Saca el puntero rojo y señala la pieza con el láser. Los bolsillos de un catedrático de Historia del Arte son insondables. Quiere que observemos los gestos de los personajes que componen la última gran obra del Greco: La adoración de los pastores. “Hoy El Greco sería un director de cine. No quiere copiar la realidad, no quiere ser exacto en cada uno de los pelos de las barbas de esos pastores sorprendidos con la luz que emana del niño… ¡Lo que quiere es que parezcan que están vivos!”. El impulso pertenece a Fernando Marías, el catedrático. Son actores, las figuras secundarias del pintor griego están actuando para el público que observa y en sus gestos hay piedad, asombro y prudencia.
El Confidencial ha visitado a solas con Marías la muestra que paralizará desde el 14 de marzo la actualidad cultural y de la que es comisario: El griego de Toledo. Estamos en el Museo de la Santa Cruz de la capital manchega, en las últimas horas del montaje. El museo ha sido alterado por completo y transformado para acoger más de 100 pinturas del artista griego, procedentes de casi 30 ciudades distintas de todo el mundo.
El comisario reivindica un pintor que no se sentía de Toledo, que nunca dejó de firmar sus cuadros en griego y que hizo ostentación de extranjería y extravagancia. Ahí está el auténtico Domenikos TheotokopoulosYa saben que El Greco se ha quedado con 2014, después de cuatrocientos años muerto, y que en el calendario ha dejado marcada en rojo la inauguración del gran evento programado para celebrar la muerte del pintor griego. O su vida y su plenitud, porque, una vez vista la muestra, podemos decir que El griego de Toledo es un hito histórico en la comunicación de la obra del artista. Sencillamente, monumental.
Las salas que forman la planta de cruz, han sido pintadas con un tono dorado que recuerda a los marcos originales que se conservan, a medio camino entre lo cálido y lo divino. Una pareja de técnicos de iluminación remata la faena: por primera vez en una exposición se utiliza la técnica de modulación lumínica graduada desde un software, que permite potenciar matices en las pinturas como nunca se habían visto hasta el momento, asegura Rafael Alonso, el restaurador del Greco.
Esta exposición está llamada a destruir muchos de los mitos que en poco más de un siglo se han ido incorporando a un pintor poco estudiado y mal definido. Ese es el talante de Fernando Marías, provocador contra las lecturas erróneas. Para empezar, no fue un visionario. “Los visionarios no tienen contacto con la realidad y El Greco se alimenta de la percepción. Disfruta con lo que ve y produce a partir de lo que mira”. Estamos delante de la Vista de Toledo (1596-1699) conservada en el Metropolitan Museum of Art (MET) de Nueva York.
Reivindicación del retrato
El cuadro forma parte de la segunda sala de la primera parte del recorrido, con uno de los arranques más atrevidos y provocativos: protagonismo para los retratos. Es una reivindicación del Greco como nunca se había visto. Hasta el momento su habilidad en el retrato era marginada a los epílogos, tratando de ocultarla para evitar mezclarla con otras composiciones más espectaculares. Sin embargo, Marías quiere dejar claro que El Greco fue un retratista de los pies a la cabeza. “Por eso Velázquez es su gran discípulo, porque a partir del retrato hace otras cosas”.
La exposición recupera el punto de vista del espectador del siglo XVII: El Greco quería provocar, emocionar, 'clavar un puñal en el ojo a aquellos fieles que se acercaban a rezar'Nueva reivindicación al hilo de la visita: El Greco como artista total. Asumía los encargos de los retablos como un festín escénico, con el objetivo de “clavar un puñal en el ojo de aquellos fieles que se acercaban a rezar”. “Era un provocador”, resume Marías la figura del Greco. Ni siquiera Felipe II escapó a sus provocaciones. El académico habla del artista y de sus retablos como “instalaciones inmensas”, en las que diseñaba hasta el último elemento, desde las esculturas a la luz que lo iluminaría.
Todo estaba al servicio de la emoción, ninguno de sus cuadros estaban hechos para ser vistos en museos. La brecha que existe entre El Greco y nuestra mirada es irrecuperable, a pesar del intento de Marías por restablecer una complicidad genuina del siglo XVII en espectadores del XXI. Han pasado muchas cosas en estos cuatro siglos desde que murió el pintor: los impresionistas, Picasso, la fotografía, Rothko… y sigue, el catedrático ha insistido en varias ocasiones en la destrucción de aquella forma de mirar. Tanto, que
inventamos excusas para comprenderle. “Somos hijos de una nueva cultura visual y nos cuesta pensar los cuadros en términos del Greco”. Por eso la intención de Marías ha sido recuperar el punto de vista del espectador del siglo XVII.
