Posted: 23 May 2017 01:00 AM PDT
Hoy tenemos una receta facilita, con pocos ingredientes, solo dos, unos gambones o langostinos a la sal. Es un aperitivo perfecto, que se hace en poco tiempo y sin olores. Los cocinaremos entre dos capas de sal que le aportarán el punto exacto de sal y quedarán muy jugosos.
Podemos tomarlas tal cual, con unas gotas de limón o acompañarlos de un poco de mayonesa o salsa rosa...
- 12- 15 langostinos o gambones - 1 kg de sal gruesa para hornear
Son tan fáciles que apenas requieren explicación...
En la bandeja de horno ponemos una capa de sal de 1 cm de grosor aproximadamente, colocamos los gambones o los langostinos con los "bigotes" cortados uno al lado del otro. Los cubrimos con otra capa de sal de 1 cm de grosor .
Los metemos en el horno precalentado a 200ºC durante 7-8 minutos.
Los sacamos, retiramos la sal y los servimos acompañados de un poco de jugo de limón o de mayonesa o salsa rosa.
¡Quedan riquísimos!
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MAPA DE VISITAS
RECETA - LANGOSTINOS A LA SAL
Quien tiene luz propia incomoda al que vive en la oscuridad
Desarrollo Personal
“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
- El mundo es eso - reveló - un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende".
Este precioso relato del escritor Eduardo Galeano que aparece en su obra "El libro de los abrazos" muestra las diferencias que existen entre las personas. Hay personas seguras de sí, que han construido una buena autoestima y que rebosan energía, a cuyo lado es un placer estar.
Hay otras personas que nunca se han preocupado por crecer y que terminan consumiéndose en el rencor, la envidia, el odio y los resentimientos. A esas personas les suele molestar mucho quienes brillan con luz propia e incluso pueden hacer todo lo posible por apagar esa luz.
¿Qué significa tener luz propia?
Durante algunos periodos de la vida, dejamos que otras personas nos alumbren con su luz. Esas personas nos dan una mano cuando más lo necesitamos, nos brindan herramientas para enfrentar las dificultades y nos ayudan a solucionar los problemas. A su lado aprendemos y nos recomponemos.
Sin embargo, es un error vivir continuamente bajo la luz de los demás. Cada quien debe aprender a cultivar sus luces, que significa alimentar sus sueños e ilusiones, potenciar sus capacidades y cultivar su verdadero “yo”. Si no alimentas tu propia luz terminarás desilusionado de la vida, acumulando desencantos e insatisfacciones que te convertirán en una persona amargada.
Para brillar con luz propia es fundamental que:
- Seas una persona auténtica y congruente. Todos tenemos una luz diferente que nos hace únicos y especiales, pero si no nos aseguramos de alimentarla terminará apagándose. La mejor manera para brillar con luz propia consiste en ser tú mismo, esforzándote cada día por ser la mejor versión de ti.
- No escondas tus oscuridades. Las oscuridades, entiéndase los “defectos”, errores o fracasos, no son motivo para avergonzarse y no hay necesidad de esconderlos. Las oscuridades que se sacan a la luz terminan convirtiéndose en luces, las que escondes pueden terminar apagando tu luz. No tiene mérito enorgullecerse de los logros, en vez de eso, siéntete orgulloso de cómo has superado los obstáculos y has logrado levantarte después de una caída.
¿Cómo protegerte de las personas que apagan las luces?
Hay personas que no soportan que los demás brillen, es como si esa luz les encandilara. Por eso pueden intentar hacerte creer que no eres merecedor de ciertas cosas, que tu esfuerzo no ha sido para tanto o que podías haberlo hecho mucho mejor.
También pueden lanzarte críticas muy dolorosas o incluso atacarte donde más te duele recurriendo a la manipulación emocional. El problema es que estas personas arrastran una gran frustración, lo cual hace que proyecten sobre los demás sus propias oscuridades y responsabilicen a los otros por lo que ellos mismos no han sido capaces de lograr.
Si no construyes un escudo que te proteja de sus palabras y actitudes, es probable que esos ataques terminen apagando tu luz, lo cual significa que adoptarás su manera negativa y derrotista de ver la vida y que también querrás apagar la luz de quienes te rodean.
Los tres pilares de ese escudo son:
Los tres pilares de ese escudo son:
1. Aprende a ignorar. Quizá algunas de las personas a quienes les molesta tu luz son amigos cercanos o compañeros de trabajo. En vez de enfadarte con ellos, asume que son personas diferentes a ti, con distintas experiencias de vida, que quizá ni siquiera son plenamente conscientes del daño que pueden hacer sus comentarios y actitudes. Por tanto, aprende a ignorar todo aquello que no te permita crecer. Recuerda que solo te puede hacer daño aquello a lo que le has conferido valor.
