Las horas que pasó Franz Kafka ante el espejo
La introspección no es un lujo ni una huida individual, es un derecho y casi una condición para conseguir una sociedad lo más armónica posible: sólo mirándose uno mismo se puede ser capaz de saber mirar al otro, de interpretar lo que nos rodea
En las horas que pasó Kafka frente al espejo arreglándose el pelo está el germen de una de las más lúcidas miradas sobre el siglo XX
“La ciudad nos permite subir la cabeza para pensar
y bien sabe que después la bajamos”
(Cesare Pavese, Trabajar cansa)
Este fin de semana viajé a Tánger con unas amigas. Entramos en el zoco para callejear un rato pero, primero atraídas por el color de las mercancías, después obsesionadas por encontrar el tamaño justo de tajín, y finalmente hipnotizadas por los dibujos de las telas y alfombras, cuando nos quisimos dar cuenta habían pasado horas. Inclinadas sobre todos aquellos productos, no habíamos visto nada más. De repente, alguien subió la cabeza.
En pleno mediodía, el cielo que rodeaba al sol se había vuelto oscuro formando un círculo perfecto. Aquello nos sacó de la obsesión por los tajines y nos mantuvo un buen rato con la cabeza ahora hacia arriba, comentando si sería el apocalipsis o por fin los marcianos. Se trataba, supimos luego, de un fenómeno meteorológico bastante común pero que nunca habíamos visto.
Esta secuencia de cabeza arriba y abajo fue lo que me recordó los versos de Pavese que he transcrito al principio, y más tarde lo que me hizo pensar en las movilizaciones que esos días tenían lugar en Madrid, con la llegada de las Marchas por la Dignidad desde todos los puntos de España. Con esas movilizaciones por fin se ha subido la cabeza, por tanto ahora llega el momento de pensar: no sólo hace falta una organización colectiva –necesaria, por supuesto–, sino también, digamos, una reorganización… individual.
Cuando uno ha subido la cabeza y ha mirado alrededor, no puede quedarse en la mera protesta y bajar la vista de nuevo. Quiero decir que ahora es el momento de dejar de repetir NO para afirmar algún SÍ, y para ello es necesario reflexionar un poco, pensar qué se quiere, qué se está dispuesto a dar y qué se espera recibir, cómo se articulan los deseos propios con los colectivos.
La introspección, tan denostada en algunos círculos, no es un lujo ni una huida individual, es un derecho y casi una condición para conseguir una sociedad lo más armónica posible. Sólo mirándose uno mismo se puede ser capaz de saber mirar al otro, de interpretar lo que nos rodea.
En sus últimos años, desde la cama, Proust no hizo otra cosa que repasar su vida y con ello nos dejó una obra que es también un ensayo sobre la condición humana y el reflejo de la organización social de su tiempo. No hay otro modo de mirar más que de adentro hacia afuera, lo que vemos pasa por el filtro de nuestros propios miedos, deseos y obsesiones. Pensar en uno mismo inevitablemente lleva a pensar en la organización social, ya que es ahí donde uno, sin remedio, se integra. Es el “conócete a ti mismo” socrático, nada nuevo, comprenderse es comprender la naturaleza humana, y así, la tensión entre individualismo y sociedad desaparece. O al menos se suaviza.
El día 29 de marzo de 1912, Franz Kafka escribió esta enigmática entrada en sus Diarios (1910-1923):
"Mi alegría en el cuarto de baño. –Conocimiento gradual. Las tardes que he pasado con mi pelo".
Cuando Kafka arreglaba su tupé, seguro que no estaba mirando al suelo con la mente en blanco. Encontrándose día a día frente al espejo mientras se hacía la coiffure, se sostendría la mirada, se observaría a sí mismo. Esas horas en el baño "pasadas con mi pelo", que le proporcionaban “alegría” por un “conocimiento gradual”, seguramente aportaron mucho a lo que constituyó el eje de su obra: la denuncia de un sistema incomprensible del que no quería formar parte, el reconocimiento de su imposibilidad para compartir la vida con una pareja, su pereza, etc. En esas horas de introspección está el germen de una de las más lúcidas miradas sobre el siglo XX.
Esta es la toma de conciencia que nos hace falta. Porque “podemos”, vale, pero “podemos”, ¿qué? No es que se trate de bajar de los Picos de Europa con los diez mandamientos grabados en piedra, pero sí de trabajar buscando y exponiendo un acuerdo mínimo: renta básica, control de la especulación financiera, servicios públicos de calidad, reducción de la jornada laboral, decrecimiento…
En definitiva, se trata de que tengamos algo que oponer –un sistema alternativo- antes de que nos obliguen a bajar la cabeza de nuevo.
Esta es la toma de conciencia que nos hace falta. Porque “podemos”, vale, pero “podemos”, ¿qué? No es que se trate de bajar de los Picos de Europa con los diez mandamientos grabados en piedra, pero sí de trabajar buscando y exponiendo un acuerdo mínimo: renta básica, control de la especulación financiera, servicios públicos de calidad, reducción de la jornada laboral, decrecimiento…
En definitiva, se trata de que tengamos algo que oponer –un sistema alternativo- antes de que nos obliguen a bajar la cabeza de nuevo.