Llegamos a una de las salas más espectaculares, donde la imaginación de las composiciones desborda esa mirada deformada que nos ha devuelto el siglo XX: la estancia dedicada a “lo visible e invisible” recoge aquellas pinturas en las que el griego de Toledo socializa lo divino, le quita sacramento y devoción, y lo acerca a nosotros como si fuera parte de la humanidad, sin olvidarse de los ejercicios imaginativos más jactanciosos. Cristos veinteañeros, atléticos, vírgenes hermosas, en medio de la ciclogénesis creativa, como muestra en La gloria de Felipe II y en la misma Adoración de los pastores.
El Greco visita lo supranatural, viaja a la dimensión celestial y vuelve para pintarla. Tiene la capacidad de imaginar lugares inexistentes, lo invisible, al margen de las reglas. Y de los gustos de su época y sus clientes. “Parte de un mundo muy humano y lo transforma para que contente a nuestra imaginación de lo religioso, no de los canónicos y los arzobispos de Toledo. No. Ni siquiera de Felipe II”, vuelve a la carga con templanza el comisario. En este momento señala una de las que para él es una de las grandes incógnitas sin resolver:¿Por qué antes parecía extravagante y ahora no?
De Toledo ni hablar
Así era nuestro protagonista, un ser extravagante que no pretendía doblegar su impulso estético a las ordenanzas del gusto de la Iglesia. Jactancioso, orgulloso y testarudo. La autobiografía nos indica que no era una persona fácil, que no se adaptaba a su entorno, no pretendió nunca mimetizarse con su contexto. ¿Ni con Toledo? “Con Toledo mucho menos. No se sentía de aquí, no quería tener nada que ver con Toledo. Pero si nunca dejó de firmar sus cuadros en griego. Hace ostentación de extranjería y extravagancia”. Ahí está el auténtico
Domenikos Theotokopoulos y
no en la idealización política de nuestros días. Atrevido Marías, que rechaza la propaganda y reclama para el pintor lo que él quiso para sí mismo, la libertad del poeta y la lucidez del loco:
"La exposición subraya que no es toledano. Es
el griego".
Nuestro afán nacionalista ha hecho desaparecer al Greco que existía antes de llegar a España. Era cretense y veneciano y nunca quiso dejar de serlo. Siempre mantuvo sus enseñanzas, nunca rompió con ellasEl momento de remanso sucede en el crucero, donde se proyectan las fotografías de los espacios del Greco, la capilla de San José, Tavera, etc. Salimos un momento de las paredes del Museo de la Santa Cruz. El comisario nos devuelve inmediatamente a la realidad: “No podemos convertir al Greco en un manso franciscano. No lo era. Tenía un ego enorme y los historiadores debemos recuperar los documentos para recomponer sin manipular”. Suena a reivindicación.
Un ego que le llevó a retratarse en su hijo, en sus lecturas, en sus paisajes. Se retrata, incluso, a través de la ciudad en la que vive, sin olvidar nunca sus orígenes. Ya hemos dicho que rechaza Toledo, lo toledano y a los toledanos (en breve llegará la inauguración de la fantástica exposición del Prado, dedicada a su biblioteca y lecturas y entonces volveremos sobre este asunto). El “afán nacionalista” ha hecho que le reivindiquemos como propio, como de aquí, de la tierra, y que rechacemos todo lo anterior a la llegada a suelo español.
El tríptico de Módena, una de las joyas de la muestra.
Nueva escisión con la visión conservadora del pintor: “El Greco existía antes de llegar a España y era cretense y veneciano y nunca quiso dejar de serlo. Siempre mantuvo sus enseñanzas, nunca rompió con ellas, no renegó. Siguió y sumó identidades. No se cambia de chaqueta, no es un Zelig que cambia una y otra vez”, explica Fernando Marías. Es la bisagra entre la pintura bizantina y la pintura occidental, su pasado rezuma hasta el último momento. Hasta que llega a España y entonces se repliega en sus posiciones. “Se defiende con exageración ante el rechazo”.
El drama a raudales
Estamos a punto de coronar el recorrido con la parte más dramática de todas, la del brazo norte, la que recupera la actividad de los retablos. De las paredes cuelgan pedazos de los de Tavera, Illescas y al fondo, tras el enrejado, la majestuosa, la impresionante Inmaculada de la capilla Oballe, que vive desde hace siglos en este museo y cuya presencia ha sido reformada para la ocasión. Simula la sala la densidad de una pequeña capilla abarrotada de cuadros. El efecto escénico del montaje, en este punto, es absoluto.
Más de un siglo después de aquella primera gran retrospectiva dedicada al Greco, en El Prado, en 1902 –que sirvió de showroom para poner en venta un pintor desconocido dentro y fuera–, El griego de Toledo recupera el sentido último de todo esto, de la pintura y los egos, de los encargos y los fracasos, de las críticas y los nacionalismos. Una llama breve y violenta, que revela la belleza y la imposibilidad de vivir sin ella.