Rincón de la Psicología |
Posted: 11 Oct 2017 02:00 AM PDT
Hay quienes se arrepienten de haber amado, ya sea porque una relación no fructificó o porque terminó rompiéndose en mil pedazos. Muchos que piensan que ha sido un amor derrochado, tirado en saco roto. Sin embargo, nunca pierde quien da amor sino quien no sabe apreciarlo y recibirlo.
Amar significa abrirse. Quien ama no guarda nada para sí, pero en esa entrega se produce una maravillosa contradicción ya que al dar, recibimos. De hecho, pierde quien se recluye dentro de sí, quien construye muros a su alrededor para protegerse porque así no entrará la alegría, pero el sufrimiento puede colarse igualmente por los resquicios.
Lo peor que puedes hacer es cerrarte
Cuando alguien que amamos nos desilusiona o abandona, nos vemos obligados a realizar grandes reestructuraciones a nivel psicológico. No solo tenemos que hacerle frente a los sentimientos que estamos experimentando sino que también debemos procesar lo sucedido a nivel cognitivo.
El dolor por la pérdida, la frustración e incluso la ira terminan matizando nuestros pensamientos. A veces ese dolor es tan grande que duele físicamente y se siente como si nos estuviera rompiendo en pedazos, literalmente. Y dado que a nadie le gusta sufrir, podemos terminar recriminándonos, pensando que no debíamos haber amado tanto porque así podríamos haber evitado ese sufrimiento.
Es cierto. Es un razonamiento perfectamente válido y racional: si no amamos, no sufrimos. No obstante, ¿de verdad vale la pena vivir anestesiados emocionalmente? ¿Es eso lo que quieres?
Es perfectamente comprensible que después del primer impacto emocional pensemos que no vamos a volver a amar de la misma manera o que debemos protegernos para no sufrir de nuevo, porque las emociones que estamos experimentando son como unas gafas grises que nos impiden ver los colores del mundo.
De hecho, de cierta forma esos pensamientos son un mecanismo de defensa. Cuando el sufrimiento nos desborda intentamos buscar un consuelo. Y puede consolarnos la idea de que no volveremos a sufrir de esa manera en el futuro. Es como pensar: “Vale, ahora mismo estoy sufriendo mucho, pero cuando lo supere no volverá a pasar”. Ese pensamiento puede ser reconfortante y nos puede ayudar a salir del agujero.
Sin embargo, llegados a cierto punto, es necesario reestructurar esos pensamientos y volverse a abrir al mundo. Debemos ser conscientes de que los mecanismos de defensa que en cierto momento pueden ser funcionales y nos protegen, más tarde son desadaptativos y nos hacen daño.
Cambiar la perspectiva o condenarse a la esterilidad emocional
Amar nunca es tiempo perdido, es una experiencia que podemos atesorar para toda la vida. Solo es necesario estar atentos al momento en que pase el proceso de duelo y el dolor se atenúe para reprocesar nuestros pensamientos.
La primera señal de que nuestras heridas emocionales están sanando es que al mirar atrás ya no vemos solo los malos momentos sino que aparecen destellos de los buenos momentos. Entonces hemos llegado al punto en el que debemos reflexionar sobre nuestros pensamientos. A partir de ese momento podemos comenzar a abrirnos de nuevo al mundo.
Nos ayudará pensar que, aunque no nos guste aceptarlo, en la vida todo tiene un costo. Para obtener algo, debemos dar algo a cambio. Eso significa que la alegría del amor también encierra el dolor del sufrimiento. Negar uno significa negar el otro y condenarse a una esterilidad emocional, que es mucho peor que el dolor por la pérdida.
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