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Un cometa errante llamado Eladio - Rosa Montero


Eladio es como un agujero negro de gusano, un túnel temporal que va entrando y saliendo de mi vida

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Esta es una historia que sucede en el tiempo. Una historia que es tiempo. Que es vida. Hace unos días recibí un e-mail de un tal Eladio; me decía que, aunque “lógicamente” yo no le recordara, nos conocíamos desde los 17 años cuando nos cruzábamos en la avenida de Reina Victoria de Madrid, él bajando hacia el colegio del Buen Consejo y yo subiendo la calle, y que incluso le había dedicado una columna tras encontrarnos en una fiesta de un amigo común; y que me escribía para mandarme “un vídeo de Ana, que es nuestra alegría”. Y, en efecto, adjuntaba un pequeño vídeo doméstico grabado en un jardín, con perros y adolescentes y un bebé que supuse que era Ana. Un pellizco de pura felicidad.
La carta no decía más y me dejó curiosa e inquieta. Curiosa, porque no recordaba a Eladio y por consiguiente tampoco recordaba la columna, e inquieta exactamente por lo mismo, por mi fastidiosa y habitual falta de memoria. Tengo una cabeza calamitosa a la que no acabo de acostumbrarme. De manera que le contesté pidiendo más datos; rogándole que me mandara el artículo, si lo tenía; preguntándole si Ana era su nieta. Enseguida recibí otro e-mail; me adjuntaba la foto de una dedicatoria que le hice, en 1990, en una Feria del Libro en donde, al parecer, me recordó por vez primera que era él; luego la columna, que se titulaba Ayer y era de 1998; luego una foto actual con su nieta (sí, su nieta) en brazos. Todo cayó sobre mí como una lluvia de años, una de esas lluvias finas pero apretadas que enseguida te calan. Leí la columna, vi su cara de hoy junto a la de la nena y súbitamente el pasado emergió en mi cabeza. Le recordé entonces, nos recordé claramente, a los 16 o 17 años, él bajando al colegio, yo subiendo al metro para ir al instituto. Y cómo nos cruzábamos y nos mirábamos ruborosos, enamorados del amor, con el corazón dando pequeños brincos en el pecho. O al menos mi corazón los daba. Y así día tras día durante todo un invierno. Le veo como si lo tuviera aquí delante: un chico delgadito recién crecido, de brazos y piernas demasiado largos por el estirón, la piel muy blanca, el pelo negro, carita de bueno. Nunca llegamos a hablarnos.
Es como un agujero negro de gusano, un túnel temporal que va entrando y saliendo de mi vida”
Y con el recuerdo de aquel lejano Eladio ha llegado todo lo demás, la vívida sensación de aquellos años. La imagen de los largos pasillos del metro de Cuatro Caminos tal y como eran entonces, revestidos de azulejos blancos. Mi casa de la niñez, los suelos de baldosas hidráulicas, el ruido del batir de los huevos en el patio. Las deprimentes tardes de invierno tras regresar del instituto, con la noche apretándose como un mal augurio contra las ventanas. Mi cuerpo de adolescente. Mi desasosiego e inseguridad de adolescente dentro de ese cuerpo.
Pero lo más impresionante es que todo esto que acabo de expresar es más o menos lo que venía a contar, con otras palabras, en aquella columna titulada Ayer. Quiero decir que Eladio es como un agujero negro de gusano, un túnel temporal que va entrando y saliendo de mi vida, conduciéndome en cada ocasión al mismo momento del pasado. Supongo que la primera vez que se presentó, en la Feria del Libro de 1990, ya debí de evocar aquel invierno de mi adolescencia con igual claridad que ahora. Y luego lo olvidé de nuevo. Ocho años más tarde, tras reencontrarnos en la fiesta del amigo común, reviví una vez más aquellos embobados cruces de miradas y rescaté su recuerdo… ¡para volver a olvidarlo! Y ahora me manda el vídeo con su nieta… porque ya tenemos edad de ser abuelos. Su vida va punteando la mía en una especie de dimensión paralela. Es un espejo mágico al que me asomo de cuando en cuando para rememorarme en el comienzo de la vida, un tiempo que cada vez se va alejando más y más, arrastrado por la corriente de los años. En ese ir y venir de las cosas, en ese fluir, hemos recorrido ya una existencia entera.
Me pregunto cuándo será el próximo contacto de ese cometa errante que es Eladio. Ya no queda tanto tiempo por delante. Quién sabe, puede que el siguiente cruce de nuestros destinos sea el definitivo: él leyendo sobre mi muerte en un periódico, yo recibiendo la noticia de la suya en un e-mail de su viuda. No me estoy poniendo lúgubre: la vida es así. Y espero que aún nos falte mucho. “La cuna se mece sobre el abismo, y la razón nos dice que nuestra existencia no es más que una breve grieta de luz entre dos eternidades de tinieblas”, dice una célebre y maravillosa frase de Nabokov. Pero cuánta luz tiene esa grieta. Deslumbra.
@BrunaHusky
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