modernas hasta después de los cinco años, sobre todo en casa, donde la supervisión es todavía más difícil.
Los espacios de esparcimiento y el tiempo libre para jugar significan también una oportunidad para socializar con otros niños.
Además, esto les ayuda en el desarrollo de habilidades socioemocionales, como el trabajo en equipo, la resolución de conflictos, la tolerancia y manejo de la frustración, entre otras.
Es necesario brindar experiencias que estimulen todos sus sentidos. No hay como el contacto directo con la naturaleza o crear objetos o juguetes que cobran vida con la imaginación de los niños y que serán utilizados para potencializar sus habilidades y desarrollar un mayor número de capacidades y destrezas.
Es necesario procurar horarios de sueño regulares. Un descanso adecuado, que incluya los horarios y el número de horas de sueño necesarios para su edad, apoya significativamente el desarrollo de las áreas cognitivas del cerebro infantil.
Diversos estudios han demostrado que el sueño favorece la maduración del cerebro, mientras que la falta o el desorden del mismo, pueden generar deterioro en la capacidad de autorregulación de las emociones, entre otros efectos nocivos.
El exceso de juguetes, dispositivos electrónicos e incluso experiencias “divertidas”, pueden brindar a los niños momentos de “felicidad”, pero generalmente esta falta de orden y de mesura tienen un costo. La saturación de estímulos los desensibilizan y los hacen perder una perspectiva de lo que es realmente “valioso”.
Como padres debemos buscar un equilibrio fundamental entre la cantidad y la calidad del tiempo que pasamos con nuestros hijos.
La cantidad debe ser la suficiente para que la relación se vea enriquecida a través de la satisfacción mutua de las necesidades básicas: alimentación, sueño, higiene, ejercitación física y, sobre todo, afecto.
El hecho de que los padres estén presentes en el día a día de sus hijos, siempre impulsará y potencializará su desarrollo.