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UN ATAQUE INEVITABLE DE MELANCOLIA - ANGELES CASO


Magazine | 29/08/2013 - 23:59h
Un ataque inevitable de melancolía
Patrick Thomas
  comentariosUno de estos días de agosto veo en los informativos de las televisiones a mis compañeros de Greenpeace partiéndose el alma para alertarnos sobre el lamentable estado de nuestras costas y el desastre que se nos avecina de no prestar atención a determinadas cuestiones. Los veo y, porque conozco bien la organización, sé todo el trabajo que hay detrás de sus informes, el rigor científico que los avala y la triste manera como, desde hace muchos años, sus predicciones se van cumpliendo inexorablemente. Y pienso en lo dificilísimo que lo tiene la causa ecológica en estos momentos socialmente tan complicados.

Me imagino, sí, lo poco que les importarán esas noticias alarmantes a aquellos que, por ejemplo, hayan conseguido un trabajo en algunos de esos lugares espantosos del litoral español, entre rascacielos, discotecas y motos acuáticas, y agradezcan a la cochambre nacional el poder pagarse un par de meses de supermercado. Decididamente, la ecología debe de ser ahora mismo una de las últimas preocupaciones de la mayor parte de los españoles, cuando no un incordio aún más despreciable que antes para otros muchos.


Creo que esta crisis a la que no se le atisba ningún final digno me está volviendo melancólica sin remedio. En sólo cuatro años he ido viendo cómo se esfumaban ante nuestras narices algunas cosas hermosas que empezaban a asentarse. Al principio fue un proceso lento, cauteloso, incluso disimulado. Luego, cuando los poderosos comprobaron que no pasaba nada, todo empezó a acelerarse, y comenzaron a llover los garrotazos sobre las siluetas siempre frágiles de los servicios públicos y la solidaridad social, sobre la medicina y la investigación científica, la educación y la atención a los ciudadanos más vulnerables, la defensa del medio ambiente y la cultura. Sí, la cultura –y quiero decirlo bien alto–, esa magnífica construcción de la humanidad que para los gobiernos autoritarios de cualquier signo suele ser un monstruo que convierte a los débiles ciudadanos en seres libres y fuertes. Y el nuestro, se lo aseguro, es un gobierno autoritario. (No es que a los demás les guste tampoco demasiado, pero al menos se la prenden en la solapa como un clavel para presumir de ella).


Da igual lo que chillemos, lo que protestemos, lo que nos manifestemos, lo que denunciemos en los medios de comunicación, lo que exijamos en los tribunales. Ellos, los bien-agarrados-al-poder, siguen a lo suyo, manteniendo caliente y protegido su propio espacio mientras nos machacan a los ciudadanos de a pie, hundiéndonos cada día un poco más en un fango del que no sé cómo vamos a salir. Y entre tanto, nosotros, los machacados, vamos perdiendo la capacidad de reacción a medida que nos hundimos, boqueando como peces medio asfixiados. En medio de todo eso, ¿qué importan ya la ecología, el pensamiento, la ciencia o la poesía? ¿Qué sentido tienen los logros mejores del espíritu humano? Ya sólo importa sobrevivir, y si para ello hay que agarrarse a la indecencia que ellos nos lanzan como salvavidas, agarrémonos a la indecencia, imitando su ejemplo. Y cuando en el país ya no quepa una gota más de bazofia, que venga Dios y lo salve.
Sí, está claro, me he vuelto melancólica. O, por decirlo mejor, irremediablemente triste. Perdónenme el arrebato.