2. Cultiva el sentido del humor. No hay arma más poderosa contra los problemas, las críticas malsanas y los intentos de desvalorización que el sentido del humor. No te tomes las cosas como algo personal, aprende a reírte de lo que supuestamente debería incomodarte, enfadarte o denigrarte. El sentido del humor es la herramienta de las personas inteligentes para protegerse y no permitir que los demás dañen su autoestima.
3. Sigue siendo tú. No cambies tu manera de ser para satisfacer a los demás porque ese es el camino más directo hacia la insatisfacción y la infelicidad. Puedes modular tus comportamientos pero sin renunciar a tu esencia. Considera que las herramientas más eficaces para contrarrestar la negatividad son la felicidad y el hecho de sentirte bien contigo mismo.
Y siempre que puedas, proyecta un poco de tu luz sobre los demás. No serás más pobre sino mucho más rico porque la luz interior, mientras más se reparte, más crece. Y recuerda siempre que quien brilla con luz propia no necesita apagar la luz de los demás.
No me arrepiento, pero sé qué cosas no volvería a hacer
Todos somos falibles, delicadamente imperfectos, pero únicos en nuestra esencia y en nuestras historias personales. Por ello es bueno y necesario aceptar cada error cometido sin caer en el lamento perpetuo, pero teniendo claro a su vez qué cosas no volveríamos a hacer, qué caminos no tomaríamos de nuevo y qué personas dejaríamos en las fronteras de la distancia higiénica.
Woody Allen dijo una vez en una de sus películas aquello de que “no me arrepiento de nada de lo que he hecho en mi vida, pero la verdad es que me gustaría ser otra persona”. Esta irónica frase resume muy bien un hecho concreto: los errores experimentados a lo largo de nuestro ciclo vital duelen, y cometerlos supone muchas veces sentir una ataque tan elevado hacia nuestra propia dignidad, que a menudo, sentimos ganas de darle al socorrido “botón de reinicio” imaginario.
Sin embargo, las personas no somos máquinas, y de hecho es ahí donde reside nuestra grandeza, en esa magia inscrita en nuestro ADN que nos insta a aprender de los errores cometidos para mejorar como especie y sobrevivir así mucho mejor a este mundo complejo. Al fin y al cabo, vivir es avanzar pero también cambiar y saber asumir cada mala elección o cada mala acción, es como un alto en el camino del cual aprender para ser mejores cada día.
No asumirlo, no aceptarlo o quedarnos aferrados a esa culpa que nos desangra y nos atornilla al pasado supone vetarnos a nosotros mismos ese necesitado crecimiento que uno debe asumir a cualquier edad y en cualquier momento.Compartir
Esas acciones que lamentamos, pero que conforman nuestro equipaje vital
La culpa o el arrepentimiento tiene muchas formas, sombras muy alargadas y teje en nuestra mente espesas telas de araña, propicias para quedamos atrapados durante un tiempo determinado. Hechos tan concretos como un relación con una persona equivocada, una decisión laboral poco acertada, un descuido fortuito, una promesa no cumplida, una mala palabra o una mala acción, suponen muchas veces tener que vernos ante el espejo sin filtros, sin anestesia y con una herida abierta. Es entonces cuando somos conscientes de las grietas de nuestra supuesta madurez, esas que toca reparar tras recoger los pedazos rotos de nuestra dignidad.
Por otro lado, en un interesante estudio publicado en la revista “Cognitive Psychology“, se facilita un dato que debe invitarnos a una profunda reflexión. Las personas más jóvenes suelen lamentarse de muchos errores cometidos a lo largo de su vida. A veces, basta una simple entrevista con alguien de entre 20 y 45 años para que nos enumere, una por una, cada mala elección, cada persona que lamentan haber dejado entrar a su vida o cada decisión mal tomada. Una valoración y un autoanálisis que puede ser saludable y catártico: nos ayuda a decidir mejor, a orientar con más acierto nuestras brújulas personales.
Sin embargo, el auténtico problema llega con la población de la tercera edad. Cuando uno alcanza ya los 70 años aparece el sentido lamento de las cosas no realizadas, de las oportunidades perdidas, de las decisiones no tomadas por falta de valentía. Así, algo que deberíamos tener muy claro es que el peor arrepentimiento es el de una vida no vivida. Asumamos entonces que muchos de nuestros supuestos errores, esos cuyas consecuencias no han sido fatales ni extremadamente adversas, son nuestro “equipaje experiencial”, nuestro legado vital y esas grietas por donde entra la luz de la sabiduría.
Los errores siempre llamarán a nuestra puerta de un modo u otro
Un error implica, por encima de todo, la aceptación de la responsabilidad. Es algo que la mayoría sabemos, no hay duda, pero que sin embargo no todas las personas son capaces de dar ese paso tan valioso, a la vez que digno. Seguidamente, acontece lo que en psicología llamamos “reparación primaria”, es decir, proceder a algo tan básico y elemental como puede ser dejar esa relación tormentosa, dar por finalizado un proyecto fallido o incluso pedir perdón por un daño causado a segundas personas.
