TAQUILLA, SUBVENCIONES, POLÍTICA...
Cuando Cristóbal Montoro dijo en 2013 que el cine español estaba en crisis por la "falta de calidad" de sus películas, ocurrieron dos cosas: a) Que el audiovisual patrio salió en tromba contra el ministro de Hacienda. b) Que media España convirtió a Montoro en su nuevo héroe. Algunos pensaron incluso que el político se había quedado corto. En otras palabras: nos guste o no, el odio al cine español es un fenómeno cultural.
Ocurre que el inesperado y asombroso taquillazo de Ocho apellidos vascos ha paralizado (temporalmente) el discurso del odio. En tiempos en los que el interés de un producto cultural se mide casi exclusivamente por sus cifras de ventas, hasta los más enfervorecidos enemigos del cine nacional se han rendido a los encantos del filme de Emilio Martínez-Lázaro. Primera conclusión:película taquillera igual a película buena, cine español taquillero igual a cine español bueno. En ese contexto, el discurso de la "falta de calidad" ya no cuela y el odio se diluye.
No obstante, la taquilla no lo es todo. La fobia al cine cañí es un fenómeno cultural complejo y con muchas variables, entre ellas, las políticas. Y quien dice políticas del cine dice subvenciones.
Los chicos de Montoro se han llevado ya más de 10 millones de eurosgracias a la brutal recaudación del filme (en torno a los 53 millones de euros a día de hoy). Algo que no hace más que acentuar una tendencia: desde que el IVA del cine subió al 21%, el Estado recauda mucho más dinero de los estrenos de lo que gasta en cine español, cuyas ayudas públicas están en caída libre desde hace dos años.
Como corolario a su taquillazo, Ocho apellidos vascos ha dinamitado otro de los argumentos más recurrentes contra el cine español: que las subvenciones a los cineastas estándesangrando al Estado.
Raíces de la fobia
Hay quien cree que el movimiento contra el cine nacional empezó en 2003, cuando la célebre gala del No a la guerra. Es cierto que ese día comenzó una campaña (artículos de prensa, portadas, comentarios en internet, etc.) contra los "titiriteros" y "pancarteros" del cine que ha llegado hasta nuestros días. Pese a que hay noticias cuyo recorrido no dura más de una semana, el terremoto de la gala de los Goya 2003 sigue en pie una década después. Una longevidad asombrosa y que quizás se explique así: se trata de una polémica cultural que se ajusta perfectamente al ritmo bipartidista del país, PSOE contra PP, subvencionados contra liberales, progres contra conservadores, dicotomía que nos mantiene entretenidos durante todo el año y en el que ambos frentes políticos tienen algo que ganar.
Para acabar de complicar el componente político, existe también un frente transversal que no tolera a nuestra farándula cinematográfica: los defensores de las descargas en internet, a los que resulta complicado encasillar ideológicamente.
La colisión descargas/derechos de autor no tiene pinta de solucionarse los próximos años. Más madera de los internautas contra el cine. Por su parte, la polémica derecha española/cine español se mantendrá viva al menos hasta que se baje el IVA de las entradas y vuelvan a subir las ayudas al cine,reivindicaciones que movilizan al sector contra el Gobierno y que, por tanto, alimentan el odio conservador al cine español.
No obstante, el divorcio derecha/cine español no es para siempre. Aunque ninguno de los dos bandos prefiere ahora recordarlo, las relaciones entre el PP y el cine español fueron estupendas durante la primera legislatura de Aznar. El expresidente no solo compartió agradables veladas en Moncloa con la farándula progresista, sino que potenció las ayudas públicas a la industria por distintas vías (subvenciones, creación de la Academia de Cine e impuesto a las televisiones privadas). En otras palabras: las ayudas al cine no son patrimonio del PSOE, por más que fuera el partido de Felipe González el que dispara el presupuesto del ministerio de Cultura en 1982 hasta cifras nunca vistas.
Estas cintas podían llegar a reembolsarse entre el 50% y el 100% de su presupuesto vía ayudas estatales (algo absolutamente impensable hoy día). Entre los beneficiarios de estas subvenciones se encontraban directores comoCarlos Saura y productores como Elías Querejeta, además del movimiento renovador conocido como Nuevo Cine Español. Películas críticas con el franquismo subvencionadas por un régimen que daba señales culturales contradictorias: la censura cinematográfica, que obligaba a los cineastas a recurrir a la parábola política, seguía en pie, pero el franquismo había iniciado un calculado proceso de apertura al exterior (por cuestiones económicas y de subsistencia política) en el que el acercamiento a la cultura jugó un papel primordial. El franquismo utilizó al cine para lavar su imagenpero, al mismo tiempo, los cineastas aprovecharon para abrir grietas al régimen.
Por tanto, aunque las subvenciones tienen ahora mala fama, hubo un tiempo en el que la protección al cine era política estratégica de Estado. En parte, como ya hemos dicho, por cálculo político, pero también porque en los años sesenta las economías proteccionistas aún no habían sido arrasadas políticamente por el neoliberalismo: el franquismo llegó a imponer por ley que un tercio de las películas que se estrenaban en los cines fueran españolas.
Conclusión: A pesar de todo lo que se ha escrito desde la gala del No a la guerra, las subvenciones no dependen tanto del color político como de lacoyuntura/moda política de cada época.
Otro mantra creado tras los Goya 2003 fue que el público dio entonces la espalda al cine español (hasta hoy) por su excesiva politización. Impresión que curiosamente comparten tanto los enemigos del cine nacional como buena parte de la industria del cine, la que prefiere no posicionarse políticamente para evitar los ataques. Ahora bien: ¿Y si no es cierto que el público dejara de ver cine español tras la gala de los Goya?
Ahí va un dato para dinamitar todo un tópico periodístico y popular: lacuota de pantalla del cine español en la década posterior a los Goya (2003/2012) fue más alta que la de la década anterior (1993/2002). Entre 1993 y 2002 el cine español sumó un 11'9% del total recaudado por los cines; mientras que entre 2003 y 2012, en plena crispación cine/derecha, sumó el 13'5%. Lo que le hace a uno plantearse si el odio al cine español es un fenómeno tan masivo como parece o hemos sido los medios quienes lo hemos hinchado artificialmente.