“Los errores son en la base del pensamiento humano. Si no se nos proporcionó a habilidad de equivocarnos, fue por una razón muy concreta: para ser mejores”
-Lewis Thomas-
A continuación, debemos proceder a algo mucho más delicado, más íntimo y complejo. La “reparación secundaria” nos atañe a nosotros mismos; ahí debemos coser con precisa artesanía cada retazo desprendido de nuestra autoestima, cada fibra arrancada de nuestro autoconcepto, ahí donde no es bueno que se alojen los rencores, ni el peso de esas decepciones y donde uno acaba cerrando la puerta de su corazón y la ventana hacia nuevas oportunidades.
Por otro lado, en un trabajo publicado en la revista “Personality and Social Psychology“, nos recuerdan un hecho por el cual muchos de nosotros hemos pasado en más de una ocasión y que sin duda nos será familiar. A veces, nos autocastigamos a nosotros mismos con la recurrente frase de “Pero… ¿cómo he podido ser tan ingenuo/a, con la edad que tengo y cometiendo aún estos errores?”.
La creencia de que la edad y la experiencia nos hacen finalmente inmunes a los errores es poco más que un mito. Dejemos a un lado esas ideas y asumamos un hecho muy concreto a la vez que valioso: estar vivo es abrazarse al cambio y al desafío, es permitirnos conocer nuevas personas y hacer cosas diferentes cada día. Equivocarse en algunas cosas es parte del proceso y una pieza más de nuestro crecimiento. Negarnos a experimentar y anclarnos ad eternum a la isla del arrepentimiento, del miedo y del “mejor me quedo como estoy” es limitaros a respirar y a existir pero no a VIVIR.
El lóbulo frontal de la cabeza de Lincoln posee una cámara secreta que almacena la historia de EE.UU.
Posted: 17 May 2017 05:01 AM PDT
Es posible que muchos estadounidenses no tengan ni la menor idea de una entrada secreta a través de la cabeza de uno de los presidentes más icónicos de la historia del país. Para ser más precisos, esta sala se encuentra justo detrás del lóbulo frontal de la cabeza de Abraham Lincoln.
Concebida en la década de 1930 por el diseñador Gutzon Borglum, la sala denominada como «Hall of Records» fue diseñada para ser una bóveda donde guardar una selección de documentos que narraran la historia de Estados Unidos. Este espacio se encuentra dentro del Monte Rushmore, el monumental conjunto escultórico tallado en una montaña de granito en Dakota del Sur donde figuran los rostros de los presidentes Lincoln, Roosevelt, Jefferson y George Washington.
Borglum se pasó 14 años planeando, esculpiendo y supervisando un monumento que una vez terminado debía mostrar esas imponentes figuras de 18 metros de altura. El hombre también quería dejar su impronta en la obra con un detalle extra, algo misterioso que agrandara la leyenda de su trabajo.
Para asegurarse de ello, Borglum anunció una adición de lo más ambiciosa: una sala enorme situada justo detrás de la línea del cabello de Abraham Lincoln que contendría toda la información que cualquier persona necesitaría sobre la montaña. No sólo eso, también alojaría documentos históricos como la Constitución o la Declaración de Derechos de Estados Unidos.
La sala en la cabeza de Lincoln
De esta forma nacía la idea del Hall of Records. A partir de 1938 los trabajadores comenzaron a explorar ese lugar desde el que tallarían la «firma» para la posteridad del artista. Once años antes, en 1927, se habían iniciado las obras del Monte Rushmore con 30 hombres dedicados exclusivamente a romper la roca con dinamita. Una obra titánica donde el gobierno de Estados Unidos subvencionó la mayor parte de los costes de la mano de obra, la cual llegó a ascender a casi 1 millón de dólares.
Pero como decíamos, Borglum era ambicioso y quería dejar su huella. El hombre imaginó una escalera de 240 metros que conducía a una gran sala detrás de las caras de los presidentes. Sobre la entrada del vestíbulo colgaría un águila de bronce con una envergadura de 11 metros. La sala contendría, además de los documentos descritos, bustos de famosos y una lista de contribuciones estadounidenses a la ciencia, el arte y la industria.
Sin embargo, Borglum murió en marzo de 1941 con el proyecto inacabado. Así se mantuvo hasta 1998, momento en el que el gobierno decidió revivir el sueño del escultor instalando un registro de la historia del país dentro de la sala. La sala pasó a albergar la Constitución de los Estados Unidos, la Declaración de Independencia, la Declaración de Derechos, una biografía de Borglum y las breves descripciones de cada uno de los presidentes que figuran en el monumento, todos sellados detrás de una losa de granito gigante.
Por desgracia, la habitación que se encuentra justo detrás del lóbulo frontal de la cabeza del mismísimo Abraham Lincoln sigue cerrada al público.
Vía: Gizmodo
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